Diario de Castilla y León

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INTELIGENCIA, lucidez y mano izquierda… Todas esas virtudes, aunque no sean teologales, se perciben en las respuestas que Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, ofreció a las preguntas de una entrevista publicada ayer en las hojas de la edición nacional de este periódico. Y en todas ellas alguna traza, también, de humildad. Sin excesos, porque los alardes de humildad ocultan delitos o idiotez. Y Argüello es un tipo cabal, si cabe llamar así a un obispo. Un hombre bueno, cuya sencillez es reflejo de hondura y serena y sensata reflexión.

A Luis lo conozco desde chaval, cuando era cura raso. Un trato más bien epidérmico, pero suficiente como para saber que mira al cielo porque sabe pisar la tierra. Un hombre que permite tener fe. Al menos fe en el hombre.

Resulta muy interesante escucharle (leerle en realidad, pero puedo ponerle voz) cuando afirma que la actualidad ofrece una dura opresión para ser libre en lo que se expresa, pues los hijos de la (auto)tolerancia siempre están prestos para colocar una etiqueta sobre la fobia en la que se incurre según sus diversas y dispersas ideologías.

«Argüello es un tipo cabal, si cabe llamar así a un obispo. Un hombre bueno»

Vano es el intento de contar las cosas con honesta objetividad. Difícil intentarlo. La nueva inquisición encuentra brujas en la mera discrepancia; el expediente sancionador se incoa simplemente por el mero hecho de no mostrar la estética esperada, bien sea una pegatina, un eslogan, un corte de pelo o los rasgos fisonómicos propios de la tribu hegemónica. La alcaldesa de Vic sabe mucho de eso.

Incluso, los titulares de los periódicos acaban sucumbiendo a los temores inoculados. Cuando lo lógico sería reproducir un parte de lesiones y una esquela (una herida y un muerto), la realidad, no es extraño que ya se presuma que el varón fue el agresor. Es cierto que se cuenta con la ventaja de que el finado jamás va a desdecirlo. Se acoge, ya eternamente, a su derecho a guardar silencio. Por eso Argüello es un buen hombre. Porque centra su mirada en los vulnerables. El débil, sin prejuicios ni sectarismos.

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