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POZO JULIA | PREMIO LA POSADA A MEJOR PROYECTO DE LEÓN

Memoria viva de la vida minera

El Ayuntamiento de Fabero ha reabierto al público esta mina de carbón, una joya del patrimonio industrial

En la fotografía, la alcaldesa de Fabero junto a la Asociación de Mineros que se ha implicado en todo momento como guías turísticos, contando, en primera persona a los visitantes su experiencia en las entrañas de la tierra. En la visita podemos contemplar la imagen sobrecogedora de los monos colgados del último turno de trabajo. / LA POSADA

Publicado por
Henar Martín Puentes

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No hay mejor homenaje al pasado de las gentes que vivieron de la minería que haber conservado intacta la explotación minera que dio de comer y fue motor económico en la cuenca leonesa. Viajar a Pozo Julia es hacer un  viaje en el tiempo cargado de emociones y nostalgias. El silencio, la oscuridad y el increíble estado de conservación de todo el complejo añade aún más realismo a este lugar con encanto que nos retrotrae  a la época de la lucha obrera. A lo largo de la ruta accesible interpretada a través de señalizaciones, los visitantes pueden conocer de primera mano cómo eran las condiciones de los trabajos de los mineros y de sus actividades . «Son instalaciones que te ponen la carne de gallina porque ves que aquí se han jugado la vida por sus familia muchas personas», afirma Mari Paz Martínez , alcadesa de Fabero. 

La historia del Pozo Julia comenzó a escribirse a principios de los años 50 cuando se construyó este pozo vertical de 275 metros de profundidad  por la empresa Antracitas de Fabero. Entonces contaba con tres plantas en los niveles 50,100 y 270. Se accedía por un castillete con ascensor para personas y vagonetas, que hoy es la imagen más representativa de esta mina. Durante casi 200 años esta zona se convirtió en una de las comarcas históricas en la extracción de carbón . Llegó  a alcanzar los casi 3.500 trabajadores en la década de los cincuenta y sesenta . «En Fabero llegaron a vivir de forma directa en torno a 5.000 y 6.000 personas de la mina, sin contar el empleo indirecto que eso generaba», relata la regidora de Fabero. 

La riqueza y estado de conservación de este patrimonio industrial que se conserva en la Cuenca Minera de Fabero fue reconocida hace un año con la declaración de Bien de Interés Cultur al con categoría de conjunto etnológico, siendo la primera cuenca minera de la región en ser protegida .  «Nuestro patrimonio es nuestro medio de vida y parte de nuestro futuro porque vamos a seguir trabajando en ello», asegura Mari Paz Martínez.

En 1991 el Pozo Julia dejó de funcionar. Años más tarde, en 2007, las instalaciones fueron cedidas al Ayuntamiento de Fabero  por UMINSA, la empresa propietaria. Fue entonces cuando decidió revalorizar este patrimonio convirtiéndolo en un espacio que muestra la realidad de una mina que prácticamente mantiene la esencia original, lo cual le otorga una verosimilitud que por momentos nos hace tener escalofríos al escuchar pasajes de la sacrificada vida de los mineros. El amor de las gentes que aún viven en estos pueblos se percibe al hablar de una vida pasada ligada, de una u otra manera, a la extracción de antracita. La propia Asociación de Mineros Cuenca de Fabero fue la que colaboró con el ayuntamiento en poner en marcha este museo minero y reconstruir una galería en el exterior a escala real que reproduce perfectamente cómo eran las condiciones de los mineros en el día a día. 

Sus túneles y galerías han dejado atrás el ruido y el trasiego de otros tiempos para convertirse en un espacio turístico abierto al público. A través del espacio el visitante se adentra en el interior de los diferentes edificios que conforman el complejo como la lampistería, los vestuarios, las salas de compresores y máquinas, el botiquín o la galería reconstruida, entre otros. De esta manera el turista se mete de lleno en las labores del barrenista, del picador, los peligros del grisú o cómo era el sistema de transportes en este tipo de mina. «Lo que más impresiona a la gente cuando viene es el momento en el que se acercan a la boca del pozo y sienten la oscuridad», sostiene Soraya Navarro, técnico de la Oficina de Turismo del Ayuntamiento de Fabero. Un lugar por el que a diario recorrían bajando los mineros casi 300 metros cuadrados . «Antes les poníamos un simulador con vídeo para que sintieran las mismas sensaciones durante el recorrido al interior, eso a la gente le impacta mucho», comentan. 

Una de las partes que más emocionan en este recorrido turístico es el momento en el que el visitante entra en los vestuarios y  contempla los monos del último turno colgados en las perchas. Un sistema que se empleaba para que secara -tenían hasta aerocalentadores-, ya que se cargaba de la humedad del interior del pozo.

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Un viaje sensorial a las entrañas de la tierra que antes de la pandemia, en 2019, atrajo la visita de más de 5.000 personas que salieron impresionados del hiperrealismo  de la visita.