JOSÉ CARLOS PLAZA
«Hacía mucho tiempo que no veía en españa tanta podredumbre moral»
Director. Premio Nacional de Teatro en 1967, 1970 y 1987, el director pone en pie en el teatro Calderón los días 7, 8 y 9 de febrero ‘Divinas palabras’, el clásico de Valle Inclán, en coproducción con el Centro Dramático Nacional. Sobre el escenario Maria Isasi,Javier Bermejo o Ana Marzoa
Escrita en 1919 y estrenada en 1933, Divinas palabras se ha convertido en una de las obras más representativas de Valle Inclán y en todo un clásico del teatro español contemporáneo. El director José Carlos Plaza (Madrid, 1943) vuelve a poner en pie este texto en coproducción con el Centro Dramático Nacional. En ese ambiente sórdido que envuelve la Galicia de los años veinte, se produce una danza entre la vida y la muerte a través de un mosaico de personajes sórdidos y miserables. Divinas palabras llega al teatro Calderón los días 7 y 8 (20,30 horas) y el día 9 (19,30 horas). Sobre el escenario: María Isasi, Javier Bermejo, Alberto Berzal, María Heredia, Chema León, Carlos Martínez-Abarca, Ana Marzoa, Diana Palazón, Luis Rallo, José Luis Santar y Consuelo Trujillo.
Pregunta.– Es la sexta vez que se enfrenta a esta obra. Desde su primer montaje en 1976 no ha dejado de darle vueltas para aprovechar todo su potencial. ¿En qué radica el atractivo y riqueza de esta inmortal obra? ¿Qué encuentra en ella?
Respuesta.– Es un pozo sin fondo. El autor, con su talento de distorsionar la realidad, hace en Divinas palabras un retrato de España. Valle supo mostrar el gran charco de nuestro país colocando un microscopio para que veamos todos los parásitos que hay en él. Esta biopsia de la sociedad es universal y está hecha desde un punto de vista artístico y con la línea del humor negro de Solana, de Goya, de Buñuel y hasta de El Roto.
Además, Valle Inclán inventa un lenguaje nuevo y una poética extraordinaria y, a través de esa musicalidad, nos traslada al horror de una España tan absurdamente depravada e indigna.
«Valle mostró el gran charco de españa colocando un microscopio para ver todoslos parásitos»
P.– Es curioso que esta ‘Tragicomedia de aldea’ –como la subtituló el autor–, y que ni siquiera fue escrita para ser representada, haya cumplido cien años gozando de una salud inquebrantable erigiéndose en una de las cumbres del teatro contemporáneo. ¿Este hecho supone una presión añadida a la hora de subirla a las tablas?
R.– Esa indiferencia de Valle Inclán hacia un resultado práctico sin importarle si esa creación le iba a rendir cuentas –algo muy diferente de lo que pasa ahora– la convierte en una obra maestra. Poner en escena una obra tan importante y de tan alto calibre te obliga a un rigor máximo, a una mayor severidad en el montaje donde no está permitido nada superfluo porque Valle tampoco lo permite.
P.– Son ‘Divinas palabras’ pero también mayores. ¿Cómo se enfrenta un director a palabras tan exuberantes, tan rotundas, tan brutales como las de Valle Inclán?
R.– Estudiando mucho el texto y las raíces de las palabras para saber por qué Valle utilizó esas y no otras y por qué los personajes se expresan con esos modismos, a veces desde el latín, a veces desde el madrileñismo, a veces desde el galleguismo... Lo importante es conseguir que el actor las haga suyas y no parezcan impuestas.
P.– Todo ello, además, en una obra en la que se abordan temas como la muerte, la avaricia o la lujuria, reflejo de una España de principios de siglo pasado y donde no había lugar para los valores éticos.
R.– Completamente de acuerdo pero eliminando lo del siglo pasado. Yo creo que la obra sigue plenamente vigente porque retrata una España que continúa existiendo. La España de Valle no es una España muy diferente a la actual. Aunque con más aire de modernidad, los instintos de avaricia, de odio, de codicia y de rencor están muy presentes en esta España de la envidia donde se cuenta una mentira y nadie paga por ella y donde los valores políticos no se llevan a la práctica. Hacía mucho tiempo que no veía en España tal cantidad de podredumbre moral. Me quedo boquiabierto con lo que está pasando.
«’Divinas Palabras’ es una obra que toca directamente el corazón y de la que nadie sale inmune»
P.– ¿Los grandes autores suelen ser los que nos ponen más en contacto con lo terrenal?
R.– Su legado está lleno de realidad y de actualidad ya que ponen el dedo en la llaga. Por eso son clásicos y se mantienen vivos. En Divinas palabras hay tres grandes dioses: el poder económico, el poder eclesiástico y el poder legislativo. Son tres protagonistas que curiosamente no aparecen nunca en la obra. Lo que vemos son las consecuencias. Sus representantes en la función son un pequeño juez, un sacristán y un guardia civil que son las pequeñas muestras de esos grandes poderes que oprimen al individuo. Y ahora mismo, en el siglo XXI, estos grandes ‘dioses’ siguen siendo los mismos. La utilización que se hace de la justicia es uno de los grandes males que tenemos, la iglesia hace un daño terrible a la sociedad y del dinero mejor ni hablamos.
P.– Es una obra agresiva, a veces brutal, aunque en el texto de presentación se refiere a ella como un ’Poema de amor al ser humano’. ¿No es algo contradictorio?
R.– Es una obra muy dura, muy acre, muy fuerte, con un punto desagradable, hiriente y chirriante. Es un pozo podrido, terrible, pero también es un poema de amor al ser humano, un canto de amor al arte gracias a ese lenguaje y a esas imágenes que él compone. Al crear esa maravilla, Valle nos hace creer que el ser humano es capaz de salir de su charco. La obra es una explosión de belleza poética insuperable.
P.– Dirige un estupendo y amplísimo elenco. Me imagino que poner sobre las tablas a un mosaico de personajes tan variado no habrá sido sencillo.
R.– Once actores interpretan a una treintena de personajes. María Isasi (ha sustituido desde hace unas semanas a María Adánez en el papel de Mari Gaila) hace un trabajo extraordinario, su interpretación está llena de sensualidad y de fuerza. Todos los personajes hacen trabajos muy complejos y tremendamente hermosos y espero que, como está ocurriendo en el resto de la gira, la gente disfrute. Divinas palabras toca directamente al corazón y nadie sale inmune de esta función.