Diario de Castilla y León

BELONDRADE

El francés que se fijó en La Seca

Belondrade y Lurton revolucionó en 1994 el mercado del verdejo con uno de los mejores blancos. Emplea técnicas borgoñonas en la meseta castellana

Didier Belondrade. | LA POSADA

Didier Belondrade. | LA POSADA

Publicado por
Henar Martín Puentes

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Es un enamorado de España pero por mucho que lo niege, monsieur Belondrade, fundador de la emblemática bodega de la DO Rueda, desprende en su manera de hablar esa sutil elegancia francesa en cuanto tratas con él. Nos recibe en la bodega inaugurada en el año 2000 en La Seca (Valladolid), una moderna instalación rodeada de viñedos en la ‘Quinta San Diego’ , donde se ha cuidado todo al detalle. El hormigón y la madera mandan en este proyecto con grandes ventanales, diseño del también arquitecto francés Vicent Dufos du Rau .

Didier Belondrade (Montauban, Francia, 1951) está considerado como ‘l´enfant terrible’ en estos parajes de la meseta castellana. Quizá por ese espíritu inconformista y rebelde que ha demostrado en su vida. Hace 25 años decidió dejar atrás un trabajo como alto ejecutivo en Air France (fue Director de Comunicación), para aterrizar en la Castilla humilde y amarillenta. Su sueño era crear un vino blanco diferente y único aunque en el fondo confiesa que buscó un vino para vivir en nuestro país. 

Se enamoró de la variedad autóctona de la uva verdejo en una visita a un amigo suyo en Andalucía en el año 1992, que le dio a degustar un verdejo joven. Quiso crear su propio vino que se diferenciara de otros del mercado experimentando con las técnicas borgoñonas. Algo que ha conseguido. Su ‘Belondrade y Lurton’ –principal referencia de la bodega– está considerado como el ‘Vega Sicilia’ de Rueda. «Estoy bastante orgulloso de todo lo que he conseguido. Cuando arranqué este proyecto nadie imaginaba que íbamos a llegar tan lejos», comenta la mañana que nos recibe en sus instalaciones, mientras contemplamos las vistas de su château desde una de las estancias que se sitúa unos 750 metros de altitud y a poca distancia del río Duero a su paso por Tordesillas.  

En un principio se asentó en la localidad de Nava del Rey (Valladolid) donde comenzó en  1994 a hacer vino. En 1997, el  ‘Belondrade y Lurton’, se estrenó en el mercado con la cosecha de 1995 y, desde el primer año, lo colocó en manos de los mejores distribuidores y restaurantes de España, incluido El Bulli. El precio de la botella ronda los 29 euros. 

«El vino es un mundo de sueño. Es un encuentro de gente que se reúne para celebrar éxito, un amor o una amistad. Es sinónimo de alegría y de placer», señala. Lleva 25 añadas elaborando blancos que han hecho soñar a sumilleres y clientes de todo el mundo. Restauradores con estrella Michelin y afamados cocineros cuentan en su carta con este verdejo fermentado y criado con sus lías en barricas de roble francés. 

La vida de Didier, como la de la mayoría de los mortales, es el resultado de una suma de aciertos, accidentes, éxitos y duelos. La pérdida de un hijo por muerte súbita a los tres meses de nacer, le dejó una herida en el alma imborrable. Quiso empezar de nuevo. España era el lugar donde emprender su sueño. Una tierra que desde niño había admirado.

Enamorado de España

La culpa de aquel enamoramiento que profesa hacia la cultura de Cervantes la tiene un profesor de español, hijo de unos emigrantes, que le enseñó desde niño la cultura española . «Nos hablaba de la Casa de las Conchas, del Quijote, Unamuno, Covadonga. Me entusiamaba. Cuando he ido a Salamanca y he contemplado esa belleza que está tan cerca de aquí me impresiona», dice con su característico acento del otro lado de los Pirineos. Sus tres hijos –Apolonia, Jean y Clarisa– tienen un segundo nombre español: Montserrat, Sanche e Inés. 

La pasión que desprende por las raíces españolas se traslada a la hora de hablar de los vinos de Jerez, el flamenco o los toros . Hasta la imagen de la bodega es un hierro diseñado a imagen y semejanza de las ganaderías. En él se refleja un gallo invertido, en un guiño hacia su cuna. 

«Tu vida, con todos los matices que hemos heredado de la educación recibida por nuestos padres, no hay que desperdiciarla», dice este empresario del vino que ostenta, además, el título de Cónsul Honorario de Francia

Didier se ha impregnado durante este cuarto de siglo de nuestras costumbres, nuestro arte, nuestra cultura, pero mantiene intacto ese acento francés tan característico que confiere un aire más sofisticado y chic, si cabe, al vino que elabora. 

El amor que pone al terruño se nota al hablar en sus ojos. «Cuando me preguntan cuál es mi vino preferido siempre digo que espero que sea el de la próxima añada. Pienso que siempre hay que superarse», dice este optimisma nato. 

La filosofía de Belondrade no se entendería sin su respeto y amor por el campo. Desde el año 2010 la viña cuenta con la Certificación Ecológica. «No nos obsesiona la certificación, lo hacemos como filosofía de vida», sostiene Didier. 

