La figura del intérprete de signos llega ya a medio centenar de centros de la Comunidad
Castilla y León destina 754.000 € a este servicio para que 70 alumnos con discapacidad auditiva aprendan las materias en su aula / Ana: "Soy una persona con discapacidad pero intento tener las mismas oportunidades"
Sentada junto a su compañera Nerea frente al ordenador del aula, Ana está inmersa en la creación de una empresa para una de las asignaturas del grado en Sistemas Microinformáticos y Redes que estudia en el instituto Galileo de Valladolid. Han elegido una agencia de viajes online y están "cogiendo ideas" para diseñar el proyecto. El equipo lo forman las dos alumnas, pero en verdad hay tres personas trabajando en el grupo , porque durante las horas lectivas a Ana le acompaña una intérprete de lengua de signos.
Igual que ocurre a pocos metros de distancia, en otra de las clases del centro educativo, donde Marco cursa el grado de Administración de Sistemas Informáticos en Red. Aunque tiene un implante coclear y los profesores llevan colgada una emisora para que pueda oír la lección, su apoyo fundamental para entender todas las explicaciones de las asignaturas es la traductora que está sentada en la silla colocada frente a él, a escasa distancia de su pupitre.
Marco, de 19 años y con el implante desde los dos, tiene posibilidad de escuchar a los docentes, no sin ciertas dificultades, y sí que habla. Ana, de 18 años y sin implante, está envuelta en el silencio y no proyecta la voz. Para ambos, contar con un intérprete resulta crucial.
"Los primeros días impacta" , reconoce una de las profesoras del instituto vallisoletano, en alusión a la presencia de las intérpretes que acompañan a los alumnos con discapacidad auditiva. Pero enseguida lo normalizan. Sobre todo porque hay muchas Anas y muchos Marcos en Castilla y León que requieren esta atención, justificada sobre los pilares de "la inclusión, la equidad y la igualdad", según refleja la memoria de esta prestación que contrata la Junta para "completar el aprendizaje" de quienes necesitan este mecanismo.
Los datos facilitados por la Consejería de Educación revelan que en el presente curso hay 70 alumnos que se benefician del servicio de interpretación de la lengua de signos, matriculados en medio centenar de centros docentes públicos de la Comunidad, quince de ellos situados en entornos rurales.
Los más pequeños están en segundo ciclo de Infantil , pero el listado continúa en Primaria, Secundaria, Bachillerato, Formación Profesional, grados medios y superiores, Diversificación, Transición a la Vida Adulta... El recurso se presta en las diferentes etapas educativas "cuando así lo demandan los padres o representantes legales" para alumnos "que utilicen como lengua vehicular la lengua de signos española", debido "a sus importantes dificultades de comunicación".
No siempre ha sido así. Desde 1986 , recuerda el área dirigida por Rocío Lucas, el alumnado con este tipo de necesidades se escolarizaba en los centros de integración preferentes de alumnos con discapacidad auditiva, donde había profesorado de Audición y Lenguaje y de Pedagogía Terapéutica que los atendían. Más de una década después, a partir de 1998 , arrancó un ‘apoyo itinerante’ para sordos que se matricularan en centros que no fueran de integración preferente, y en 2002 la Consejería de Educación y la Federación de Asociaciones de Personas Sordas de Castilla y León (FAPSCYL) suscribieron un acuerdo para que hubiera intérpretes en las aulas.
Así, Ana Navarro y Marco Abad llevan desde pequeños con esta figura y en la actualidad ese altavoz les acompaña durante todas las horas lectivas, aunque en otras etapas sólo se han beneficiado a tiempo parcial. En Secundaria o en sus estudios de grado, recuerdan, no disponían de ese apoyo en todas las asignaturas. De ahí que una de las demandas del colectivo sea ampliar el número de horas que contrata la Consejería de Educación.
Con el actual contrato, adjudicado a la empresa Al-Alba Ese Granada Almería SL por 754.826,68 euros para el curso escolar 2023-2024, se han previsto 35.136 horas, pero es una referencia límite. Es decir, se trata del máximo de horas a impartir por los intérpretes, pero puede ser inferior, según «las necesidades que se demanden». El cálculo, en todo caso, se ha determinado "teniendo en cuenta la experiencia del desarrollo de este servicio en años anteriores".
Con el intérprete en el aula, Ana, Marco y el resto de alumnos de Castilla y León que tienen discapacidad auditiva –y que conocen la lengua de signos, pues no todos la utilizan–, pueden interactuar con los docentes y con el resto de sus compañeros, pueden disfrutar de las excursiones, realizar trabajos, plantear dudas o intervenir como cualquier otro estudiante. Pueden, en definitiva, comunicarse.
"Es un apoyo fundamental", destaca uno de los compañeros de Marco mientras simulan en una hoja de cálculo cómo se ejecutan los procesos por ordenador en una de las asignaturas del módulo. "Por ejemplo, cuando hay conceptos muy técnicos", añade otro para corroborar la importancia que perciben. Esa "ayuda extra" es la que le presta Judith, colocada junto a la mesa del profesor, y enfrente del alumno con discapacidad auditiva. Cuando abordan conceptos para los que no existe un signo, se los deletrea, o incluso consensúan un gesto si se trata de una palabra frecuente. Por ejemplo, el curso pasado acordaron que para referirse al sistema operativo Linux ‘imitarían’ a un pingüino, ya que este animal es la imagen identificativa de la marca.
