El vino nuevo de los Bartolos
Garnachas de San Bartolomé de Pinares
Fernando Martín y Javier Abad solo son la punta del iceberg de la revolución iniciada en esta parte del Alberche para elaborar vinos de calidad con las uvas de sus propias viñas, que son cepas de garnacha con medias de 60 años. En la foto aparecen junto a tres curtidos viticultores -Liberto López, Lucio Abad y Juan Martín (Juanito)-, tres ejemplos de los muchos bartolos, que, ya mayores, no renuncian a la viña, ya que no la abandonaron, ni vendieron los derechos, ni dejaron de elaborar vino para casa todos los años. Precisamente gracias a esta actividad artesana, familiar y cosechera se mantuvo encendida la llama del vino y de la viña en el pueblo de las mágicas ‘Luminarias’. Un grupo considerable de viticultores liderados por Fernando Martín, motor y creador del diseño que podría convertirse en un vivero para muchos elaboradores (un centenar llegaron a reunirse cuando se presentó el proyecto en 2017), está dispuesto a luchar por los nuevos vinos con Denominación de Origen. El reto es reabrir con nuevos criterios enológicos, pero en el mismo edificio de la Cooperativa local.
San Bartolomé de Pinares está dentro del ámbito geográfico de la emergente DOP Cebreros, lo que ya es una garantía de futuro. A pesar de la pérdida progresiva durante décadas de viñedo -llego a tener más de 300 hectáreas- hoy se cultivan medio centenar de hectáreas de las que ya un 20% están inscritas en el Consejo Regulador, como primer paso para avanzar en la recuperación de las cepas de la tinta garnacha, muy apreciada en el mundo del vino. De ahí el nombre de la iniciativa: ‘Garnachas de San Bartolomé de Pinares’.
En estos momentos se van abriendo puertas cada mes contando con el freno de los dos años de pandemia que ralentizó el proyecto. Lo más importante de este sueño es que por el momento todos los bartolos que lideran esta pequeña revolución del vino en su pueblo son hijos y nietos de aquellos que en el pasado entendieron los cambios y la modernidad de su tiempo al construir el edificio de la cooperativa y elegir este modelo social que implicaba y beneficiaba a todas las familias del pueblo haciendo rentable su esfuerzo y el precio de sus uvas. La cooperativa creada en los cincuenta, fue rentable con los graneles, pero, como tantas en esta región, no se modernizó y atravesó sus malos momentos.
Sucumbió definitivamente en la añada de 2007. Desde entonces los grandes depósitos de cemento, las estrujadoras, prensas, tolvas e instalaciones que fueron vanguardia en los cincuenta se oxidan en silencio bajo las cerchas de hormigón de un edificio que destaca en el caserío urbano de la localidad y que para casi todos los bartolos y bartolas tiene un punto sentimental ligado a estampas de vendimias en familia en los otoños de los años 60 y 70. Ahora toca dar un nuevo impulso con criterios de gestión moderna, lograr que se facilite definitivamente el traspaso a los nuevos viticultores e iniciar el camino del vino nuevo de los bartolos. Lo que supondrá riqueza, actividad agraria y una inyección de vida en medio de la despoblación, además de un absoluto acierto por la calidad de sus suelos y uvas. El puzle de la garnacha de Ávila se va completando. Un buen ejemplo es el de David Martin y Roberto Muñoz -también dentro de proyecto colectivo-, que llevan años elaborando vino para ‘los de casa’ con un buen criterio enológico y rescatando las viejas tinajas de barro que se construían en El Tiemblo y de las que existen más ejemplos en las bodegas del pueblo. Ya suena el violín en la viña perdida y se podan con más ilusión que nunca las garnachas en los pagos de Cañamar, El Roble, Hazas de San Amador, Eras de la Gaznata o Gontarrón, viñas viejas entre otros terruños tan queridos por los bartolos. Ya queda menos para que las etiquetas lleven el nombre de su pueblo y pongan en el mercado moderno al vino de los bartolos en el siglo XXI.