Defensor de una viticultura sostenible y respetuosa hacia el medio ambiente, Belondrade practica una viticultura ecológica en la que no se aplican ni herbicidas ni pesticidas. De esta forma fomentan la biodiversidad del viñedo y se acercan a la expresión más natural y auténtica del ‘terroir’. «Al final es como la crianza de los hijos. Cada uno tiene su propia personalidad.  Hay que dejar sacar su autenticidad, la verdad que lleva cada uno de ellos, cuidándolos pero sin intervencionismo». 

Cuidado del campo

En las cepas es donde nace todo el proceso. «No hay buen vino sin una buena uva. Eso está clarísimo», asegura. Su vino de guarda se elabora con la uva que ellos mismos cuidan en las más de 40 hectáreas de viñedo que tienen repartidas entre las 23 parcelas que salpican los alrededores del municipio lasecano. La vendimia se realiza manualmente bajo las órdenes de la enóloga de la bodega, Marta Baquerizo , directora técnica desde 1999. 

La elaboración de sus vinos es un cuidado obsesivo por la materia prima. Sus 23 parcelas conforman un mosaico de terruños característicos que proporcionan diferentes mostos en función del tipo de suelo , unos más arcillosos, otros más calcáreos, otros más pedregosos, además de otros factores como su orientación, edad, poda, o incluso el empleo de injertos y clones. «Cada uno tiene su propia identidad. Una parcela arenosa te dará unos matices diferentes a una parcela arcillosa», explica. 

El clima continental característico de la zona le aporta unos matices y personalidades diferenciadas en cada añada. «El vino es algo misterioso, cada año es diferente porque la climatología cambia. Un buen vino no se repite nunca», asegura. 

De cada parcela se selecciona minuciosamente a mano la uva que es trasladada a la bodega para su posterior segmentación y fermentación en barricas de roble francés procedente de diferentes tonelerías. Todo ello con la finalidad última de que le aporte diferentes matices. «Aquí es donde jugamos con los taninos y tostados de la barrica. La madera es un recipiente micro-poroso, da diferentes micro-oxigenaciones», comenta Didier. Su vino madura de forma separada por parcelas en barricas sobre sus lías durante 10 meses. Durante ese tiempo son frecuentes los batonnages

Tras la crianza, realizan diferentes catas para hacer un assemblage final. «Cada lote es un vino diferente. La barrica, la parcela, las levaduras que ha desarrollado son diferentes. Catamos todo para ver qué vino vamos a guardar para quedarse en Belondrade. El resto lo apartamos para la elaboración de Quinta Apolonia». Se realizan como mínimo 2 catas anuales con el fin de conocer el estado de los vinos y dirigir su evolución. La primera se realiza en enero, después de la fermentación alcohólica, donde se seleccionan los mostos que pasaran a formar parte de los distintos vinos, y una segunda cata, a finales de junio o principios de julio, de los vinos que están realizando la crianza en madera. Las catas forman parte de un importantísimo proceso sobre las decisiones a tener en cuenta para una mejora continuada de los vinos de los próximos años. Gracias a estas catas se van separando las barricas por lotes, según sus características organolépticas comunes.

El vino que es elegido para  ‘Belondrade y Lurton’ permanece como mínimo 5 meses en botella antes de salir al mercado. Se trata de un vino elaborado para poder consumirse en los próximos 6 u 8 años en los que mostrará todas sus cualidades. El resultado es un vino elegante, integrado, untuoso y que expresa la complejidad que aportan los diferentes terruños. En la actualidad, la producción media del buque insignia de la bodega está entre las 95.000-100.000 botellas : 1500-1900 magnum; 120-160 doble magnum y de la edición Imperial (6 l) una media de 50.

Apolonia y Clarisa

Junto a ‘Belondrade y Lurton’ conviven sus otras dos referencias que llevan el nombre de las hijas de Didier. ‘Quinta Apolonia’ es fruto de un assemblage, entre un tercio de vino fermentado en barrica y dos tercios fermentados en depósito de acero inoxidable. Es la interpretación más fresca, joven y varietal de su filosofía. Un verdejo fresco y vibrante que no renuncia a las notas cítricas del que se realizan al año en torno a 60.000 botellas

La familia Belondrade la completa ‘Quinta Clarisa’ , el vino más atípico que elabora la bodega. Está a caballo entre un rosado y un vino tinto de ligera extracción. Una «debilidad» personal de Didier que está elaborado con uvas de la variedad tempranillo . La vendimia se realiza de una sola vez y tan solo se usa el mosto flor de su vinificación. El resultado es un vino de nariz afrutada, color granate e intenso. Cada año embotellan alrededor de 6.500 unidades. 

Con cinco lustros de historia a sus espaldas, la bodega afrancesada de Rueda mira al futuro con el relevo generacional en la mente. El único hijo  varón de Didier, Jean, de 30 años, lleva tiempo involucrado en Belondrade y en un horizonte no muy lejano tomará el relevo para seguir liderando esta bodega que elabora vinos de Rueda con pasión española y alma borgoñona.

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