Diario de Castilla y León

EMBUTIDOS EL MAYORAZGO 

El refugio del sabor del pueblo

Las enseñanzas de padres y abuelos y el viento duro de Aldehuela del Rincón crean embutidos con aroma a tradición

Pilar Escobar posa a las puertas de la fábrica, en plena comarca del Valle

Pilar Escobar posa a las puertas de la fábrica, en plena comarca del ValleGonzalo Monteseguro

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Antonio Carrillo

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Muchos añoran el sabor del pueblo, el de esas meriendas de verano, el de los productos artesanales que elaboraban sus abuelos para el consumo doméstico. En Aldehuela del Rincón (Soria) hay una empresa que lo mantiene vivo y lo comercializa tanto para los nostálgicos como para los nuevos adeptos. Cuatro generaciones, procesos ancestrales y un marco incomparable son las señas de identidad de Embutidos El Mayorazgo, una pequeña fábrica donde se plasman cuatro generaciones de saber hacer y tradición.

El origen de la empresa como tal hay que buscarlo hace 38 años, cuando Manuel Molina, del pueblo, y Pilar Escobar, del norte, se casaron y decidieron ir a vivir junto a apenas 30 habitantes, pero tres casas y unos apartamentos rurales para quienes busquen un trocito de los valles suizos en la puerta de casa.

Pilar recuerda que «mi suegra, Cristiana Jiménez, y mi suegro, Manuel Molina, hacían lo típico de las casas de la zona: los embutidos, la mantequilla...». Habían aprendido de padres y abuelos a crear productos «para casa, para la familia o para las amistades. Les salían muy buenos y les pedían ‘hazme de esto o hazme de lo otro’». Así que la joven pareja se buscó el sustento con una vaquería y una fábrica de embutidos. 

Tras los inicios tocó restaurar una zona veteada de naturaleza para crear las instalaciones actuales donde hoy siguen curándose los productos. «Hacemos chorizo, salchichón y lomo», los dos primeros en tripa gruesa para el cular «y también en tripa fina para el delgado. Nuestros clientes los tenemos casi del boca a boca» y después de un verano en el pueblo o una parada en Aldehuela son los mejores embajadores de estos embutidos seculares. 

«Los prueban, les gusta, y nos piden», resume Pilar con una sonrisa. También el «trato familiar» hace lo suyo, que en familia nació todo. Fuera del pequeño despacho de venta directa el viento fresco sopla con ganas en este pueblo a 1.200 metros y la nieve acaba de coronar el paisaje en Sierra Cebollera. «Menos mal, porque antes hacía frío desde mitad de octubre y hoy es el primer día. Lo echamos de menos». Sus productos también. «Para curarse este clima es muy importante».

Todo se hace de forma natural «y sólo hago lo que puedo hacer bien. Prefiero la calidad a la cantidad y cuando hay, hay». Por ejemplo «el salchichón se han vendió algo más y no queda». La siguiente remesa está curándose y se pondrá a la venta cuando esté en su punto. «Me lo piden y me traen loca, pero tenemos que sacar lo bueno, lo que haya pasado su tiempo de curación para que esté en su mejor momento. Ya les digo que esperen», y bromea con que ella no se va a poner a soplar para acelerarlo.

El punto óptimo se detecta con la experiencia. «Hemos aprendido con los abuelos. A veces ni miramos el higrómetro ni nada. A simple vista sabes cuándo está listo, con su curación larga». Un ingrediente más que se suma a las materias primas naturales (magro, panceta, pimentón, ajo y sal), al clima y a un entorno natural en un pueblo de postal.

Así que Pilar, casi cuatro décadas amasando y embutiendo, aún disfruta «sobre todo con el chorizo, con diferencia. Tendría que aborrecerlo, pero no puedo. Y mis hijos igual desde pequeños. Otros querían Nocilla, los míos chorizo». Cuando los productos saben a pueblo, a tradición y a casa de los abuelos, todo se explica desde la primera loncha.

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