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Alonso, de 9 años, acosado en el colegio: «Es un mierda, que nadie hable con él»

De repente se enfadaba en casa sin motivo, llegó la ansiedad y el no querer ir a clase hasta que sus padres descubrieron que sufría bullying. Terminó cambiando de centro en Castilla y León

Un niño sentado en el suelo.PHOTOGENIC

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Valladolid

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«Mamá, castígame con lo que sea pero por favor no me lleves al colegio», le suplicó el pequeño Alonso a su madre cuando apenas tenía 6 años. A la vista de sus padres era un niño más en un colegio más. Hasta que «de repente pasó a estar irritable todo el tiempo y a enfadarse muchísimo en casa». «Al poco de empezar primero de Primaria se enfadaba muchísimo con nosotros y el equipo de orientación determinó que tenía unos niveles de ansiedad muy elevados», cuentan sus padres.

Tras mucho insistir, descubrieron lo que pasaba porque otra madre dio una pista en una reunión: «En el recreo un niño era un rey, tenía dos guardaespaldas y también esclavos. Mi hijo era su esclavo», relata Teresa sobre un acoso que su hijo sufría en un colegio de un pueblo de otra comunidad cercano a Castilla y León, un bullying que cuando se trasladó a esta Comunidad volvió a repetirse. «Le decía palabras muy duras como ‘eres un mierda, no sabes hacer nada, no sabes correr, ni saltar, nadie va a ser tu amigo’, y a los otros les decía ‘con este que no hable nadie, no os acerquéis a él'». Ya con siete años consiguió exteriorizar alguna de las cosas que le preocupaban. «Llegaba a casa, cerraba la puerta del baño y se metía en la bañera a llorar más de una hora».

El pequeño está a punto de cumplir 10 años, cursa cuarto de Primaria en un centro escolar de una de las nueve provincias de Castilla y León, que su familia prefiere ocultar para preservar el bienestar del menor, al que para este relato se llamará Alonso y cuya madre en realidad tampoco se llama Teresa.

«A partir de enterarme fue una lucha contra una pared. El niño comenzó a ir a terapia y a la psicóloga le costó tres meses que se abriera porque llegó un momento que él lo vivía como una situación normalizada. El acosador de nuestro hijo llevaba haciéndole daño desde la guardería, pero no lo sabíamos», cuenta una madre que ante la falta de reacción del colegio optó por cambiar de aires a mitad del segundo curso de Primaria y venirse de una vecina comunidad a Castilla y León para empezar de nuevo. Pero en vez de comenzar, volvió atrás. «Buscamos trabajo y nos mudamos en marzo de 2022. Sacamos a mi hijo del pueblo en el que había nacido con la esperanza de dejar todo eso atrás».

Terminó bien segundo de Primaria en un colegio castellano y leonés, parecía que integrado, pero la tranquilidad apenas duró unos meses. «Lo que yo pensé que iba a ser nuestra salvación se convirtió en otra pesadilla porque volvió a sufrir acoso escolar».

La presidenta de la Asociación Salmantina contra el Bullying y el Ciberbullying (ASCBYC), que atiende a personas de todas las provincias, y también es presidenta de la federación nacional, Carmen Guillén, explica que este caso contiene dos aspectos que «lamentablemente son frecuentes»: «Muchos padres deciden cambiarse de provincia o comunidad y el que vuelva a repetirse y sea de nuevo víctima se explica también porque hay veces que se arrastran mochilas y van a otros sitios y vuelve a pasar. Los niños detectan esa vulnerabilidad y la aprovechan».

Así que arrancó tercero de Primaria en el colegio nuevo de esta Comunidad y, sin esperarlo, las viejas señales conocidas por los padres del pequeño resucitaron. «De repente, volvió a manifestar ataques de ansiedad. ‘Estoy malo, no puedo ir al colegio’. Volvieron los nervios, los fuertes dolores de tripa, diarrea, el mal humor... Salió un día del colegio con una cara que no era su cara, le pregunté y explotó en llanto. Dos niños se metían con él constantemente, le ponían zancadillas, le empujaban y le daban patadas». Pero por si esto no fuera bastante cruel, había más. «No me quería decir nada, pero se quitó la camiseta y en el cuello tenía marcas rojas. Mientras uno le sujetaba de los brazos otro le cogía por el cuello». Entonces tan sólo tenía 8 años y, según relata su madre, ya acumulaba episodios de violencia y acoso difícil de soportar.

