Donde juega el agua del Duero
La Ruta de las Cascadas de Duruelo recorre saltos de agua y parajes singulares de roca en el corazón verde de la comarca de Pinares
Cascadas hay muchas, pero ocasiones para disfrutarlas como en estos días no tantas. La cabecera del Duero , salpicada por pequeños arroyos afluentes que saltan entre las piedras, no tiene enormes cataratas ni espectaculares caudales. Pero paraje a paraje, cascada a cascada, conforma uno de los lugares donde disfrutar del agua juguetona. Pozas, hoyas, cuevas y similares completan una serie de rutas que en este abril ya mediado apuran un prematuro deshielo para mostrar su vitalidad.
¿Cuántas cascadas puede haber? Dependiendo de la cantidad de agua que baje por cada cauce y de qué se considere como un mero salto ‘pequeño’, pero lo cierto es que buscando bien pueden aparecer más de una decena. Lo de aparecer no es licencia, que muchas de ellas requieren ciertas dosis de exploración. Es lo que tiene descubrir lugares alejados de toda masificación donde sentarse a ir descubriendo sonidos, olores y colores sin prisa en pleno siglo XXI.
Las dos localidades que más han apostado por crear rutas con sus cascadas y utilizarlas como gratas sorpresas turísticas son Duruelo de la Sierra y Covaleda , ambas en Soria. También en Neila (Burgos) las cascadas de hielo dejan con la boca abierta, pero ya son otras aguas aunque el mapa las muestre cercanas.
Las Ruta de las Cascadas de Covaleda contempla tres grandes saltos de agua, es apta para el turismo familiar y en cada estación del año sorprende con un nuevo paisaje. Merece reportaje aparte amén de una visita.
Por su parte las Rutas de las Cascadas de Duruelo de la Sierra, una de ellas ya señalizada, enhebran media docena de saltos de agua con paradas en pozas, hoyas y similares que ayudan a entender la enorme capacidad del agua, aunque sea poca, para modelar el paisaje. En ambos casos la archiconocida Laguna Negra está cerca y es de origen glaciar, lo que apuntan el dinamismo geológico que aún hoy crea el agua en la comarca .
La ruta más sencilla está señalizada y es apta para cualquier público con unas mínimas condiciones físicas, que la cuesta final ni es fácil ni suave. Es posible tomar como base Castroviejo, uno de los parajes más bellos de Castilla y León que sin duda evoca a otros más conocidos como la Ciudad Encantada de Cuenca. Allí hay aparcamiento, una fuente con agua fresca, un espectacular mirador sobre Pinares y unos nuevos miradores –no recomendables si hay vértigo o problemas de movilidad– sobre las rocas que muestran las mejores panorámicas de la mayor masa forestal continua de España. Casi nada para ser ‘simplemente’ un punto posible de partida y llegada.
No obstante el inicio oficial de la ruta está más abajo, en la carretera de subida. El paisaje ya avisa de que en esta zona el agua es bravía y más cuando abunda. En varias de las curvas del camino los pequeños arroyos, si hay poca agua; o torrentes, si abunda algo más, flanquean al visitante.
En la carretera aparece la pequeña zona de aparcamiento de Majafalsa, donde oficialmente comienza la ruta transitando por un camino forestal. Las marcas son blancas y azules y son bastante sencillas para seguir. Desde allí un inicio no muy inclinado lleva hasta el Paso del Chalán o Paso Chalán a secas.
Puede parecer un sencillo puente de madera sobre un riachuelo, pero toca detenerse y paladearlo sin prisa. Ese pequeño cauce es el Duero recién nacido, el mismo inabarcable en Zamora o calmado y generoso en La Ribera. Sí, aquí se cruza en media docena de zancadas y porque el puente es largo para lo que es el río. Aún más, este pequeño paso tiene fama de haber sido de vital importancia histórica para la zona, puesto que la madera que era –y es– fuente de sustento cruzaba así el Duero. De Covaleda salió por ejemplo la materia prima para construir la Armada Invencible, lo que evidencia que la importancia de estos pasos en Pinares va mucho más allá de lo que se ve.
