Valerico Canales, abulense fusilado en el 36, caja 198 del Valle de los Caídos
Fausto Canales espera recuperar los restos de su padre, asesinado en Pajares de Adaja, en las exhumaciones de Cuelgamuros
Una fotografía de color sepia y ajada por el paso del tiempo muestra a Valerico Canales Jorge con el traje de los Regulares de Melilla durante la mili y un sable en la mano izquierda. Nacido en Pajares de Adaja natal, un pueblo de La Moraña abulense a treinta kilómetros de la capital con un censo que apenas llega hoy a 130 habitantes, a Valerico le tocó hacer el servicio militar en tierras africanas, muy lejos de casa.
A la vuelta de la mili, el joven Valerico se casó y tuvo dos hijos. Dedicado a las labores del campo en un terruño duro como el de La Moraña, la suya habría sido una historia más en el medio rural de una España atrasada y pobre, pero el golpe de Estado de Franco en 1936 truncó su vida a los 29 años, ya padre de familia, pero todavía en la plenitud de su existencia. Es su hijo Fausto Canales, a punto de cumplir 90 años , pero con una memoria intacta, el que relata, al otro lado del teléfono, los hechos ocurridos en la noche del 20 de agosto de 1936, tal y como se los contó su madre.
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Eran las dos de la mañana cuando llamaron a la puerta. Iban a por su padre. Él y su hermano, Victorino, dos años mayor, ya fallecido, estaban en la cuna cuando se lo llevaron en un camión, junto a otras seis personas del pueblo, entre ellas una mujer. "Se los llevaron a Aldeaseca , a unos treinta kilómetros, y allí los mataron y los dejaron en la cuneta hasta el amanecer", relata Fausto, que ya mayor consiguió reconstruir, a través de diferentes testimonios, el trágico itinerario de su padre y de sus seis acompañantes. "En los pueblos enseguida se saben las cosas", afirma.
Lo que averiguó este nonagenario inquieto, una de las 128 personas que presentó la demanda para reclamar los restos de su padre, enterrados en el Valle de los Caídos, Valle de Cuelgamuros desde 2022, ahora en proceso de exhumación, fue que al amanecer del 20 de agosto de 1936, los verdugos enviaron a alguien para enterrar los cuerpos. La proximidad de un pozo que estaba seco evitó el trabajo de cavar una tumba y allí fueron arrojados los cadáveres.
El destino, sin embargo, tenía reservada todavía una sorpresa para los siete asesinados de Pajares de Adaja. Tras la Guerra Civil, Franco construyó, entre los años 1940 y 1958, en el Valle de Cuelgamuros, con el trabajo de presos republicanos, un conjunto escultórico formado por una abadía y una cruz de 150 metros de altura, construida sobre una roca, para enterrar a José Antonio Primo de Rivera y a los caídos en la contienda.
Inaugurado en 1959, allí fueron enterrados 33.833 combatientes de ambos bandos, muchos de ellos sacados de fosas comunes, sin nombre, entre ellos Valerico Canales y los otros seis fusilados de Pajares.
También para saber que su padre es uno de los enterrados en Cuelgamuros, Fausto tuvo que tirar del hilo testimonial de un testigo. Los avatares de la vida le llevaron a Madrid, donde se licenció en la Universidad como ingeniero agrónomo, aunque nunca dejó de pensar en su padre y asumió el compromiso de localizar el paradero de sus restos y recuperarlos.
En su búsqueda, Fausto pasó a formar parte de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y en 2003 un equipo dirigido por Julio del Olmo, de la ARMH de Valladolid, emprendió la búsqueda del pozo. "No sabíamos la ubicación exacta", explica Del Olmo. Después de casi setenta años, la tierra había cubierto todo, pero consiguieron dar con el sitio y «apenas a un metro y medio» de la boca del pozo encontraron algunos restos. No era mucho. Sólo quedaban los huesos pequeños de pies y manos y un cráneo. El resto había desaparecido.
Las pesquisas llevaron a Fausto a una persona que presenció cómo en 1959 sacaban los restos de los siete asesinados del pozo al que fueron arrojados los cadáveres en la mañana del 20 de agosto del 36. Aunque reacio a hablar en un principio, el testimonio de esta persona " que presenció la exhumación de 1959" permitió averiguar por qué había tan escasos restos en el pozo excavado en 2003. A partir de ahí, conocer el paradero fue más fácil.
En el gobierno civil de Ávila encontraron " desde el documento del transporte (de los restos) hasta el acta de exhumación" , afirma Fausto. De hecho es el único caso en Castilla y León del que hay registro del traslado al Cuelgamuros, aunque Julio del Olmo da por hecho que son muchos más los desenterrados de fosas comunes de la Comunidad que fueron llevados hasta la cripta del antiguo Valle de los Caídos.
Es así como averiguaron que los restos de los siete de Pajares de Adaja están en la caja 198, depositada en el nivel cero de la cripta del sepulcro, en el lateral derecho de la cruz. El hijo de Valerico Canales espera ahora que las exhumaciones iniciadas esta semana en Cuelgamuros le permitan cumplir su sueño de llevar los restos de su padre hasta el nicho que espera a los siete fusilados en el cementerio de su pueblo en un acto público. Una vez localizada la caja 198 faltará todavía un paso, no exento de complejidad: averiguar quién es quién entre los restos allí reunidos.
Para este proceso, a los familiares de los fusilados se les tomaron muestras de ADN y será necesario contrastarlo con los de los restos depositados. Será el último paso para devolver a Valerico y a sus compañeros a casa después de casi noventa años.