Décimo aniversario de un sueño cumplido
Sus tintos son de uva tempranillo y se llaman Julián Madruga y Eva. Sus blancos se elaboran con uvas blancas de verdejo, moscatel de grano menudo y godello con la etiqueta de Otero del Águila. Su tierra, la Armuña salmantina. Su pueblo, Tardáguila. Sus precios oscilan entre los 8 y 16 euros. Salen al mercado con un ligero paso por barrica y, por lo general, conservan todo el potencial frutal y primario . Pero son algo más que unos vinos de calidad, son parte de una historia bonita, real y rentable. Cuando nació esta iniciativa algunos pensamos que no pasaría de una anécdota sentimental de amor al vino con un claro componente familiar.
La localidad de Tardáguila es una población salmantina del entorno de la comarca de la Armuña, un término municipal que había perdido ya todo rastro de cepas y de vinos. Precisamente es en este escenario donde Alberto Madruga decide iniciar los pasos de un sueño: elaborar vinos de calidad en su pueblo y dedicárselo a su padre , Julián Madruga. Algo que, desde el inicio, se refleja en la etiqueta y en la razón social de la bodega-restaurante. Alberto y los suyos, en especial María, su mujer, se pusieron manos a la obra.
Lo primero, buscar viñedo en el entorno y garantizarse la materia prima, las uvas con las que elaborar sus vinos (tempranillo, tinta de Toro, malvasía...), construir la bodega y dotarla de los medios técnicos necesarios, como el depósito de inox, equipos de frío y una pequeña nave de envejecimiento para las barricas bordelesas de roble. Además, Alberto conservó la cavidad subterránea, todo ello, con la clara intención de ofrecer un corto pero interesante recorrido para el visitante, el aficionado, el comensal y el comprador. Pero no se quedó aquí. Era consciente entonces, y ahora mucho más, de que ofrecer una visita a una bodega pequeña, humilde, de corte familiar y con muy poca producción era un reto que no contaba con el respaldo natural de las bodegas del sector del vino en la región, es decir, no estaba en el ámbito territorial de una DO ni contaba con compañía sectorial, ya que en muchos kilómetros a la redonda no existían iniciativas enológicas y vitícolas.
Y así entró Madruga en el mundo del vino . Hoy todos reconocemos que lo hizo por la puerta grande, la de la seriedad, la de defender el medio rural y la de demostrar que sí se pueden hacer las cosas bien y con criterio enológico y gastronómico, sin tener detrás famosos ni consejos de administración ni inversores orientales. Todo un reto. Abrir una bodega fuera de los ámbitos naturales y conocidos de la DO debe ofrecer algo más y así se crearon una sala de visitas, un comedor, una cocina… para suplir con seriedad la oferta gastronómica en la copa y en el plato. Y lo ha conseguido. Diez años después, Alberto no solo ha logrado su sueño y realizado el homenaje a su padre, sino que ha demostrado que con esfuerzo y ganas de aprender (tuvo que leer, escuchar y preguntar mucho) se puede elaborar un vino de calidad y abrir las puertas de una pequeña bodega con toda dignidad.
Apenas 10.000 botellas de vino al año completan su producción. El ejemplo de esta bodega armuñesa cuenta con el aval de su regularidad, algo que le ha valido para que sus vinos formen parte de plataformas de promoción como “Salamanca en Bandeja” y cuenten con el amparo de la mención regional Vino de la Tierra de Castilla y León . No obstante, el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Tierra del Vino de Zamora ya estudia la posibilidad de incluir este término municipal salmantino en su ámbito geográfico, lo que proporcionaría el aval definitivo de una DO. Por ahora, el viñedo está entre los retos de futuro. El pequeño restaurante es un magnífico complemento. Reservar con tiempo visita, cata y menú es, posiblemente, uno de los grandes atractivos de la oferta rural salmantina.
Yolanda, la estrella en la cocina de la Churrería
Cogeces es una pequeña localidad vallisoletana enclavada en la comarca de la Churrería, entre el valle del Duero y los pinares de Cuéllar. A finales de los años 80, en el inicio del desarrollo rural, nació allí Maryobeli. Se creaba de esta manera una infraestructura de alojamiento y casa de comidas en un pueblo de cultura pastoril. Nadie imaginaba el devenir de la pequeña casa rural y de lo que iban a proporcionar Yolanda y Modesto.
Lo cierto es que hoy Maryobeli es un ejemplo de alojamiento rural , un apunte obligado en la cocina rural vallisoletana y una referencia en la gastronomía nacional. Y todo porque Yolanda, al frente de los fogones, ha demostrado una capacidad extraordinaria para saltar de cocinera familiar y “guisandera” a la exploración de prácticamente todas las tendencias que imperan en la cocina actual. Concursante en multitud de certámenes, con premios adquiridos. Un torrente de creatividad para crear pinchos, tapas, platos, arroces, tortillas, legumbres, torrijas, cangrejos … No se le ha escapado nada y maneja con destreza todo el arco de sopas, verduras, asados, guisos, carnes frescas y pescados. Se trata de un pequeño comedor que exige reservar con tiempo. La garantía de platos bien elaborados, sin sorpresas en fórmulas creativas.
La cocina de Yolanda convence del entrante al postre con setas, gambas o con el lechazo asado y el bacalao “a la Lupinia”. Sus níscalos y boletus tienen su momento de gloria . Vinos bien elegidos en su carta. En los postres, si ya se salía con el flan, el bizcocho y las natillas, desde hace unos años, con la torrija se supera a sí misma. Yolanda y Modesto convencen por su oficio, por su dedicación y por su sonrisa. Atienden su negocio con la seriedad de una empresa rural que sabe que el hecho de abrir la puerta de su comedor a diario significa insuflar futuro y vida a su pueblo. El lechazo en horno de leña es el mejor homenaje que hace a una tierra de pastores y de ganado ovino. En definitiva, una estrella que brilla con luz propia en la cocina de la Churrería.