Diario de Castilla y León
Julio y su hijo Pablo, frente al horno en el que asan el lechazo en La Cueva de Mucientes. Tras ellos, una foto de Julio Romo, fundador de la bodega.

Julio y su hijo Pablo, frente al horno en el que asan el lechazo en La Cueva de Mucientes. Tras ellos, una foto de Julio Romo, fundador de la bodega.e.m.

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Uno de esos lugares que no defraudan. Primero por el clima, después por el servicio, amable y profesional, y ante todo por la buena relación calidad precio. Sopa castellana, crema de calabaza y con suerte, sopa de pan costrada al horno. Chuletillas y mollejas de lechazo a la parrilla siempre. No falta nunca el bacalao a baja temperatura y el cuarto de lechazo, además del chuletón de carne roja. Pulpo, jamón, ensaladas, morro con crestas de gallo, manillas de lechazo y un buen queso de oveja de Mucientes. Se puede comer por 35-40 euros. Julio y José Antonio aciertan con los vinos. Una buena representación de vinos de todas las bodegas de Mucientes y un acertado ramillete de destacados Riberas de Duero. 

La Cueva forma parte del impresionante conjunto monumental de arquitectura del vino en la localidad vallisoletana de Mucientes. Se trata de un restaurante con inconfundibles aires de mesón situado a veinte metros de profundidad que ocupa cerca de 1.500 metros cuadrados. Fue la adaptación que, tras años de trabajo, realizó Julio Romo para convertir la vieja bodega de vinos tradicionales en un restaurante único por sus características. Sorprende al comensal encontrarse con varias sisas o comedores, tres vigas romanas, dos pozos de agua natural y dos hornos de leña que se encargan de aromatizar la bodega de Julio y Victoria que desde hace años dirigen sus hijos José Antonio y Julio. Ambos heredaron de su madre los guiños a la cocina popular y de su padre el interés por cuidar cada palmo de la bodega. Por eso, han conseguido que sea la bodega de Julio, la Cueva, una de las referencias de este tipo de establecimientos subterráneos en la provincia de Valladolid. 

Para los dos hermanos era obligado el que todos pudiesen disfrutar de las cavidades atemperadas a la hora de comer. Nadie se queda sin bajar gracias a que se cuenta con medios para facilitar la accesibilidad a personas con discapacidad o movilidad reducida. En la bodega de Julio Romo se disfruta del clima y de la temperatura de las viejas cavas a las que, según José Antonio, también ha influido el cambio climático.

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