Acudió a un pediatra de Castilla y León que elaboró un parte de lesiones, según relata Teresa, que indica que presentó un escrito en el colegio sin demasiado éxito: «Abrieron el protocolo establecido para estos casos, pero no veían nada. Solicité entrevista con el inspector y defendía a los docentes, menos mal que contaba con el apoyo de la asociación ASCBYC. En el colegio me decían que mi hijo era muy blandito... No reconocían que sucediera nada y todo eran excusas».

La familia decidió de nuevo un cambio de colegio. «Le agredían, le daban puñetazos y patadas, teníamos que hacer lo que pensábamos que era mejor para su bienestar y decidimos volver a cambiarle de centro, y esta vez acertamos».

El pasado septiembre Alonso inició cuarto de Primaria con nuevos compañeros en la misma provincia en la que se instalaron en su traslado inicial a Castilla y León. «Las cosas cambiaron para él y se le ve bien. Está contento. Ya le gusta ir al parque y antes no quería por nada del mundo. También tenía miedo de ir a los cumpleaños porque eran zona peligrosa al haber menos control. Afortunadamente está bien».

A Teresa no le parece «razonable» que haya sido Alonso el que ha cambiado de centro escolar, y en dos ocasiones. «Me cuesta encontrar las palabras: vergonzoso, indignante, injusto... Lo único para lo que nos ha servido es para que él esté bien, no perfectamente bien porque problemas emocionales sigue teniendo y son marcas de por vida».

El informe ‘La convivencia escolar en Castilla y León. Curso escolar 2022-2023’ publicado por la Junta refleja que en el curso pasado hubo 152 cambios de centros que se impuso a menores como sanción. En ese curso de 622 situaciones sospechosas de acoso en la Comunidad apenas se determinó que existía bullying en 89.

Después de tantos años de desvelos, la experiencia de Teresa le lleva a aconsejar a otros padres que pasan por lo mismo que ella que «no se cansen de luchar porque hay recursos, sobre todo a través de asociaciones». Pero también tiene palabras para los progenitores que se encuentran al otro lado. «Los que se vean envueltos en una situación en la que les digan que son sus hijos los acosadores que les presten mucha atención, que lo hablen, lo paren y busquen ayuda porque estos niños también necesitan ayuda».

Algo parecido recomienda Carmen Guillén desde la federación nacional contra el acoso escolar. «Escucha a tu hijo, no le restes importancia, intenta comprenderlo, fíjate en los cambios de estado de ánimo, en si hay alguna señal de que algo no va bien...».

Y es que hay múltiples caminos de bullying y todos conducen al sufrimiento, a veces extremo. Desde «machaque psicológico con insultos, agresiones verbales, aislamiento, burlas... A agresiones físicas, empujones, patadas, chantajes, exigencias de que les den dinero, almuerzos o cualquier objeto, entre otras vertientes, tantas como ideas espeluznantes tengan quien quiera fastidiar continuamente a otro compañero. «Los acosadores pueden ser muy retorcidos para hacer daño de mil maneras», destaca Carmen Guillén.

El factor de «repetición en el tiempo» es fundamental para considerarlo acoso y no un caso aislado. «No es acoso si pasa una sola vez y no es reiterado en el tiempo», precisa. También el de «tener la intención de hacer daño», según explica Guillén, que apela a los colegios y equipos directivos porque considera que su implicación y actuación a tiempo puede marcar la diferencia. «Su papel es una prioridad, ante la menor sospecha deben abrir el protocolo establecido, observar y no minimizar la importancia de que está pasando. Tienen que ayudar de verdad a quien lo sufre y también pueden prevenir, que resulta fundamental».

Porque recuerda que soportar acoso por parte de otros compañeros a menudo es un calvario «que marca para siempre la vida (presente y futura) de esos niños y niñas», que en vez de estar preocupados por si han hecho los deberes o por si se les cae un diente, temen el insulto o la burla que sufrirán al día siguiente. O en ese mismo instante a través de las redes sociales o teléfonos móviles.

«La infancia y la adolescencia son etapas en las que están formándose tanto académicamente como su personalidad. Cuando crecen sufriendo acoso, crecen con inseguridades y con muchos miedos, hasta presentan con conductas autolíticas o trastornos alimentarios. Les deja huella para siempre. Incluso en la vida adulta con la familia ya formada pueden seguir teniendo secuelas, problemas derivados del estrés postraumático», expone quien el pasado año prestó asesoramiento y apoyo a través de su asociación a 138 familias por los 115 casos de acoso escolar del curso de un año antes.

