El guardia civil abatido en Santovenia cuando recibió la llamada de Valladolid: “Me voy con el equipo, que estoy harto de despacho”
El teniente coronel Pedro Alfonso Casado se encontraba pertrechado tras el escudo y sólo con la frente del caso a descubierto, protegiendo al negociador, cuando Pablo Santamaría, al oír ruido, descerrajó un “disparo a ciegas” con su Mauser desde el otro lado de la puerta y alcanzó mortalmente al agente
Cuando en la madrugada del viernes uno de julio la Unidad Especial de Intervención (UEI) recibió una llamada desde Valladolid requiriendo sus servicios, el teniente coronel Pedro Alfonso Casado , un hombre de acción y sin atisbo de miedo alguno se apresuró a decir: “Me voy con el equipo, que estoy un poco harto del despacho”. A decir de sus compañeros y subordinados siempre era el primero . Era primera línea. Había participado activamente y con enorme protagonismo esos días en el diseño del dispositivo de seguridad de la cumbre de la OTAN que blindó Madrid. Trabajo de despacho que no desdeñaba Perico, como le conocían afectuosamente su amigos y compañeros, pero que no cambiaba por el trabajo de campo, codo con codo con sus agentes. Siempre al frente y en primera línea.
Tras aproximadamente dos horas de viaje, en el amanecer de la localidad de Santovenia , pueblecito dormitorio orillado al norte de la capital pucelana, la UEI, uno de los cuerpos de élite de la Guardia Civil, arribó al destino. Perico no sabía que el destino le aguardaba con crueldad y saña tras la puerta del bajo del número 8 de la calle Alfredo Martín, en cuyo exterior, pasada la medianoche comenzó una reyerta entre dos clanes que acabó en crimen y tragedia. Ese mismo día se cumplían los 25 años de la liberación del funcionario de prisiones burgalés, José Antonio Ortega Lara. Una acción protagonizada precisamente por la prestigiada unidad que ahora dirigía Perico.
Un hombre atrincherado en la casa. Una alimaña armada con un viejo fusil Mauser de alto calibre, como los que se usan para abatir elefantes en las cacerías africanas. La alimaña, apodada ‘El Chiqui’ ya había segado la vida de un vecino , al que antes su clan había mandado al hospital junto a su esposa. En el portal le descerrajó un tiro mortal en el estómago poco antes de las dos de la madrugada, cuando un equipo de agentes interrogaba fuera a la gente sobre la reyerta ocurrida. Dionisio Alonso Pardo, de 45 años, moría casi en el acto de un tiro a bocajarro. Y su hijo no corrió la misma suerte porque a la alimaña se le encasquilló el cerrojo del viejo fusil, el arma de campo del ejército británico en la Segunda Guerra Mundial, que se hizo famosa en el Desembarco de Normandía. Pablo Santamaría había cumplido su vil venganza. Con el arma encasquillada corrió a esconderse en su vivienda, fuera de sí y ansioso por conseguir droga, y tomó de rehén al novio de su hija.
Ahí empezaba una noche que puso en jaque a la Guardia Civil y sembró el terror en Santovenia. Todo el mundo con el alma en vilo a la espera de cómo iba desenvolverse Pablo Santamaría, que ya había dejado claro que era de gatillo fácil no tenía reparo alguno en tirar contra quien fuera.
Fue cuando el teniente coronel de la UEI decidió que había que intervenir para evitar más muertos. Se adentró en el portal, acompañando y protegiendo al negociador. Perico, fibroso y bajito, se pertrechó agachado, casi en cuclillas tras el escudo, asomando sólo la frente del casco de protección, según. En ese momento se oyó un estruendo. Enloquecido por el ruido de fuera y temeroso de que alguien intentara entrar, la alimaña disparó “a ciegas” desde el otro lado de la puerta. Un enorme boquete ocasionó la bala, un 308, según fuentes consultadas, con la mala fortuna para Perico que acabó en alojada en frente, la única parte descubierta de su cuerpo cuando intentaba entablar una negociación con el atrincherado.
Rápidamente sus compañeros acudieron dentro y se encontraron el horror de un hombre valiente y bueno abatido por la bala de un viejo conocido de las fuerzas del orden, con una nómina de antecedentes propias de una alimaña social. Y la desolación se adueñó de los agentes del operativo de la UEI. Había caído en acto de servicio no uno de los suyos, sino el mejor de los suyos, el valiente jefe que siempre se ponía en primera línea, como hizo la mañana de 1 de julio, cuando no dudó en dejar el despacho por acompañar a sus subordinados. Nadie lo ha pensado, pero seguramente Perico al morir salvó la vida a uno de sus hombres.
Fuera, con el oficial en ambulancia camino del Clínico, con balazo mortal en la cabeza, uno de sus hombres, cae arrodillado. Abatido, junto a un todoterreno del cuerpo, a su lado el megáfono, todavía con el chaleco antibalas ungido al pecho y el casco cubriéndole la cabeza, pero también el dolor y las lágrimas. Es la escena de la desolación, de quien sabe las consecuencias de un tiro así en la frente. No da crédito a lo que está pasando. No hay consuelo posible.
