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Una estudiante de Arte lanza una colecta para abrir una granja de cabras en Burgos

La joven dejó su carrera por la pasión de hacer quesos al estilo tradicional en Canicosa de la Sierra, en plenos Pinares

María, que cambia de vida y se muda al campo a sus 30 años, posa con su hijo y algunas de sus cabrasecb

Publicado por
Loreto Velázquez

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¿Imaginan un crowdfunding para dar vida a una quesería artesanal? Es la iniciativa que han tenido María Madrigal Ureta y Moncef Hami-Eddine. Tras aprender el oficio en Francia y en los Pirineos, la pareja quiere regresar al pueblo de María, Canicosa de la Sierra, en Burgos, para poner en marcha un proyecto que, según ellos, va más allá de la quesería. Necesitan un total de 34.000 euros y ya llevan 3.000 gracias a este modelo de financiación colectiva. «Quesos Ureta es un proyecto que apuesta por la sostenibilidad y busca preservar el medio rural y el medio ambiente, con productos de la más alta calidad», agradece mientras deja claro que será visitable.

Su modelo es 100% sostenible. «Aquí funcionamos como lo hacían nuestros antepasados: ganadería extensiva, con lo que promovemos la regeneración y biodiversidad en el entorno y ayudamos a la lucha contra incendios; ordeño a mano, para asegurar la pureza de la leche, y segado manual de praderas naturales, para obtener heno y evitar el uso de piensos y maíz; y, por supuesto, nada de pesticidas».

Con 90 cabras, la mudanza que tienen programada para octubre no es sencilla. «Estamos todavía buscando casa para habilitar ahí la cava natural donde se afinarán los quesos, y además tenemos que invertir para poner a punto la nave de piedra que hemos comprado, y tenemos que comprar hierba, que es muy cara, porque con el traslado no hemos podido segar», señala.

Sus cabras rústicas tienen bajo rendimiento, pero no importa. «Lo que buscamos es una alternativa de vida más sostenible y responsable». Por ello, sus cabras no tienen fecha de caducidad, y aunque en una explotación normal se suelen quitar a los 6 años, porque reducen la productividad, aquí siguen formando parte de la cabaña. «Ahora mismo tenemos una producción de uno o dos quesos diarios, pero cada uno pesa 6 kilos, y la verdad es que todo el trabajo artesanal y el cuidado de los animales se nota en cada bocado».

A diferencia de los hijos de ganaderos, que heredan una forma de vida, María estaba llamada a estudiar Restauración y Arte. Sin embargo, en plena carrera universitaria descubrió, un verano, una vocación que en su día tuvo su abuelo, quien ya hacía cuajos y pruebas de quesos en casa. «Tuve la oportunidad de trabajar un verano en una granja de cabras en el País Vasco y me encantó, así que cuando terminó el contrato me fui a París, donde una amiga me habló de las famosas queserías. Allí tuve la gran suerte de entrar a trabajar con Laurent Dubois, el mejor maestro quesero de Francia», relata.

Durante tres años fue feliz, hasta que en 2017 «la morriña» le pidió volver a casa. «Mi jefe me propuso acercarme, y me fui a los Pirineos, donde conocí a Moncef, que estaba de pastor y pasaba siempre por mi calle».

Ya como pareja, decidieron dar el siguiente paso: crear su propia granja con quesería. Empezaron con 15 cabras, de la mano de un ganadero que se iba a jubilar, hasta que María se reencontró con Fructuoso, un viejo amigo de su abuelo, cuando ambos emigraron a Alemania y vecino de Canicosa. Este le brindó la posibilidad de comprar su nave a un precio razonable porque no la iba a utilizar. Llegaba el momento de volver a su tierra natal. «Siempre le estaré agradecida».

Ella lo tiene claro. «Nada de ovejas, siempre he querido cabras», asegura, convencida de que son animales más listos. «Solo hay que verlas en el campo. Si no llegan a comer el fruto de un árbol, se sube una encima de otra para plegar la rama, y luego se cambian. Si un día, por la siega, tienen que salir solas, lo hacen sin problemas y siempre vuelven a la nave porque les gusta dormir bajo techo».

A la hora de decantarse por una raza, en principio optó por Poitevinas, porque, aunque dan menos leche, es una leche muy quesera. «Nos dijeron que en los Pirineos no se iban a adaptar porque necesitan llano, pero están de maravilla y ahora no creo que tengamos problemas con la nueva ubicación». La cabaña se completa con 30 alpinas, «porque cogiéndolas pequeñitas también se adaptan bien».

Como todos los animales, «hay que estar con ellos todo el día», pero ella no lo ve como un sacrificio, sino como un modo de vida. «Lo que para mí sería un sacrificio sería trabajar 8 horas en una oficina, encerrada. Nosotros somos así felices, haciendo queso y criando a nuestro hijo Yves. No lo cambiaría por nada».

El trabajo es, además, estacional. «A partir de Navidad y hasta febrero, va cogiendo ritmo porque empiezan a parir y es un tiempo en el que no se las puede dejar solas porque se puede complicar un parto en cualquier momento. Pero en verano es cuando más se trabaja. Luego ya estás más tranquilo», detalla.

A la hora de parir, las cabras demuestran su inteligencia. «Nos lo dijo un veterinario, y en los años que llevamos, se ha cumplido. Las cabras suelen parir por la mañana o por el día, cuando estás. Es raro que paran por la noche. De hecho, en estos dos años solo ha habido dos partos nocturnos».

Al sacarlas a pasear durante todo el día, ahorran agua, luz y piensos. «Segamos con motosegadora, por lo que tampoco dependemos de un tractor y de sus costosas reparaciones», afirma, sin olvidar los piensos, «que tampoco usamos».

El único peligro que tendrán en Canicosa es la amenaza de lobos. «Sé que este verano algún ganadero ya ha perdido animales, pero tenemos esperanza, vamos a tener suerte», termina.

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