El resurgir de la garnacha
En 2008 Daniel Landi y Fernando García apostaron por la recuperación de cepas viejas de garnacha con monovarietales únicos y exclusivos
Corría la década de los 80, época de cambios y transformaciones en una España que daba sus primeros pinitos en la democracia. Aquellos que nacieron en los tiempos del ‘Yo fui a la EGB’, que crecieron a la sombra de Heidi, Naranjito o de las míticas series como ‘V’ seguramente sepan enseguida tararear aquella mítica sintonía de dibujos animados japoneses compuesta por Parchís «comando G, comando g, simpre alerta está». Dos de aquellos niños que hoy superan la cuarentena lideran una de las bodegas más singulares: ‘Comando G ’. El nombre no es baladí. Además de hacer un guiño a ese pasado nostálgico, hace referencia a las tres iniciales que resumen su proyecto: Gredos, Granito, Garnacha. «Con el nombre quisimos unir esos tres elementos con el hilo conductor de los dibujos con el que quisimos quitar hierro al asunto de los vinos como algo snob o rural», rememoran sus creadores.
Su historia arranca en 2008 atraídos por la belleza de los pueblos rodeados de bosques de castaños y robles. En 2009 comenzaron trabajando una tierra yerma en Villanueva de Ávila, un precioso paraje de la Sierra de Gredos (Ávila) para elaborar monovarietales en los que ennoblecen la garnacha y que hoy viajan por más de 40 países. Se han rendido a sus pies de esta bodega que se asienta en Cadalso de los Vidrios los más prestigiosos gurús del vino. El Master of Wine Fernando Mora se refirió a ellos como «los héroes de la Garnacha en Gredos». Y no es para menos. En este tiempo han obrado un milagro en una zona a la que hoy ponen sus ojos muchos pero que hace una década estaba abocada al abandono.
Comando G trabaja 10 hectáreas que se asientan sobre granito y 3 sobre pizarra ofreciendo una estampa completa de los distintos suelos y paisajes de esta zona abulense que dan como resultado una producción de edición limitada de 50.000 botellas al año. «Los tiempos han cambiado, los avances tecnológicos han traído ventajas pero también más ruido. Nuestro proyecto ansía la pureza de los momentos, es el reflejo de eso. Trabajamos en orgánico buscando la identidad y el alma de cada suelo, respetando la variedad y las características propias de cada terreno», comenta Fernando al otro lado del teléfono en una de sus intensas jornadas en el campo. Es difícil poder localizarles estos días durante los trabajos de poda de invierno en las zonas agrestres donde se ubican sus cepas que rondan los 80-100 años de edad y se sitúan entre los 900 y los 1.240 metros de altitud. «La media tiene 60 años. Muchas de las viñas se plantaron durante el boom que se produjo en Gredos en torno a 1920, antes de la guerra civil.
Después, a partir de los años 50, se produce el éxodo rural y con ello muchas caen en el abandono», explica. El precio de la uva no resultaba tampoco rentable en un lugar que exige una laboriosa labor con la ayuda de caballos como en otros tiempos. Disponen de dos yeguas para labrar las tierras. Para hacerse una idea de la diáspora que vivió esta zona, en los últimos 20 años se pasó de recoger entre 6 y 10 millones de kilos de uva, a los 300.000 -400.000. En este tiempo han conseguido no solo colocar en el mapa este entorno vitivinícola olvidado, sino que han sido artífices del resurgir de la garnacha, otorgándole el valor y el reconocimiento que esta uva merecía. «La garnacha era una uva más enfocada a mezclas; cuando empezamos a trabajar con ella tenía todos los adjetivos descalificativos: amarga, áspera... era otra época, se magnificaba más el tempranillo. Al final vimos que se necesitaba más finura, más delicadeza, casi hay que tratarla como un blanco en las temperaturas de fermentación, con pocos trasiegos en los que se busca tanino dulce; lo bonito de la garnacha es que sea más jugosa más floral», comenta este enamorado de los parajes lunáticos que pueblan esta cadena montañosa en el que han asentado sus raíces.
En 2016 su Rumbo al Norte obtuvo los codiciados 100 puntos Parker. Su botella pasó a duplicar su precio en los mercados, hasta de los 125 a los 199 euros. Y es que solo se elaboraron 1.361 botellas.
