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PIEDRAweb

Publicado por
ANTONIO PIEDRA
Valladolid

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La argumentación es muy simple: hay ciudadanos de primera y de segunda . Viejísima división con épocas de esplendor a lo largo de la historia en todos los países del mundo. Los motivos varios: por raza, religión, ideas, sexo, dinero, política, poder, costumbres históricas, o por simples prejuicios o adiestramientos.

En la España democrática de hoy hay también dos clases de seres. Los de primera, que son los sanchistas y quienes le acompañan: chavistas-populistas, comunistas, e independentistas. Son de segunda, o mejor dicho somos pues en ésta me incluyo, los que no tragan con tiranías subvencionadas, y que preside Sánchez con parecidas palabras a las que dijo el tirano Creonte al principio de la 'Antígona' de Sófocles : «hoy de nuevo enderezamos un rumbo cierto». Amén.

Sorprende que, nada más conseguir el poder, la primera decisión de Sánchez –en la misma noche de las elecciones– haya sido romper puentes con los ciudadanos que considera de segunda clase, azuzando el odio contra ellos por sus maldades. Dio a entender que se debía a sus amigos y lo proclamó como el tirano Creonte: «no podría considerar amigo mío a un enemigo de esta tierra, y esto porque estoy convencido de que en esta nave está la salvación y en ella, si va por buen camino, podemos hacer amigos». ¡Ave, César!

Preocupado por las tragaderas –lo normal en un Gobierno democrático que toma posesión es la conciliación y crear un buen clima social–, le pregunté a mi psicólogo por esta actitud de sembrar odio tan descaradamente, y me dejó hundido en la miseria: «Mira, Antonio, cuanto peor te trata alguien, más te insulta, más te llena de basura y de ignominia. ¿Sabes por qué? Porque si la víctima no fuera tan mala como él piensa, Sánchez sería el malo. No le queda otra que manipular el problema: sembrar + odio sobre esos ciudadanos de segunda que maltrata». Vae victis!, ¡ay  de los vencidos!

No sé por qué, pero siempre que hablo con mi psicólogo, escribo de tragedias griegas y no de jugadores de fútbol. Deshojando la margarita con el valium de Esquilo, Sófocles y Eurípides, me he topado, ay, con reflexiones sobre tiranos y tiranías que, con perdón, me recuerdan mucho a este Gobierno. En principio, todos ellos carecen de eso que llamaban las clásicos ‘sofrosine’ . Es decir, equilibrio de la mente, serenidad y moderación. Lo suyo es la soberbia por arrobas.

Por esto mismo, cuando los dioses griegos se topaban con un tirano come cocos, se cebaban con él. Primero le volvían loco, y luego acababa siendo para sus pueblos lo que etiqueta el género literario: una verdadera tragedia. Odio, odio, y + odio. Lo que siembran. A las víctimas sólo les queda el reducto libertario de Antígona: «No nací para compartir el odio sino el amor». En la tiranía sanchista los ciudadanos de segunda son por definición fachas, franquistas, machistas, españoles, y sin capacidad para educar a sus hijos no sea que los contagien. La razón suprema la suministra el tirano Creonte: «escogiste obrar mal juntándote con malos». Leña al mono.

No queda otro remedio que repartir hostias a mogollón entre los que llaman ultraderecha, hacer desplantes, avasallar con razones humillantes y letales todos los días por descender de tal calaña. Terrible asedio, como señalaba Antígona: «mi vida se acabó hace tiempo, por salir en ayuda de los muertos».

En todas las tragedias de Sófocles hay un Pedro Sánchez con cetro explicando por qué desuella vivos  a sus oponentes. Primero porque se lo merecen. Segundo por el bien de la republica que reside únicamente en su cabeza de paranoico. La tercera causa la apunta mi psicólogo: el tirano nunca va solo. Una cohorte de aduladores lo jalean –«¡que traigan aquí a esa mujer odiosa!», grita Creonte–, haciendo sembradera en los surcos del odio. 

No hay coartadas en este bucle nefasto. Para que algo cambie, hay que hacer daño, sajar, matar. Para el tirano no cabe otro remedio. A esto tan elemental lo llama el diccionario odio a secas: aversión hacia alguna persona cuyo mal se desea. Aplicado el tamiz lingüístico a este Gobierno, el odio será únicamente una parte de la guinda o del calcañar. Y si la explicación de lo que es odio corre a cargo de la nueva portavoza del Gobierno, pues nada… el cielo está enladrillado.

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La conclusión es viejísima: quien siembra vientos recoge tempestades . Pero este sería el tercer acto en todas las tragedias. Aquí estamos en el primer acto de este Gobierno: los niños son adoctrinados, los adolescentes prostituidos en instituciones del Estado, la prensa guarda un silencio cómplice ante el colapso de las leyes –lo reconoce el mismo Creonte: «Me temo que no sea lo mejor pasar la vida observando las leyes establecidas»–, y el rasputín Redondo y los esbirros cuadrados apretando los grilletes y el odio a los ciudadanos de segunda. En ello están. Pero ahí está Antígona, y la Electra de Eurípides gritando que «si la maldad de la justicia triunfa, habría que dejar de creer en los dioses», y el gran Guillén en su inteligencia lírica: «¿El vivir sin cadena/ ya es delito?/ La libertad ajena/ necesito». Abajo los tiranos y su tiranía.