Diario de Castilla y León

EL COTIZANTE DE 'ORO'

Antonio Zúñiga, el joyero vallisoletano con 67 años cotizados que sigue en activo

Es una especie de ‘tesoro’ para la Seguridad Social y bate récords al llevar dado de alta desde los 14. Tiene 81: «El trabajo es una forma de vivir»

El joyero Antonio Zúñiga, en su joyería, en la calle Santa María de Valladolid. J. M. LOSTAU

El joyero Antonio Zúñiga, en su joyería, en la calle Santa María de Valladolid. J. M. LOSTAU

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

Creado:

Actualizado:

Antonio es una especie de ‘tesoro’ para la Seguridad Social. El cotizante de 'oro'. Tenía sólo 13 años cuando pisó por primera vez un taller de joyería, y a sus 81 continúa trabajando cada día en uno. Es suyo, lleva su nombre, posee renombre histórico en el comercio de la ciudad y está en la calle Santa María de Valladolid.

A Antonio Zúñiga le hubiera gustado estudiar, pero debía «arrimar el hombro en casa» . «Lo bueno es que de aquella podíamos elegir». Escogió dónde empezar y elige dónde acudir cada mañana cuando casi no se han puesto las calles. Lleva haciéndolo tanto tiempo que este joyero vallisoletano es el cotizante de ‘oro’, el trabajador en activo que bate récords en Castilla y león: 67 años afiliado a la Seguridad Social. Y sigue. 

«Me riñen porque vengo muy pronto, pero me gusta estar a las 8, colocar la mercancía en los muestrarios y hacer algún recado hasta que llegan la dependienta y mi hijo», comenta quien no pone aún fecha a su jubilación. «Claro que me planteo que mi hijo tome las riendas totalmente, pero no sé bien cuándo. Me gusta trabajar . Es mi vida, una forma de vivir. La suerte que tengo es que, aparte de gustarme, gano dinero», explica desde su lugar favorito del negocio: el taller.  

Antonio comenzó su prolija trayectoria profesional casi de carambola. Un amigo de un hermano sabía de una vacante de aprendiz: ‘Toñín, estate temprano y con ropa limpia’ , le dijeron. Allí empezó, «al lado de la juguetería Mentaberry , en los soportales de la Plaza Mayor, en un taller grande que ahora no existe y en aquellos tiempos era de los más importantes de Valladolid, el de Anastasio Gil, dedicado a joyería y a orfebrería». 

Se plantó puntual y de punta en blanco. Desde luego, causó buena impresión porque estuvo tres años. Empezó desde abajo. «Hacía todos los recados. Llevaba botijos de agua de una fuente muy buena porque venía de las arcas reales, o me decían los oficiales ‘golpéame aquí’ y lo hacía. A lo que te mandaran» . Solo era el duro principio de una larga y próspera carrera.

Con catorce años , según reza su extensa vida laboral, uno después de ese primer día con ropa limpia, le aseguraron. Cuando se murió el maestro, un pariente suyo que tenía un negocio en la calle Recondo, Gregorio Gil, le ofreció marcharse con él. «Loco de alegría dije que sí, porque la intención era aprender». De ahí pasó por varios negocios. «Siempre con la ilusión de formarme más porque Valladolid era pequeño, con pocos talleres, y siempre quería ir a los más importantes». 

Después de la mili, a los 25, consiguió lo que llevaba tiempo buscando: «Me puse por mi cuenta». No fue hazaña fácil. Pidió un préstamo al banco por 20.000 pesetas con un interés del 20% , «lo que estaba entonces», para echar a andar y otra cantidad idéntica a un amigo de su hermano para afrontar el traspaso del local escogido. «En aquellos tiempos en Valladolid no se encontraban ni locales ni nada. Di con un piso pequeño en la plaza del Corrillo , en una cuarta planta, y enseguida empecé a trabajar para tiendas». Tan solo quince días después ya contrató a los primeros operarios, un oficial, un aprendiz, una pulidora... «Ya éramos de plantilla cuatro o cinco dedicados a la alta joyería», apunta.

Sus principios fueron modestos, pero enseguida el negocio tomó velocidad de crucero. De sus primeros trabajos recuerda uno que supuso un empuje fundamental. Una pareja de novios, ella de Burgos y él de Valladolid, le encargó una cajita para las arras que fuera una reproducción del cofre del Cid. «No tenía ni idea de cómo era. No lo había visto nunca. Me trajeron unas fotografías y creé una reproducción de doce centímetros de plata. Se casaron, y a partir de ahí les hice otros trabajos, como las alianzas. Mi nombre fue oyéndose y empecé a tener clientes importantes ya. Dejé de trabajar con las tiendas». 

Empezó « con una cadenita y una sortijita para vender a doña Felisa» y fue «creando stock». El boca a boca ayudó y le llevó cada vez más compradores particulares. A ellos se debía y por eso cambió de sede. «Como era un cuarto piso y las señoras, que principalmente eran nuestras clientas, llegaban con la lengua fuera, me trasladé a López Gómez ». Era su casa de alquiler y su lugar de trabajo; unas habitaciones se destinaban para uso doméstico y otras para el taller. 

«Como la cosa iba bien» siguió de peregrinaje mientras aumentaba paulatinamente su clientela. Compró otro local en esa zona, años después se trasladó a la Bajada de la Libertad , donde eran «siete u ocho», y más tarde a los soportales en Ferrari , junto a la plaza Mayor. Su empresa se consolidaba y escuchaban de su destreza más allá de Valladolid. Ahí empezó a trabajar de lleno también para Barcelona, Madrid y otros lugares fuertes de España. «Se gana público portándote bien, honradamente, trabajando bien y no cobrando mucho. Sobre todo en este negocio, que es muy personal y va en la confianza de la gente. Todavía vienen hijas y nietas de mis primeras clientas».

Su especialidad es la alta joyería, pero también destaca en la orfebrería. «Hacemos trabajos muy diversos. Siempre se me ha dado bien la reproducción, la creación y la restauración. Estamos haciendo una cruz para un sagrario. De unos pendientes estoy formando la cruz de oro y plata. Crearemos la corona de la Virgen de la Vera Cruz . Hemos restaurado muchas piezas, como la Custodia de Medina de Rioseco, la de Medina del Campo, que está en el Museo de las Ferias». No sé queda con ninguna en concreto. Todas las piezas tienen algo: «La mayor alegría es cuando el cliente queda contento y agradecido», señala Antonio

tracking