Los estudios relacionados con las tecnologías, como los que cursan Marco y Ana, tienen un lenguaje tan específico e introducen tantos términos nuevos que, en este caso, los profesores del instituto les facilitan los apuntes a las intérpretes con antelación para que puedan tener margen de preparación. Y es que a medida que los pupilos acceden a estudios superiores, el traslado del lenguaje oral a los gestos se complica.
Dentro del aula, los avatares están solucionados. Lo que ocurre fuera, es un capítulo aparte. Marco se confiesa más solitario y en los recreos a veces va con los de su clase y otras prefiere ir "a dar una vuelta". "¡Pero porque quiere!", dice Judith, antes de aclarar que sí cuentan con él en ese rato de desconexión durante la mañana, aunque él en ocasiones prefiera no estar con el grupo. Quizá porque repite curso y no acude al instituto el mismo número de horas que el resto, así que tiene más ratos libres.
Si se queda con ellos, les pide que le hablen de frente, para ayudarse leyendo los labios , y buscan entornos tranquilos para escucharles mejor utilizando la emisora. "Si hay mucho ruido, por ejemplo de coches, o si hablan flojo", tiene más dificultades, explica de propia voz.
Ana, sin embargo, no habla, y necesita sus manos para comunicarse. Lee los labios. Y vocaliza para que también quien se dirige a ella se los pueda leer. Pero la lengua de signos es fundamental para mantener una conversación y, sin intérprete, se torna complicado alcanzar una fluidez. En este caso, Cristina le acompaña en el aula y le traduce las explicaciones del profesor o lo que hablan sus compañeros, pero en los ratos de descanso, tienen que recurrir al móvil para comunicarse por escrito.
Eso sí, al grupo de Ana no le hace falta tener todo el rato el dispositivo en la mano para teclear lo que se quieren decir, porque han aprendido algunos signos, con el objetivo de poder comunicarse con ella con más facilidad. "He tenido mucha suerte, porque en otros institutos no hay este compañerismo. Aquí me piden que les enseñe más cosas", explica la adolescente con sus manos, pero con la voz de Cristina.
Fue el curso pasado cuando una profesora vio que en el recreo interactuaban utilizando el smarphone y entonces les propuso apuntarse a un curso de lengua de signos, aunque fuera a un nivel básico. Y la mayoría no dudó en sumarse a la iniciativa, aunque para ello tuvieran que quedarse una hora más en el instituto, una vez terminadas las clases.
"En un mundo tan individualista, con poca empatía hacia los demás y poca tolerancia hacia ciertos temas, es destacable la unión que hay en este grupo . Debería ser la norma general, pero no lo es. Aquí hay un compañerismo que no veo en otras clases", destaca Yolanda, una de las profesoras de Ana, para significar la importancia de que tener un ambiente así facilita la integración no sólo de personas con alguna discapacidad, sino también de alumnos que, por ejemplo, llegan nuevos y pueden sentirse aislados los primeros días.
Y, cuando terminen los estudios que están cursando, ¿qué futuro vislumbran? Al terminar Secundaria, Ana tenía claro que quería acceder a un grado medio relacionado con la informática porque era lo que le gustaba y ahora ya piensa en continuar, "quizá en la universidad", para trabajar después como docente. "Quiero ser profesora; en algo relacionado con la lengua de signos y la informática".
A Marco también le interesaba la rama informática y además considera que tiene «muchas salidas laborales», así que confía en encontrar un puesto relacionado con lo que está estudiando. Por el momento, ya ha hecho unas prácticas en la Fundación Lince realizando tareas de administración, en las que estuvo acompañado por un intérprete.
No se ponen frenos, pero son conscientes de que su sordera puede ser un hándicap. "Soy una persona con discapacidad y quizá necesito esforzarme más, pero intento tener las mismas oportunidades", confiesa ella.
Sólo tienen que fijarse en sus entornos familiares para evidenciar que los obstáculos se pueden sortear. Los progenitores de Ana son sordos y su padre, que trabaja en la lavandería de una residencia, se comunica con sus compañeros por lenguaje de signos, explica la joven. Los de Marco también. Su madre tiene implante, como él, y trabaja en la cocina de una residencia, pero su padre no y también tiene un empleo, en este caso, en una fábrica de quesos. Lo dicho, quién dijo frenos.
Además, cuentan con el apoyo de la Federación de Asociaciones de Personas Sordas de Castilla y León , que les facilita intérpretes para determinadas acciones, como por ejemplo acompañarles a una cita médica. Esa asistencia, sostienen estos chicos, les ayuda cuando se trata de gestiones programadas, pero cuando hay una necesidad sobrevenida, se sienten desprotegidos, como le ocurrió a Ana cuando fue a urgencias y, para contar lo que le pasaba, tuvo que apuntarlo en un cuaderno. Así que considera que sería oportuno disponer de intérpretes en los hospitales.
Dentro del instituto no se les ocurre ninguna mejora que se pueda implementar. "No tengo ningún problema", dice Ana por boca de Cristina. "Yo tampoco", apunta Marco. Pero después sí se les ocurre un cambio, a priori, de fácil solución. Y es que cuando suena el timbre, ella no lo oye. Aunque el sonido que avisa del inicio y el fin de la jornada, o del cambio de una asignatura a otra, también se acompaña de una señal luminosa, esas luces están en los pasillos, no dentro de las aulas. Así que Ana tiene que esperar a que Cristina se lo comunique por gestos... o intuirlo por el barullo que se forma en clase. Pequeños cambios para lograr grandes avances.