BALONMANO
De La Salle al Olimpo
Fernando Hernández fue parte de la generación dorada que ganó los primeros metales internacionales para España con hitos como el bronce en Atlanta 96
La historia del balonmano español tiene su propio capítulo ambientado en Valladolid. La ciudad del Pisuerga ha sido cuna de grandes entrenadores y jugadores que ayudaron a que España metiera la cabeza en las grandes guerras del 40x20 con la etiqueta de potencia mundial. Entre sus nombres destaca el de Fernando Hernández , un incansable trabajador que construyó en el patio del colegio La Salle una plataforma de despegue para viajar hasta el Olimpo.
Fernando Hernández y los éxitos deportivos fueron como dos polos opuestos atraídos por la fuerza de la ciencia. Aprendió joven que las miel es el mejor sabor que brinda el menú del deporte y con los mismos amigos con los que comenzó a descubrir el balonmano se proclamó campeón de España en 1989.
Siete años después, ese niño cambió los colores de La Salle por el rojo de la casaca nacional. «Esa temporada era el máximo goleador del equipo y creo que el segundo nacional. Llega un día Pastor y me dice que Juan de Dios Román había preguntado por mí y que estaba en la órbita para ir con la selección», recuerda Fernando Hernández, que nunca había ido -ni en categorías inferiores- con el equipo nacional.
Su debut no pudo ser más soñado. España se jugaba una plaza para los JJ.OO. y derribó la puerta de acceso a Atlanta 96 a lo grande, con su primera medalla internacional: una plata en el Europeo.
Con esa tarjeta de presentación, el balonmano nacional realizaba su séptimo viaje a tierra olímpica, donde nunca se había pasado de la quinta posición; un avión que estuvo a punto de no despegar.
«Recuerdo que hubo algún problema con la Federación -por las primas por las medallas-. Estábamos en Sierra Nevada y los capitanes nos plantearon no ir a los Juegos si no se solucionaban. Nosotros éramos los nuevos y no decíamos mucho, pero Raúl y yo estuvimos un par de días nerviosos pensando que nos íbamos a quedar fuera», asegura.
El agua volvió a su cauce… y el mismo le llevó hasta la ciudad de la Coca Cola, donde descubrió que su hogar en la Villa Olímpica estaba en una fraternidad de estudiantes. El envoltorio no importaba, lo realmente importante era saborear el contenido de estar en la nube olímpica que empezó a coger altura en el desfile.
«Nos metieron a todos en un estadio de baseball. Íbamos viendo todo por las pantallas gigantes durante tres horas y cuando te quieres dar cuenta estás en el estadio olímpico. Cada vez que lo recuerdo se me ponen los pelos de punta», asegura.
«Nos dijeron que no nos saliéramos de la fila, pero cada vez que veíamos una cámara íbamos a saludar». La emoción del momento guiaba sus pasos por el Estadio Olímpico como lo hacía por la Villa, donde cada vez que podía se escapaba a visitar junto a Raúl González a Paco, de la Criolla , que les surtía con tortilla de patatas, aluviones y jamón. Maná en el desierto alimenticio estadounidense.
Esos manjares tenían tan buen sabor como el bronce que conseguirían unos días después ganando el pulso a Francia por hacerse un hueco en el podo olímpico. El bronce conseguido en Atlanta 96 fue la primera de las cuatro conseguidas por España (tres en masculino y una en femenino) entre aros olímpicos.
Dice el refranero que más vale llegar tarde que rondar un año y eso fue lo que le pasó a España, clasificada en el último minuto para una cita llamada a escribir historia; motivos más que suficientes para no separarse de la presea hasta la vuelta a casa: «Me pasé todo el viaje de vuelta con ella colgada del cuello. No me la quité hasta llegar a casa… y cuando salimos a celebrarlo, con ella bien escondida», rememora Fernando Hernández.
La llama olímpica volvió a calentar al vallisoletano ocho años después, en la cuna olímpica: Atenas 2004 , donde el vallisoletano se diplomó. Después de un papel secundario en Atlanta, en Grecia audicionó como protagonista. «Jugué más por la lesión de Carlos Ortega», explica. «Atenas fue distinto. Ahí sí que había Villa Olímpica, estaba todo más centralizado, recuerdo tener más feeling con otros deportistas como Pau Gasol o Navarro … Fueron unos juegos especiales por ser donde empezó todo. Fue mágico», reconoce.
El séptimo puesto conseguido pone su nombre en un diploma olímpico. Alemania, en un apretado partido que se decidió en penaltis, impidió a Fernando Hernández poner una guinda de color metalizada a su pastel olímpico. No importó, un año después volvió a derribar un muro para España, que se proclamó campeona del Mundo en Túnez.