Diario de Castilla y León

Catajarros, veintidós años después

Hijos de Crescencia Merino

HIJOS-CRESCENCIA-MERINO

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Publicado por
Javier Pérez Andrés

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Catajarros tiene la sonoridad suficiente como para quedarse en la memoria tras leer la etiqueta por primera vez. En este caso, es un vino rosado de corte moderno que se mantiene sin altibajos desde hace años en sus registros sensoriales. Dos razones que le sitúan entre las referencias de los Cigales modernos de los últimos años. Catajarros ha logrado mantenerse en el mercado con ese toque de modernidad que caracteriza a su etiqueta y a un vino de la gama de los fresas, muy expresivo en nariz sin huir de los cotizados dejes de golosina y esa frescura de un joven rosado.

Todo ello con el asesoramiento de la enóloga Marisol Sainz que, por sus lazos de amistad con la familia, permanece siempre en la trastienda de los hijos de Crescencia desde hace más de veinte años. Pero a todo esto, se une el rasgo principal de los Hijos de Julio y de Crescencia Merino que es el de la raíz, el de la tierra y el de la viña propia. Todo ello dentro del término municipal vallisoletano de Corcos del Valle. Conocí esta bodega hace varias décadas. Recuerdo la vieja viga en la bodega tradicional y la primera vez que me contó Crescencia cómo empezó esta historia de vinos con su hermano Hilario. Tiempos de graneles y garrafas que contribuían a la economía familiar.

Con la incorporación de sus tres hijos, Julio, Eugenio y Alberto, se inició la nueva etapa que hoy defienden con esfuerzo Eugenio y Julio tras el fallecimiento de su hermano Alberto. Y así nació la nueva bodega corqueña que se ha mantenido desde su construcción en la añada de 2000 como elaboradora exclusiva de vinos rosados, aunque esporádicamente también elaboran alguna partida de tintos, siempre bajo el asesoramiento de Marisol. Esta bodega no se ha caracterizado por una proyección de imagen, pero cuenta con el aval de una familia con claras raíces en el mundo del vino.

La bodega comercializa en torno a las 75.000 botellas al año. Las uvas proceden exclusivamente, según Eugenio, de sus propios viñedos que, en un total de 17 hectáreas, se reparten por distintos pagos dentro del término municipal de Corcos del Valle. La mayor parte en las Carretillas y Las Peñas, aunque también tienen viñedos en los majuelos de Canchorral, Escarrafuelles, Miralrío, Pradoval, Barbaldos o Bogas, entre otros. Más del 70% son viñas en vaso con una media de edad de 50 años. La variedad principal es tempranillo con pequeñas porciones de garnacha y verdejo, cepajes que marcan la personalidad de sus vinos. La familia Merino comercializa el 80% de su producción en el mercado de Castilla y León.

El resto llega a los mercados de Levante y del norte, fundamentalmente Santander y País Vasco. La marca Catajarros monopoliza prácticamente su imagen el mercado, aunque mantiene otra que se llama Valdegárate. Eugenio explica que no descarta el volver a elaborar algún tinto de tempranillo, un joven roble para abrir nuevos mercados y satisfacer la demanda de algunos de sus clientes. De lo que no me cabe ninguna duda es que el verdadero valor de esta familia, de su bodega y de sus vinos, es su raíz tradicional y su vínculo con Corcos del Valle y la vitivinicultura de su pueblo. Más de un siglo ininterrumpido en la elaboración de vinos la sitúan entre ese tipo de bodegas que ha sabido dar un salto a la modernidad, pues la apuesta realizada en las tecnologías les ha permitido dar un salto de la vieja viga a los modernos procesos de elaboración en los que, insisto, ha sido clave la mano y el criterio de Marisol, en la definición de los vinos y las prácticas culturales realizadas en los viñedos de la familia Merino. Catajarros cumple veintidós años, veintidós añadas formando parte de la oferta de la Denominación de Origen Cigales con mucha, mucha dignidad.

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