Diario de Castilla y León

El cuarto príncipe de Fuensaldaña

CÉSAR PRÍNCIPE

Publicado por
Javier Pérez Andrés

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No, no es sangre azul, es bermeja. Se trata de una dinastía real. Los Príncipe llevan vendimiando y fermentando varios siglos en ese feudo. Ignacio lleva ahora la corona tejida con hojas de vid y es el mantenedor de una tradición que su abuelo, Eutiquio, le dejó escrita en las paredes de la vieja bodega. Ignacio recogió el testigo del oficio de viticultor y la pasión por elaborar vinos. Algo que hace con bastante acierto.

Conocí a finales de los ochenta a los Príncipe. A Ignacio, a su padre y a su hermano César, que fue amigo de mi recordado Argimiro, ambos de Fuensaldaña, ambos hijos de la viña y el vino. Los dos se fueron, pero desde arriba controlan cuándo pintan las uvas y viene el nublo. 

Esta bodega, César Príncipe, es uno de esos ejemplos de evolución ordenada y exitosa que ha conseguido redefinir sus vinos sin perder la esencia, construir la bodega sin salirse del paisaje y alcanzar, para sus vinos, el aplauso de profesionales. Llevo catando todos sus vinos desde principios de los 90. Vi nacer entre “Nieblas” a su Clarete de Luna. El que sale de noche al mercado. Recuerdo cuando me contaba mi amigo Ignacio el porqué de su nombre: “algunos de noche hacían su rebusca particular, robaban las uvas con nocturnidad para hacerse su vino clarete, el vino de los pobres”. Luego, años más tarde, llegaría el rosado Charlatán, de velo suave y pétalo al viento. Tan del momento.

Los Príncipe son una saga de muchos polifenoles de uva tinta tempranillo. Destaco uno de su tintos por su carga sentimental. Nos encandiló su origen cundo vimos la etiqueta y transcribo el bellísimo relato que Ignacio cuenta con sentimiento: “Sacó su navaja del bolsillo del pantalón, allí, desde que su padre se la regaló cuando era niño, y con ella grabó «debo 13 cántaros a Nicolás»”. Ahí está, sobre la pared de barro, a la entrada de la sisa que pertenecía a su hermano. Era la bodega de sus abuelos, la deuda de vino era para rellenar el tino, huyendo de la oxidación, favores comunes entre vecinos y familiares porque la subsistencia era asunto de todos. La deuda no debió saldarse entonces. Pero Ignacio la ha saldado con creces, pues ese espíritu de colaboración con sus vecinos y la defensa de sus orígenes y de la DO Cigales le ha granjeado el respeto y el cariño.

Pero el vino de culto, el tinto que catapultó a esta bodega, fue y es el César Príncipe, un tinto de corte rabiosamente actual, que mejora en cada añada desde hace dos décadas. Un tempranillo maduro, medido en fermentación y crianza en roble. Es, sin duda, referencia tinta en la DO Cigales. Para el futuro, una garnacha en solitario y en el presente ese verdejo joven y fresco para Ana, en este caso la “princesa” hija de Ignacio. Además, un blanco con uvas de sus viñas fermentado en barrica. En todo ello ha influido el conocimiento de Ignacio y los consejos, desde hace veinte años, del enólogo César Muñoz, curtido en mil fermentaciones en el Duero. Producen en torno a las 125.000 botellas, casi la mitad de tinto.

Cuenta con 45 hectáreas de viñedo, el 30% en Fuensaldaña, el resto en Corcos y en Trigueros. Más de la mitad del total, vasos viejos con medias de 40 años y, además de tempranillo, ese cóctel tradicional en los majuelos de albillas, verdejos y garnachas, entre otras. Y todo ello nace de un suelo rico, no solo en arcilla, arena y cascajo, también en sus bellos topónimos…. como el de Sallana, Matahombres, El Negral, La Majada, El Barco de Abraham, La Parada y La Ladera, a cuyo bautizo asistieron los abuelos de los abuelos de Juan, el cuarto Príncipe de Fuensaldaña y ya incorporado a la gestión de la bodega a la que aporta su “sangre real”, su conocimiento del marketing, el idioma y el orgullo de pertenencia a una dinastía del vino. Juan, eres el cuarto Príncipe de Fuensaldaña y el garante futuro de todo lo conseguido desde tu bisabuelo Eutiquio.

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