Los niños enterradores de Pajares
La exhumación de la segunda fosa de Parasimón en el puerto de Pajares revela que menores de 13 o 14 años descubrieron un día 1937 el horror, la humanidad y la compasión / El «cierto respeto» con el que aparecen los restos de 9 represaliados, «colocados uno a uno», apunta a que «el maestro, que era de derechas, se llevó a los estudiantes al monte para que los enterraran»
Los niños de Pajares no aprendieron en la escuela solo matemáticas o lectura. Su maestro les enseñó la naturaleza atrozmente contradictoria del ser humano , recibieron una lección de la más elemental humanidad. El horror, la crueldad y la compasión. Costó casi diez años encontrarla, pero hace dos meses hallaron los restos de nueve cuerpos en la segunda fosa común de Parasimón . En la primera ya descubrieron hace un lustro a otros 12 hombres, víctimas todos ellos de la represión franquista en 1937. Eran 22 presos a los que dijeron que trasladaban a la cárcel leonesa de San Marcos a la que nunca llegaron. Pararon en el monte, bajaron de un camión, los dividieron en dos grupos y fueron fusilados en el puerto de Pajares, en el concejo de Lena , Asturias, a muy poca distancia de la provincia leonesa.
Pese a las tristes similitudes, cada fosa de la Guerra Civil tiene su propia identidad y cuenta una historia, y la que emana de este segundo enterramiento de Parasimón implica un relato que estremece (más de lo habitual si es que eso es posible) . Desvela que unos chavales se jugaron el tipo por orden de su profesor para dar cierta dignidad al descanso eterno de quienes acaban de ser fusilados en el monte.
La exhumación tuvo lugar a finales de agosto por profesionales multidisciplinares de la Sociedad de Ciencias Aranzadi . El arqueólogo Antxoka Martínez , coordinador de ese equipo, explica a este diario que por «el cierto respeto» en el que parece que fueron tendidos los cuerpos todo indica que unos alumnos de la escuela fueron quienes habrían sido instados por su maestro a enterrarlos , tal y como relató uno de los testigos que apuntó a esa localización y que habría presenciado este episodio. Un vecino de Pajares llamado Celesto García , escondido en una cuadra de su pueblo, presenció parte de lo sucedido en el 37 cuando él también era un chaval.
«Hallamos nueve cuerpos y no estaban tirados de cualquier forma como suele pasar en la mayoría de fosas. Estaban colocados persona por persona . Eso concuerda con el relato de Celesto, cuyo testimonio nos condujo hasta aquí. Normalmente, una vez que los mataban los daban una patada y caían de cualquier manera , eso si no habían cavado ellos mismos. Celesto contaba que una vez que sucedió aquello, que los mataron, se dio aviso al pueblo. Al día siguiente el maestro, que era de derechas pero de buen corazón, cogió a los estudiantes, de 13 o 14 años, para que subieran con él al monte y enterraran los cuerpos. Esto estaba penado, si les hubieran cogido a lo mejor les hubieran matado» , expresa Antxoka Martínez, que continúa exponiendo argumentos que les conducen a la hipótesis principal. «La zanja era estrecha y alargada, por lo que encaja con que lo hubieran hecho con premura. Lo más eficaz era que no fuera profunda, se puede hacer de forma rápida y sencilla y acto seguido colocar a lo largo de la zanja los cuerpos. Calcularon mal y hubo tres cuerpos encima de los demás» , agrega.
Aunque no hay certeza de que realmente esto fuera lo que sucedió, sí es la versión que más concuerda con los descubrimientos de los últimos años y con la que se quedan los pocos familiares de las víctimas de las fosas de Parasimón. «Cada hecho que hemos ido comprobando da veracidad al testimonio de Celesto , que entonces señaló el lugar, contó la historia del maestro y también identificó a uno de esos hombres que fusilaron. Fue al único de todos al que reconoció» , comenta. Se trata de Luis Cienfuegos , un padre de familia que dejó esposa y cinco hijos (tres niñas y dos niños), militó en la Izquierda Republicana, estuvo afiliado a la Federación de Trabajadores de la Tierra y fue miliciano en el batallón Manuel Llaneza. Un hombre que además se ha convertido en el principal rostro visible de aquel horror.
Precisamente fueron los nietos de Luis los que insistieron en buscarlo para cumplir con el deseo de aquellas niñas que perdieron a su padre en tan abrupta circunstancia. Sus madres. «Querían que descansara con su familia y no por ahí tirado», explica Toño, uno de esos descendientes de Luis y uno de los promotores de esta búsqueda incansable que por el momento les ha llevado al hallazgo de 21 personas, aunque aún no les puedan poner nombre y apellidos.
