Diario de Castilla y León

Creado:

Actualizado:

ADOLFO ALONSO ARES

La liquidación por cierre de pequeños y medianos negocios en Castilla y León está a la orden del día y sobre todo para los que recordamos aquellos legendarios comercios que llenaban las plazas y las calles de la mayoría de las poblaciones, constituyendo un paisaje urbano pleno y colorido que siempre engalanaba.

Era, cuando aún imaginábamos que el rango propio de las grandes capitales latía en el emplazamiento de comercios proporcionales a su tamaño y que las monumentales corporaciones - cadenas actuales - dejarían siempre hueco a los de toda la vida. Pero llegó el momento, entonces imprevisto,  y comenzó el declive del magnífico legado de los minoristas valerosos que conjugaban sus negocios, ofreciendo vecindad y connivencia a cada una de las familias de su entorno. Y digo vecindad, porque en la energía común de cada uno de los pueblos y ciudades, ya entonces se financiaba o, mejor dicho, se fiaba - término en desuso - cuando la iliquidez lo requería.

Permaneciendo como acto de confianza que sin necesidad de garantías y libranzas, se limitaba al mero recordatorio, que consistía en una escueta anotación con lapicero  que, naturalmente, no consignaba intereses ni cualquier otra condición que abultase el compromiso. Servía la palabra, la vecindad, la cercanía, e incluso la amistad entre el abacero y cliente. Una vez satisfecho el pago, se eliminaba el apunte con un simple tachón y santas pascuas. Ahí acababa todo.  

Ya no hay ultramarinos . Los engulló el progreso que sigue devorando los que apenas representan la excepción de lo que fueron. En la mayoría de ciudades que rondan los 10.000 habitantes, ya apenas aguantan media docena de modestos colmados que han sido capaces de sobrevivir en la hecatombe liquidadora. Y digo así, ya que recelo en la cuita incomprensiblemente exterminadora de un sector que presumía necesario. 

El tendero de toda la vida, restituía beneficios en su entorno, porque reinvertía en la propia población y, en cuanto tenía la posibilidad de ampliar las dependencias, las ampliaba y colocaba algunos dependientes que, generalmente, concluían la actividad laboral en el mismo establecimiento. 

Todo ese entresijo comercial cumplimentó el devenir económico en cada una de nuestras comarcas y así, sus cabeceras fueron transformándose en importantes emporios de concurrencia que aglutinaban, a su  alrededor, un sinfín de poblaciones de menor tamaño que proponían un escenario de capitalidad. Solían ser, al mismo tiempo, sedes de los partidos judiciales que tenían juez, notario, registro de la propiedad y no sé cuántos más beneplácitos que conferían sobriedad junto a otras condiciones que eran auspiciadoras de la vida.   

Hoy en día, todas esas poblaciones - sin excepción - están copadas por las grandes cadenas de alimentación y por otras muchas, que proveen, a lo sumo, algunos ajustados puestos de trabajo y en eso queda todo.

La recaudación de cada día, tampoco se ingresa ahí, porque se consigna durante la misma jornada hacia los lugares en que las compañías establecieron los centros económicos. Eso quiere decir que los dineros que reservan las familias para el consumo diario, transita hacia otros territorios y hacia otras economías, con lo que la población que pervive en nuestras comarcas, queda, durante los últimos días de cada mes, tan escasa de recursos que es inevitable que se haya de agregar la segunda parte del voraz entramado, cuando nos ofrecen  las tarjetas de crédito consignadas por los mismos que nos venden. Ahora nos financian - no nos fían - a cambio de jugosos intereses. 

Y se pierden habitantes, claro está, no solo en los pueblos, también en las cabeceras comarcales y todos, o la mayoría de los funcionarios que vivían ahí, ahora ya no viven. Ahora vivimos - yo también, naturalmente, como tú y como tú - en la capital de la provincia o incluso en la de la provincia de al lado. Esa es otra de las cuestiones cardinales; ya que el mundo recreado por nosotros transita a gran velocidad y en cada una de las reflexiones que plantea hay un código secreto, inescrutable, y prueba de ello es que no somos capaces de dar una solución al conflicto del terrible descenso poblacional.

La mayoría, ya no de nuestros pueblos, si no de nuestras comarcas, están de capa caída. Unas porque el sector primario - agricultura y ganadería - no proveen el suficiente rendimiento y los acuerdos limitan siempre a los productores, ya que comercializan las grandes compañías que imponen los precios. Otras, porque la Comunidad Económica Europea ha decidido que no tenía visos suficientes, un particular sector primario y se cerraron, por ejemplo, las minas de carbón en nuestra comunidad, mientras siguen abiertas en la región de Lusacia ( Alemania) que, en principio, no abandonarán su actividad hasta el año 2038 y veremos si la abandonan. En fin, que todo es un dilema y, mientras tanto, seguimos cavilando en la proximidad del conflicto, para averiguar si lo atajamos y de cómo lo haremos.

Buenos propósitos no faltan. Sugerencias tampoco. Pero, de momento, se ensancha el declive. 

¿Sabremos despejarlo?

Como ante una dificultad de desigual calado me escribió en una carta el poeta Rafael Pérez Estrada: He ahí la margarita que resolverá la cuestión.

Adolfo Alonso Ares es escritor y pintor

tracking