A esos menores que tienen pánico a ir a clase y que atraviesan el infierno de verse atemorizados por otros, tanto Teresa como Carmen les recomiendan «que pidan ayuda porque hay gente dispuesta a ayudarles». Pero también hacen un llamamiento a esos estudiantes que son conscientes de lo que sucede aunque no sean partícipes directamente de ello. «A los testigos les diría que en su mano está ayudar. Son la clave del acoso escolar. Se debe romper el silencio y hablar, muchos callan porque piensan que se convierten en chivatos, pero hay que decirles que todos tenemos la obligación de velar por niños felices e infancias sanas. No están siendo chivatos, sino ayudando a dos compañeros, al que sufre acoso y al acosador, que también lo necesita».

«Te voy a pegar hoy que mañana ya tengo 14 y no puedo»

«Cada caso que tratamos te pone de alguna manera la piel de gallina. Pero lo que más me impresiona es que hay mentes muy pequeñas, pero muy retorcidas. Buscan la manera de dañar a un compañero de una manera cruel y se llega a puntos que te preguntas cómo se ha podido llegado a esto», afirma Carmen Guillén. A su juicio, «el peor perfil es ese que es como ‘la mano que mece la cuna’, el que manda a los demás para que no le salpique. Es muy cauto y no se detecta fácilmente. Ese me da mucho respeto. Mandan a otro a pegarle», enuncia Guillén.

Entre estos casos espeluznantes, «de poner los pelos de punta», Carmen Guillén recuerda a aquel chico que decía «te voy a pegar hoy porque mañana ya no puedo». «Iba a cumplir 14 años y como la Ley del Menor imputa a partir de 14 algunos se lo saben y se aprovechan, por eso hemos sido críticos con esta ley. De esto hay más de lo que parece y de lo que la gente cree, de que saben que la próxima semana ya no son impunes y actúan antes», expone.

Guillén alerta además de que «están aumentando ciertas maneras de acosar, como el de las redes sociales». «Nos vamos a que los ciberdelitos crecen, a que las redes son una parte fundamental en muchos casos de acoso escolar. El problema es que los menores a veces no hablan y es una espiral complicada, cuando los padres se dan cuenta suele pasar bastante tiempo. Se estima que pasan de media 13 meses hasta que los padres lo detectan o que los niños dicen algo».

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Una vez lo saben, Carmen Guillén indica que, además de escuchar a su hijo, «deben contactar con el tutor de los hijos o la dirección del centro para tratar de buscar juntos soluciones». «Si hay lesiones, acudir al centro sanitario, también psicológicas porque muchos niños tienen ansiedad». El siguiente escalón, indica Guillén, sería «que el centro abra el protocolo establecido y, si no resulta», anima a «acudir a los cuerpos de seguridad del estado o a la Fiscalía de Menores». Aunque en los casos más graves recomienda «denunciar», señala que «toda decisión es respetable». «Hay veces que no queda más remedio que denunciar porque los hechos son muy graves y hay unidades dentro de la propia policía especializadas en esto». Guillén subraya que «la línea es muy delgada y es fácil que cualquiera pueda ser acosador o víctima».

«Hay padres pidiendo créditos para la terapia de los hijos»

«Cuando el acoso escolar entra en una familia afecta a toda ella», sentencia Carmen Guillén. «Tenemos a padres pidiendo créditos para pagar la terapia a sus hijos. Otros se cambian de ciudad o hasta se divorcian. El bullying es algo muy duro que hace mucho daño. Les afecta a todos. A los hermanos, que cuando crecen lo hacen también con inseguridades. Alguno se hace pis en la cama, por ejemplo. Es un problema de educación, de salud y de derechos. Hay padres que necesitan tanta asistencia como sus hijos», subraya.
«Te echas la culpa, piensas cómo no lo he podido ver. Cuesta afrontarlo. No sabes a veces qué hacer ni por dónde tirar. Puede haber parejas en las que un miembro quiera actuar de un modo y otro de otro. Que están en desacuerdo porque uno piensa que es mejor sacarlo del colegio y otro aguantar. El acoso escolar pasa factura a todos en mayor o menor medida».