Mientras, la delegada del Gobierno, que lleva en pie desde antes de las cinco de la mañana siguiendo con el corazón en un puño los sucesos de Santovenia, queda aterida con la noticia del agente gravemente herido. Coge el teléfono, mueve Roma con Santiago, para que todo esté preparado a la puerta del Clínico para cuando llegue la camilla con Perico ensangrentado. Las consignas surten efecto. El equipo médico espera y raudo se lleva al agente al quirófano en el último intento de obrar un milagro.
La máxima autoridad del gobierno en Castilla y León, Virginia Barcones, es una soriana recia y dura de Berlanga de Duero. Sabe lo que es la angustia. Su esposo es militar del Ejército de Tierra. Pero en esas horas llega a masticar la angustia que le llega como un tsunami. Está orgullosa de los cientos de mujeres y hombres que están bajo su mando en las Fuerzas del Orden en Castilla y León. Presume de ellos en privado y los defiende en público a capa y espada. Tampoco da crédito a lo que está ocurriendo. Viene de una tarde anterior en la que un muchachito de 16 años le quitó la vida a su propia madre a puñaladas, en Valladolid ciudad, a un puñado de kilómetros de Santovenia, y luego llamó a su novia para contárselo por videoconferencia y hasta le enseñó el cuerpo ya sin vida de su progenitora. Viene de eso y de otra semana terrible con las carreteras teñidas de sangre. El asfalto de Castilla y León registra este año más muertes que nunca. No pierde la esperanza. Pero también sospecha el desenlace.
Los médicos lo expresaron tras la intervención. Esperaron 48 horas a ver si se obraba el milagro. Hasta que el lunes, 72 horas después, certificaron el “irreversible” del estado de Perico que ya habían diagnosticado el viernes.
El resto es historia conocida. La ambulancia lo llevó a toda pastilla al Clínico, donde los médicos ya esperaban y suponían lo que se iban a encontrar. Dos horas de difícil intervención para sacar el proyectil. Y sólo quedaba rezar. La muerte era un presagio, que se cumplió en la mañana del lunes y llenó de dolor y consternación a la sociedad española. Uno de los mejores agentes de la Guardia Civil había caído víctima de una alimaña de tres al cuarto en un pueblecito de Valladolid.
Las lágrimas asomaron entonces en muchos cuarteles. Uno de ellos el de la decimosegunda zona de la Guardia Civil con sede a los pies de la leonesa calle Fernández Ladreda. El general de Brigada que comanda el emplazamiento, Luis Antonio del Castillo Ruano , no pudo reprimir la rabia y la pena al recibir la noticia. Conocía de sobra a Perico y su valentía, no en vano había sido instructor suyo en la academia. Había muerto no uno de los suyos, sino uno de los mejores de los suyos.
Era un deportista y tenía una salud envidiable a sus sólo 54 años. Ese fue uno de los motivos por lo que el coordinador de trasplantes del Hospital Clínico de Valladolid se afanó nada más certificarse su muerte en hablar con la familia para proceder a la donación, según fuentes del centro sanitario consultadas por este periódico. El último servicio de un héroe, que hasta muerto siguió sembrando generosidad y compromiso con la sociedad.
Hoy todavía en Valdemoro, sede de la UEI, con las cosas y los papeles de Perico en su despacho, nadie da crédito a lo ocurrido. El asesino está en la cárcel de Villanubla, ajeno al dolor y el enorme boquete que ha ocasionado en el alma de la Guardia Civil. Aunque seguramente le dé lo mismo, más pendiente de recibir metadona con la que superar los episodios de mono, como el que le enloqueció esa madrugada y mañana del 1 de julio en la que sacó todo su instinto criminal.
Esta mañana los resto mortales partieron camino de Valdemoro. Honores militares a la puerta del Clínico. Una comitiva orgullosa pero herida y silenciosa recorre las calles de Valladolid hasta enlazar con la A-62. Honres militares sobre el asfalto.
En los viaductos hombres y mujeres uniformados de verde saludan marciales al paso del coche fúnebre. Señal de respeto a uno de los mejores, que había librado cien episodios mucho más peligrosos que el de un quinqui agazapado bajo el síndrome de abstinencia en un bajo de Santovenia. Su oficio era el riesgo. Decidir en instantes. Actuar con diligencia, determinación e inteligencia para salvar vidas, sin pensar en la suya. En los arcenes también uniformados. Saludo marcial hasta los confines de la provincia de Valladolid, allá por las tierras de Medina del Campo. Sobrecogedores imágenes con el dolor en el rostro y la palma de la mano estirada junto a la sien.
Desde un paso superior, a uno de ellos le puede la emoción, y al paso de la comitiva fúnebre por debajo, se le escapa, como un grito de rabia e impotencia, un “¡Viva España, cago´n dios!”. El grito queda registrado en el vídeo de de Twitter. Perico no era uno más . Era uno de los mejores. Y los héroes también mueren en absurdas emboscadas a manos de un quinqui de poca monta, pero se llevan con ellos el respeto y el honor de todos.