En 2018 Rumbo al Norte vuelve a lograr lo imposible, los 100 puntos Parker, rozando el cielo de los dioses y colándose entre joyas maestras como La Faraona o el mítico Pingus. «Los puntos son importantes es un reconocimiento a tu trabajo. Te tiene que acompañar sin obsesionarte», asegura.
Álvaro Palacios, Peter Sisseck, Raúl Pérez o Telmo Rodríguez han ejercido de maestros en la trayectoria de viticultores trashumantes enamorados del savoir faire de los vinos de Francia e Italia. Buscan la autenticidad de cada parcela, de cada minúsculo suelo, sin intervencionjismos ni artificios. Elaboran bajo la etiqueta de ‘Ecológico’ empleando los principios de la agricultura biodinámica, buscando entender la naturaleza, consiguiendo maduraciones equilibradas para elaborar vinos frescos y elegantes.
Para entender todo este proceso hay que remontarse al año 2005 cuando Daniel y Fernando coinciden en Master de Enología de la Politécnica de Madrid. Daniel procedía del campo de las Humanidades, es licenciado en Filosofía; Fernando de las ciencias puras, es ingeniero agrónomo. Anteriormente, Daniel trabajó con su primo José en la finca familiar «Jiménez-Landi» en Méntrida. Daniel quería hacer sus propias cosas y decidió ir solo hasta que se topó en el camino con Fernando.
Juntos establecen una amistad que les lleva a compartir puntos de vista. Comienzan a viajar al Bierzo, el Priorat y otras zonas como la Borgoña, el Loira, el Ródano, Sicilia, a Barolo. Reivindican la palabra ‘rural’ y artesano’ por encina de todas las cosas, sin complejos, en una filosofía que sirven en botella. «Nos gusta mucho la precisión, ser concisos y directos en una zona». Se sienten orgullosos del cambio que se ha producido en los últimos 10-15 años en España en la manera de entender los vinos. «Hemos puesto en su sitio a cada variedad, la hemos entendido. Con el tiempo se ha ido demostrando que no hay que denostar a las otras variedades en una rica paleta de colores», comenta. Viñadores con esencia
Ellos forman parte de una nueva generación de jóvenes viñadores o vignerons que han decidido mirar la autenticidad de sus elaboraciones. «Nos sentimos más bien artesanos. Trabajamos sobre una materia prima que modelamos, que mimas y cuidas al detalle, no creamos nada», sostiene. En su perfil de Instagram que siguen 10.800 seguidores puede leerse que cada añada es un verso en blanco. Ellos ya superado 12 añadas, cada una diferente y singular pero con la misma pasión.
En total cuentan con más de una decena de elaboraciones entre las que destaca La Bruja de Rozas, un vino de pueblo mezcla de viñas accesibles de paraje de montaña; al «vino de paraje» Rozas 1ºCru, de concepto borgoñón, procedente del mismo pueblo, pero con una selección de uva más exhaustiva. El resto de la gama de Comando G son «vinos de parcela», de producción muy limitada, procedentes de parcelas que no superan una hectárea de extensión: Las Umbrías (Valle del Tiétar), La Tumba del Rey Moro, Rumbo al Norte, La Breña (Valle del Alto Alberche), además de El Tamboril, una parcela de 0,8 ha, también en el Alto Alberche, que da lugar a tres vinos, un blanco, un tinto y un blanco criado sobre velo que aún no ha llegado a comercializarse. Por fin, esta larga colección de vinos singulares concluye con El Reventón y Las Iruelas, también tintos de parcela procedentes de Cebreros y El Tiemblo que hasta la fecha han salido al mercado firmados solo por Daniel Gómez Jiménez-Landi Viticultor.
Los sueños para esta pareja de viñadores pasan por plantar viñas como legado a las nuevas generaciones. Han colaborado desde 2014 a 2019 como asesores en tierras gallegas en Viña Meín. En la actualidad cultivan 2 hectáreas en propiedad y dentro de poco verán la luz sus primeros vinos. «Con estos vinos queremos expresar en una botella lo que es O Ribeiro», dicen sus creadores convencidos de las posibilidades para elaborar blancos a la altura de los mejores del mundo.