Intérpretes del lenguaje del vino

María Burgoa es una apasionada del vino. Estudió Filología Inglesa pero su pasión por el terruño le llevó a indagar y especializarse con un posgrado de Viticultura, Enología, Dirección de Empresas Vitivinícolas y Análisis Sensorial en la Universidad de La Rioja. Su trayectoria profesional ha estado vinculada durante dos décadas a bodegas de Rueda, Ribera del Duero, Vino de la Tierra de Castilla y León, Arlanza, Toro y La Rioja.

En 2015 emprende el vuelo en solitario a través de su proyecto profesional Lar de Maía. Su formación como filóloga, estudiando las entrañas del lenguaje, quizás le influyera a la hora de elegir el nombre que mejor encajara con su obsesión por interpretar el elixir de la uva. «El origen del nombre vino por el primer embotellado que hicimos allá por el mes de mayo, de ahí que fuera bautizado como 5º, o lo que es lo mismo Maía, que en latín significa ‘mayo’. Por otro lado Lar hace referencia al terroir, a los suelos. Buscábamos un nombre melodioso», explica.

Sus viñedos, de uva tempranillo y garnacha principalmente, se esparcen por diversos pagos de Sallana localizados en Cubillas de Santa Marta, Trigueros del Valle y Cigales, a una altitud media entre 700 y 800 metros y expuestos a un clima continental. «Nuestras uvas crecen en una variedad de suelos, en su mayoría arcillosos, arenosos, de grava y caliza aportando a los vinos características individuales. Los abonados se hacen de manera individual en cada parcela, en función de sus necesidades y edad de la viña».

En ellos llevan a cabo prácticas de agricultura ecológica, respetando lo máximo posible la tipicidad de los suelos. «Nuestra filosofía diaria apuesta por el respeto al medio ambiente y lo que nos da a cambio es máxima calidad en nuestra uva Tempranillo así como un vino más natural y con personalidad propia».

Diseño visual de botellas

La vendimia se realiza a mano y la poda se lleva a cabo siguiendo prácticas de los principios de la biodinámica. La vinificación se desarrolla en barricas nuevas de roble francés, americano y centroeuropeo. La cifra de producción abarca 40.000 botellas, ediciones limitadas donde juega con los números y la parte visual. Cada una de sus botellas es una expresión de la delicadeza con la que se ha concebido. El diseño y cuidado de la botella se percibe desde el primer instante, obra del célebre diseñador Javier Garduño, que ha plasmado un etiquetado acorde a la filosofía y valores de la bodega. En lugar de cápsulas las botellas incorporan una ficha de cata.

En 2016 lanzaron 8º. «Una tarde de agosto de 2015 paseando por el viñedo con el fin de saber cuándo teníamos que empezar los primeros muestreos de la vendimia de ese año, decidimos hacer un vino rosado gastronómico. Nos pareció también un nombre muy armónico, es un rosado que busca características específicas de suelo y viñedo. Suelos calcáreos de nuestra zona y esa pureza. Buscamos un vino con complejidad y fresco a la vez», apostilla.

Junto a ellos convive un tinto 100% garnacha procedente de viñedos centenarios.

El portfolio lo completa 7º, un vino de gama alta elaborado con viñedos de 100 años. «Buscamos la máxima excelencia. Viñedos muy longevos, de suelos muy pobres, que dan poca uva pero de altísima calidad».

Sus vinos naturales, sin aditivos y con carácter, proceden de viñedos sostenibles, trabajados de manera natural, que poco a poco han ido conquistando premios y medallas de prestigio. El 95% de su producción va a parar al mercado internacional estando presente principalmente en Europa, EEUU, Latinoamérica, Israel, y con las miras puestas en aterrizar en un futuro en el mercado asiático.

María Burgoa pone en énfasis el esfuerzo y trabajo del equipo que está detrás de Lar de Maía en el que se apoya bajo el asesoramiento de Juan Ayuso. «Cada uno ponemos nuestro granito de arena». Sus vinos con identidad propia, desde el producto hasta la botella, ya piensan en dos nuevas creaciones, una garnacha gris y un espumoso rosado que próximamente verán la luz para alegría de sus seguidores.