Diario de Castilla y León

«Podemos ponernos animalistas pero si la granja no es rentable tendré que cerrar»

Gestiona en integración con Agrocesa una granja de 2.000 cerdas de cebo de capa blanca / La última regulación aprobada la semana pasada le obliga a reducir la cabaña en 2 años en 200 animales para garantizar el bienestar animal

Marta Llorente posa en su granja de 2.000 cerdas de cebo de capa blanca que tiene en integración con Agrocesa. ECB

Marta Llorente posa en su granja de 2.000 cerdas de cebo de capa blanca que tiene en integración con Agrocesa. ECB

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Loreto Velázquez

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Tiene 2.000 cerdos en Zazuar (Burgos), el mismo pueblo donde tiene gran parte de su viñedo y de cultivos extensivos como trigo, cebada, alfalfa y camelina; y lo tiene claro: el que piense que las granjas sobran es porque «no tiene ni idea». «En el campo cabemos todos y el que no lo vea es porque no sabe o no quiere informarse», subraya Marta Llorente, al recordar que España impone una regulación cada vez más estricta a las granjas de porcino. La última, aprobada la semana pasada, les obliga a reducir, en un plazo de dos años, las cabañas para garantizar el bienestar animal. «En mi caso me obligan a perder unos 200 animales por lote, es mucho dinero» , lamenta molesta porque una granja en intensivo no es sinónimo «ni mucho menos, de maltrato animal». «Que esté todo regulado para que los animales vivan en condiciones y tengan calidad de vida está bien, todos estamos de acuerdo, pero no podemos humanizar a los animales como se está haciendo ahora desde la legislación. Nosotros somos los primeros interesados en que los animales estén bien, por humanidad y por rentabilidad porque cuanto mejor estén, más engordarán, los podré sacar antes y habrá más rotación, y todo eso me lo bonifica mi integradora. De hecho, si un animal se pone enfermo y muere, no solo no cobro, también tengo que pagar a la empresa que viene a retirar el cadáver.  Podemos ponernos todo lo animalistas que queramos, pero si la granja no es rentable tendré que cerrar».

Marta comparte su pasión por el campo con su marido, Tomás. Ella se encarga de gestionar la granja de 2.000 cerdos de cebo de capa blanca que tiene en integración con Agrocesa, mientras él se centra en cultivar las 20 hectáreas de viñedo y las 80 donde crecen cereal, trigo y cebada con rotación con oleaginosas o leguminosas, normalmente Camelina y alfalfa, en parcelas de regadío.

Aunque nació en Madrid siempre supo que su vida estaba en el pueblo de sus padres. Eso sí, nunca pensó que acabaría teniendo cerdos. Estudió administración y finanzas y cuando se trasladó a Zazuar trabajó en una empresa hasta que al quedar embarazada fue despedida. Tocaba replantearse la vida. Su marido fue el primero que dio el paso. «Viajaba de lunes a viernes montando ascensores hasta que dijo ‘basta’. Cogimos las tierras de mi padre y mi suegro, unas 8 hectáreas de secano, y poco a poco fuimos comprando y arrendando, sobre todo viñedo, hasta que pudimos dedicarnos  100% al campo. Al principio se encargaba él mientras yo cuidaba del bebé y gestionaba toda la burocracia del campo, que no era poca», recuerda con preocupación porque la carga burocrática crece cada año. 

El segundo cambio llegó años después cuando al no encontrar trabajo leyó por casualidad un folleto sobre granjas porcinas. «Empezamos a mirar, a hacer números y nos pusimos en contacto con diferentes integradoras. No es un trabajo difícil, solo hay que tener interés y ganas y saber que es esclavo y que hay que estar aquí todos los días del año». 

En lugar de contratar personal, ahorran gastos ayudándose el uno al otro. «Hay que ahorrar todo lo que se pueda, sobre todo ahora que los costes nos están ahogando».

Marta rompe viejos tabúes. «La gente puede pensar que el que se dedica al ganado o a la agricultura es porque no vale para otra cosa, pero nada que ver. Esto es una empresa y necesita estudios, tecnificación y cálculos, pero sobre todo es una forma de vida y pese a las dificultades, es una maravillosa forma de vivir».

La rentabilidad es, sin embargo, una rampa cada vez más empinada. «Los insumos, como los abonos, han subido en muchos casos un 300%. Hace dos años comprar una tonelada de abono costaba poco más de 300 euros; el año pasado salía por 780 y ahora está en 890», advierte sin olvidar el gasóleo, que ha pasado de 60 céntimos al 1.80 que ha llegado a estar. «Hay que controlar mucho los gastos, pero tampoco te puedes pasar. Si en el campo racaneas con el abono y echas menos, te juegas la cosecha. Aquí no hay ‘ases en la manga’ y este año nos la jugamos porque hemos pagado la siembra más cara de la historia. Si los precios de venta no se mantienen este verano, estamos perdidos».

Ellos y toda la cadena. «Si vuelve a bajar el precio y volvemos a cobrar como hace tres años, el mismo precio irrisorio que ya cobraba mi abuelo, esto podría ser el final. Si, por el contrario, se mantiene la tendencia este verano, los ganaderos serán los más perjudicados y no les quedará otra que reducir las cabañas y todo eso al final afecta al supermercado, a la gente. Tiene que haber un equilibrio».

No duda: «Yo no sé si es la guerra de Ucrania o la pandemia, pero sufrimos una inflación brutal y como sigamos así tendremos que cerrar , porque puedes mantener un año malo, dos, pero esta situación es insostenible».

SIN CONTAMINAR

En cuanto al rechazo de los ecologistas que denuncian a las granjas de contaminar los acuíferos, Marta niega la mayor. «Si haces una correcta aplicación del purín, como marca la normativa, no contaminas nada y es un abono estupendo y natural para cultivos como el cereal y lo digo desde la práctica. Yo lo hago en mis tierras donde también tengo un acuífero del que beben mis animales y yo misma. ¿Lo haría si contaminara?», zanja.

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