«Saber que se tuvo un poco de respeto nos da algo de alegría. Ese maestro tuvo un acto de humanidad al decidir no dejarlos sobre el campo y darles sepultura y eso está bien. Era de derechas y se arriesgó entendemos que por compasión», comenta Toño, nieto de Luis. «Los chavales de hace 80 años atrás no son como ahora, para esa edad ya cuidaban el ganado, estaban hechos a andar por el monte, gente acostumbrada a trabajo del campo», agrega el arqueólogo Antxoka Martínez.
Explica Toño que además de la carga emocional obvia por estos hallazgos está «la perseverancia» de la familia de subir a ese trozo de monte en el que un vecino (Celesto) decía que podían estar los cuerpos. «Subíamos un día y otro. Y nada. En invierno... Nos volvíamos sin nada. Hasta que un día cambió la cosa y fue muy emocionante», confiesa. «Celesto hablaba de dos grupos. Como había acertado más o menos en la primera fosa, dábamos crédito a sus palabras. Encontramos cartuchos de rifle más dispersos en el bosquecillo. En noviembre de 2022 era nuestra última oportunidad, estábamos dispuestos a rendirnos. A última hora de la tarde del último día alguien dijo ‘la última y nos vamos’. Al caer la noche apareció un hueso. La última intervención la hicimos con la luz de los móviles».
Ese cúbito que asomó entre la tierra les proporcionó una satisfacción indescriptible, pero compartida. «Tuvimos un golpe de suerte genial. La cantidad de veces que subimos a la zona de Pajares y no encontramos nada... Lo relativamente fácil es la exhumación, lo verdaderamente heroico de nuestra actuación ha sido tener confianza, subir ahí arriba, ponernos a cavar con un punto de inconsciencia desde 2013. Ahora, mirando atrás, es lo más bonito de todo el proceso. Coger pico y pala. Es la parte más gratificante por lo que tenía de penosa». Sobre por qué se lanzaron a esta aventura nada sencilla, tiene una respuesta clara: «Sabíamos que o le buscábamos nosotros o nadie lo haría» .
De los cinco vástagos de Luis Cienfuegos sólo queda viva una de sus hijas, Ángeles, de 89 años, tía de Toño. «Era una niña de apenas 3 años, ha vivido toda su vida sin él y ha estado en Pajares en el acto homenaje que hicimos», cuenta. «Con esto tratamos de que mi tía Ángela tenga un descanso y peleamos también por la aspiración de mi madre ya fallecida, María Luisa , que en el 37 tenía 10 años y vivió con esa pena. Quería que su padre descansara con el resto de la familia en el cementerio de Santibáñez de Murias, localidad del concejo de Aller. Seguimos empeñados y nos costará trabajo», afirma Toño.
Y es que después del hallazgo de los restos queda otra etapa por delante complicada: la de tratar de que los estudios de ADN arrojen la coincidencia esperada. Con la primera fosa exhumada ya se llevaron una pequeña decepción. «Un primo, Gerardo Cienfuegos, se hizo las pruebas de ADN y esperábamos algún tipo de resultado, pero no sucedió. Fue un poco chasco , pero esperemos que lo próximo nos dé más alegrías. Ahora es posible hacer nuevos estudios más avanzados y queremos intentarlo. El objetivo más ambicioso es poder identificar a víctimas y a sus familias . También sabemos que existen bancos de ADN en Asturias y a nivel estatal. Lo vamos a intentar, pero no tenemos garantía ninguna», comenta manteniendo una pequeña esperanza sobre su abuelo.
Uno de los principales aliados dos Cienfuegos para cumplir el deseo familiar, el arqueólogo Antxoka Martínez, cuenta cómo surgió su implicación personal: «Una familia pidió que encontráramos a su abuelo asesinado en la guerra . Pidieron ayuda, no tenían a nadie a quien acudir».
Esta excavación de Parasimón la encabezaron Martínez y la antropóloga Lourdes Herrasti , que dirigió los trabajos antropológicos. El arqueólogo recuerda cómo la primera fosa «costó encontrarla y se pudo hacer una lectura de ADN solo a tres de los 12 cuerpos. El terreno es muy ácido y eso provoca problemas de conservación», aclara. En ella hallaron objetos como «unas cucharas y un sello de oro con unas letras en un bolsillo» que no han conseguido relacionar con nadie.
Lamenta Antxoka Martínez que la burocracia retrase estos trabajos tan importantes para tantas familias: «El año pasado, después de nueve meses llegaron todas las autorizaciones». En esta segunda fosa, además de encontrárselos relativamente colocados, los objetos encontrados fueron muy pocos. «Tres de los nueve cuerpos conservaban las botas. Apareció medio peine y cinco monedas. El estado de conservación es irregular, algunos bien, otros peor. Uno conserva un tiro en el cráneo y coincide con la idea de que los mataron ahí y los remataron en el suelo . La primera impresión fue que se trató de ejecuciones tiro a tiro porque hemos documentado 23 disparos . Tocarían a 2 o 3 cada uno». Martínez siempre realiza «un llamamiento público por si alguien piensa que su familiar que desapareció pudo estar ahí». Y así dar algo de paz y alguna respuesta más.