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MUNDO AGRARIO / SORIA

«La juventud quiere seguir con el extensivo en Soria y tener futuro»

Testimonios Marta Las Heras lleva como ganadera de vacuno desde 2018, la tercera generación en su familia, mientras que Paula Martínez aspira a conseguirlo en un momento crítico para el sector

Marta Las Heras, en el monte con sus vacas

Publicado por
IRENE LLORENTE YOLDI | Soria

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A Marta Las Heras, como a la mayoría de los ganaderos de la provincia, le han reducido el coeficiente de pastos, lo que llevó al sector de extensivo a protestar el pasado 1 de marzo ante la puerta de la Delegación de la Junta de Castilla y León en Soria y ante la Subdelegación del Gobierno. Lamentan medidas como la revisión del coeficiente de la admisibilidad de pastos, la protección del lobo y la falta de reconocimiento y valía de «un sector por los que muchos jóvenes han apostado y poder conseguir así la sostenibilidad de la actividad ganadera», lo que demuestra que «la juventud quiere seguir con el extensivo». De hecho, tiene claro que si estas medidas no son revisadas supondría la ruina total para el sector.

Marta Las Heras empezó la actividad como ganadera a título principal en el año 2018 por medio de un curso de incorporación para jóvenes a primera instalación agraria, aunque confiesa que su vida siempre ha estado ligada a la ganadería y agricultura. «Mi abuelo por parte paterna, El Tacho’, supo que quiso ser ganadero desde la cuna». Además fue «tratante», seguramente, uno de los últimos de la provincia de Soria. «Mi padre, Cayo, es ganadero y agricultor, y mi madre Esther, ganadera y quizá la mujer más valiente y dura que he visto trabajar en el campo. Así que yo, siguiendo el legado familiar y a mucha honra, soy ganadera».

A Marta desde bien pequeña le enseñaron que «para querer algo, hay que trabajarlo, que el dinero no cae del cielo sino que hay que labrarlo». Y aunque los animales siempre le gustaron y le encantaba escuchar historias o aprender de la gente de campo, confiesa que «esos conocimientos no están lo suficientemente valorados», y sus padres insistieron en que estudiara porque «lo de casa siempre estaría». Se licenció en la Universidad Complutense de Madrid en la Facultad de Ciencias de la Información, pero «la cabra tira al monte», y decidió incorporarse con ganado vacuno. «A día de hoy, mi explotación cuenta con 80 cabezas de raza pirenaica».

Asegura que sin no hubiera contado con el apoyo de la familia, en activo con ganadería, le hubiera sido imposible empezar «y más ahora viendo cómo se están poniendo las cosas». Aún así, espera poder continuar e incluso ya piensa en que su hijo, la siguiente generación, se pueda incorporar a la empresa agraria algún día y seguir con el legado familiar. «Mi padre es y será mi sombra hasta la tumba y orgullosa de poder contar con el mejor maestro, no sólo como padre sino como ganadero».

Lo que tiene claro es que su profesión «tiene que ser vocacional», porque «es dura y sacrificada. Se trabaja fiestas y días de guardar, las vacas tienen la mala costumbre de comer todos los días». 

Sobre lo mejor de su trabajo, Marta parafrasea el refrán de ‘la agricultura y la ganadería es propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre’: «Sumando, que me siento realizada con mi profesión, ya que es un sector importantísimo y pilar de esta sociedad, pues gracias a la ganadería, tenemos alimentos en la mesa y además, alimentos de calidad».

En lo peor, «el exceso de burocracia administrativa y el insuficiente reconocimiento de la actividad que desarrollan los ganaderos en nuestra provincia a todos los niveles. Por tanto, sí me preocupa el rumbo que está tomando el sector».

Su día a día los define como los ‘huevo Kinder’: «La ganadería no es una ciencia exacta y ningún día es igual a otro. Unos te llevas alegrías y otros, batacazos, como los ataques de lobos o buitres. Pero en líneas generales, me siento feliz de hacer lo que me gusta, y además, por poder luchar por el arraigo de lo nuestro. Tanto como ganadera como madre, el campo enseña valores de vida».

A sus 21 años Paula Martínez espera ver su sueño cumplido desde que era muy pequeñita, que no es otro que poder vivir y trabajar en su pueblo, Torreandaluz, y convertirse así en la tercera generación de ganaderos de su familia, siguiendo la estela de su abuelo primero, y de su padre, después. Quiere empezar por su cuenta, con 50 vacas de raza blonda, para luego asumir también las que lleva su padre en la sociedad que gestiona con sus hermanos, unas 150 de las razas blonda y pirenaica. 

Reconoce que las últimas trabas administrativas ponen de nuevo en ‘jaque’ a un sector que lleva años sumido en una crisis estructural, pero no quiere desistir. Sí espera que se solucione el problema de los coeficientes de pastos publicados hace unos días, donde se reducía a casi la mitad la superficie pastable en la provincia, porque de lo contrario, podría suponer un grave perjuicio para su futuro. 

Paula ya cuenta con el curso de incorporación agraria, que realizó a través de Asaja Soria, pero sigue a la espera del resto de tramitación administrativa. Y además debe llevar empadronada en el pueblo cinco años; todavía no los ha cumplido: «Al ser joven agricultora me piden mucho papeleo», se lamenta. 

Desde muy pequeña iba con su padre y su abuelo a llevar el ganado, un manejo que le gusta porque se ve muy cómoda con los animales. «Lo mejor es que cuando vas a echarles de comer algunas vacas incluso se dejan tocar”. Y lo que menos, la implicación diaria con el ganado, porque se trabaja todos los días: “No se puede parar porque los animales necesitan atención diaria y tienes que estar pendiente de ellos».

Mientras tanto, acompaña a su padre por las mañanas a llevar las vacas a la dehesa de Torrearévalo. «Las que tienen novillos las dejamos pastando. Además, separamos otras más pequeñas para recría de las que están para parir, que se quedan en la cuadra».

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Por las tardes tiene faena como hostelera, ya que abre el bar de Arévalo, que regenta con dos primos: «Estamos intentando reanimar la España vaciada».