La ruta sigue hacia la cascada de la Chorla . El agua no suele ser muy copiosa pero sí estruendosa en una caída muy llamativa. Las paredes y cubos de roca, moldeada caprichosamente en todo el recorrido, amplifican su sonido que rompe la aparente quietud del denomina ‘mar de pinos’. No hay cueva detrás como tal, pero la senda sí permite situarse tras la cortina de agua y cobijados por un saliente.
Una vez vista, escuchada y fotografiada, el camino sigue hacia otra parada, pero conviene retroceder un poco por donde se vino. No está indicada, pero junto a La Chorla está La Chorlita, otra pequeña cascada que forma una especie de herradura en el suelo. En el mundo del turismo se abusa del término ‘descubrir’, pero aquí no es tópico. Ni es muy conocida, ni habrá muchos visitantes, ni hay una gran flecha para hallarla. Hay que buscar una senda que parte del camino principal y seguir el sonido del agua. Es de estos lugares que además de ser bonitos ‘saben’ el doble de bien por inexplorado.
De vuelta al camino principal y ahora sí, dejando atrás La Chorla, hay un pequeño desvío a la llamada Cueva de las Ventanas. Aquí no hay agua, pero sí un espacio sorprendente en el que la erosión parece simular construcciones fláccidas, al estilo de los famoso relojes de Dalí. También tiene su parte de leyenda y hay quien cree ver un buen punto para celebrar aquelarres o rituales. Algún tejo suelto por el monte refuerza esta creencia, aunque en la actualidad tenga más de ‘carne de Instagram’ que de lugar de invocaciones.
Poco a poco las rocas que flanquean el camino van creciendo hasta conformar un desfiladero. Es la entrada a Castroviejo desde abajo y aquí sí, la cosa se complica a la hora de caminar. La pendiente es bastante elevada y hay zonas donde es relativamente fácil tropezar con los bloques si no se tiene cierta costumbre. Apenas se llevarán tres o cuatro kilómetros en las piernas, pero si no se puede, siempre es sencillo regresar cuesta abajo a Majafalsa, coger el coche y aparcarlo en Castroviejo para evitarse problemas y proseguir la ruta, que ya queda poco tramo.
No obstante y valga la reiteración, Castroviejo bien merece un desvío para disfrutar de sus miradores y vistas –vetados en condiciones climatológicas difíciles–, sus rocas singulares o simplemente merendar cerca de la fuente, que siempre es un placer. En verano, además, se celebra el concierto Músicos en la Naturaleza, que lleva la música clásica a este enclave.
También ofrece otros ramales aunque ya fuera de la Ruta de las Cascadas de Duruelo. Por ejemplo, por aquí pasa el GR 86, el gran anillo senderista de Soria también apto en algunos tramos para bicicletas o caballos. Es otra vía para regresar hacia Duruelo o incluso hacia el punto de partida en un sentido. En el sentido contrario está indicado un hito de los que ‘hacen Comunidad’, el nacimiento del Duero y el Pico Urbión.
Aunque todas estas rutas se cruzan en Castroviejo, conviene planificar con antelación cuál va a ser la salida, puesto que llegar hasta el entorno de los 2.000 metros de altitud y tras una buena caminata requiere más tiempo y forma física que la Ruta de las Cascadas, realizable en apenas dos horas y a ritmo tranquilo.
Para visitar la última cascada de la zona hay que salir hasta el aparcamiento de Castroviejo y, dejando el paraje a la espalda, descartar el camino recto hacia Urbión para tomar la amplia pista hacia la izquierda. Hay que bajar con cuidado por el arcén, que pueden bajar coches.
Es posible ver alguna ternera o cabras que al menos en tiempos se tomaban bastantes confianzas, así que mejor no molestar al ganado, que está en su hábitat. En menos de medio kilómetro se abre un camino señalizado a la derecha y pocos metros después se llega a Cueva Serena . Es una cascada que suele tener agua durante todo el año.
Tras ella se abre una amplia cueva donde más de una vez han descansado las vacas de los rigores del verano aprovechando el frescor y la humedad. Lo habitual es que se pueda entrar sin problemas, permitiendo las siempre curiosas fotos de las cascadas tomadas desde detrás. Y así, en apenas cinco kilómetros se habrá completado una ruta singular, variada y sorprendente.