Cepas en familia
RUDELES (PEÑALBA DE SAN ESTEBAN) Viejas cepas y nuevas ilusiones son la receta familiar que puso en marcha Javier Rupérez en 2004 en Rudeles con una gama de Riberas en todos los tonos que cosecha reconocimiento internacional
Las viñas estaban ahí y la sabiduría de los antecesores, también. Sólo falta una ‘chispa’ para que se convirtiese en un vino de altura y llegó hace 17 años. «Rudeles empieza su andadura en 2004. Somos de tradición vinícola desde nuestros abuelos, bisabuelos... y no sabemos cuantos más», relata Javier Rupérez entre las barricas que reposan con caldos del año pasado y las que se estrenan para este 2021.
«Hubo una época en la que dejó de hacer vino mi padre en los lagares antiguos de piedra, con su viga. Hará unos 45 años. La uva que teníamos, tanto mi padre como mi hermano la siguieron cultivando y afortunadamente ahora tenemos las viñas viejas de nuestro abuelo en producción. Decidimos que cambiábamos, que hacíamos una pequeña bodeguita y probábamos a ver qué tal». El resultado, la bodega Tierras el Guijarral en Peñalba de San Esteban, conocida ya internacionalmente por la gama Rudeles.
Así, se asoció con su hermano Antonio y sus cuñados Marcos Espinel y Juan Martín del Hoyo y recogieron lo sembrado. Sus vinos comenzaron a añadir brillo a una Ribera del Duero soriana en plena pujanza. «Soria ahora mismo es la zona más ‘golosa’ de nuestra franja de Ribera. Bodegas importantes están comprando terrenitos o alguna viña para tener aquí. ¿Qué es lo que tiene de diferente Soria? Al final son sus condiciones climáticas. Estamos un poco más altos y al final se refleja en la climatología. Esto es más rudo y no se aseguran las cosechas igual, y eso da otra personalidad a los vinos».
«También tiene que nos hemos quedado con bastante viñedo viejo». De hecho, de las 20 hectáreas que trabajan, 12 son de vid vieja. «Es más fácil de trabajar la viña nueva, pero las características del viñedo viejo, la profundidad de las raíces que pasan por muchos sustratos diferentes, proporciona una mineralidad a la uva mucho más compleja y se transmite en el vino». Entre risas, pero con sapiencia, asevera que «en la bodega se puede estropear mucho, pero para mejorar mucho no da».
Una de las singularidades de Rudeles es que fue pionera en el blanco de Ribera. «Lo trabajamos desde 2004. Hicimos un primer blanco, Valdebonita. El primer año hicimos poco de todo, fueron 4.000 botellas de tinto y 600 de blanco. Empezó a funcionar bien, hemos ido haciendo un poquito más de todo y el blanco ha sido fenomenal. Fuimos unos de los pioneros con otras dos bodegas».
En algunos casos «nuestros abuelos plantaron viñas mezcladas. En una misma parcela está el tempranillo o tinta del país, está el albillo que es la blanca y la garnacha que es otra variedad. Todo eso está en la misma viña y lo que hacemos es vendimiar tres veces. Pueden ser como un campo de baloncesto», pequeñas parcelas con personalidad propia. Se nota en la bodega. Cada variedad, cada origen, tiene su barrica y su «mimo» para que desarrolle sus matices particulares y reconocibles.
Llegaron los premios y reconocimientos para sus caldos fuese cual fuese el color. Zarcillos de Oro, una buena colección de Zarcillos de Plata, caldos con 92 y 93 puntos en Parker o Peñín... Y el favor del público. «Lo más bonito que hemos oído es ‘seguid así’». Además, se dice en varios idiomas, porque Rudeles llega a Estados Unidos, Australia, Japón, Singapur, Taiwán, China, Polonia, Alemania, Inglaterra, República Checa o Rusia. «Ahora realmente, en esta época tenemos un 70% más de ventas en exportación que en España, pero la gente empieza a salir y se vuelve a recuperar».
«El mensaje es importante», detalla Javier. «Aquí en Soria tenemos buenos productos y se refleja». Algunos se quedan en la tierra, como confiesa. «Tengo unas poquitas botellas de Rudeles 2004, que es nuestro primer vino y una de las mejores añadas. Tengo tres o cuatro para momentos muy especiales». Ampliación sin perder la identidad
La andadura de Rudeles y la gran acogida ya han llevado a sus socios a promover una pequeña mudanza, construyendo una nueva bodega muy cerca de la actual y sin salir de Peñalba de San Esteban. «Estamos esperando todos los permisos para poder mudarnos. La idea es empezar las obras en cuanto esté el último permiso. En cuanto nos den el visto bueno -el Ayuntamiento ya lo ha dado- empezaríamos las obras aquí cerquita, a 500 metros», con algunas bodegas tradicionales enmarcando el paisaje.
A pesar del cambio, la marca quiere ser fiel a su esencia. Más cantidad, sí, pero sin perder las virtudes que le han acompañado en esta singladura. «Dentro de 10 años, espero seguir en la misma línea. Nuestra idea es incrementar un pelín la producción. A la vez que nos mudamos de sitio, un poco también por movilidad para estar en un lugar más funcional y un poco más vistoso. Nuestra idea es incrementar pero no mucho, a lo mejor un 40%, pero poco a poco y manteniendo los procesos. Al final los procesos de vendimia son manuales, de cuidado de la viña son manuales. Y que el vino aquí siga siendo el mismo», sentencia Javier Rupérez.
Javier en una de las pequeñas parcelas en las que nace Rudeles, en este caso con cepas de 131 años, una de las claves de los múltiples matices en los vinos de Peñalba de San Esteban / A. C.
Obviamente los tiempos han cambiado. «De nuestros abuelos y lo que recuerdo de nuestros padres no es el mismo estilo de vinificación, pero sí que se ha mantenido la forma de hacer en la viña prácticamente igual que como lo hacían ellos». De hecho, tanto la viña vieja como la nueva se cultiva sin regadío. La vendimia de 2021 ha sido inferior a la media «pero esto es así. Es parte de la esencia de este vino. Una añada no es igual que la otra, cada una tiene sus matices», señala mientras el coche se acerca a una de las parcelas.
Hacerle una fotografía entre las viñas es complicado. Javier está en su ‘hábitat’ y no para quieto, mirando y partiendo sarmientos para comprobar su estado. Mientras, desgrana cómo la orientación de cada parcela le hace resistir mejor o peor las heladas en función de a que hora el sol rebasa los montes aledaños y los rayos inciden sobre las hojas. Sabiduría ancestral.
Son viñas pequeñas y algunas de ellas dan nombre propio a los vinos que acunan sus sarmientos. «Es una pena la cantidad de viñedo que había. ‘Toda esta ladera de este cerro eran todo viñas’. Y ahora no quedan tantas. Nosotros podemos también repoblar esas viñas pequeñas que se habían perdido. Pero queremos recuperar con un palo de aquí», injertando de las vides autóctonas para mantener su esencia. Ampliar y crecer, sí, pero con cabeza y fidelidad a la tierra en la que arraigan tanto las cepas como su familia.