2 AÑOS EN 6 OLAS | LO QUE LA PANDEMIA CAMBIÓ... EN LAS RESIDENCIAS
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«Antes esto era una casa, después hubo protocolos y citas previas». Sobreviven reinventando rutinas para sortear el aislamiento y minimizar lo perdido en este tiempo: calor, familiaridad y espontaneidad. Fueron las primeras en cerrar, el primer foco de contagio y de fallecimientos, cuando «se morían ocho a la vez», y las últimas en abrirse a las familias. Los residentes perdieron cercanía con sus allegados, y estos, la tranquilidad de estar en cualquier momento con ellos. «Los hijos se despedían de sus padres por videollamada. Eso no se olvida»
Hubo un tiempo en el que el propósito de aquellos que velaban por las condiciones de las residencias consistía en que fueran lo más parecido a un hogar y no a un entorno institucionalizado . Ese anhelo iba tomando forma hasta el negro marzo de 2020, convertido en pesadilla de la que muchos no pudieron despertar y que para otros será recurrente siempre. Entre otras razones porque a la luz del día no desaparece.
Hasta hace un mes cuando sonaba el teléfono, al otro lado ya no se encontraba algún hijo o hija para hablar con sus padres «como toda la vida», sino para concertar una cita. Según cuántos familiares había en ese momento, podían quedarse más o menos tiempo. Fecha, hora y duración de la visita estipulados . «Antes del Covid esto era impensable, no había horario de visita, venían a la hora que les daba la gana», relatan en la residencia Santa Teresita, de la provincia vallisoletana, que desde el 6 de febrero ha vuelto a flexibilizar los accesos. Estas situaciones se han dado en este y en tantos otros de los más de un millar de centros residenciales de Castilla y León.
Hace dos años que dejó de parecerlo, pero «antes esto era una casa». Aunque está lista para volver a serlo paulatinamente cuando el miedo y el virus lo permitan.
«La pandemia nos ha quitado familiaridad» , explica Eva Sampietro, codirectora de una residencia de mayores del municipio vallisoletano de La Cistérniga, sobre cómo el coronavirus ha llenado estos hogares de protocolos que restan afectividad y contacto.
«Había libertad de movimientos, éramos como una familia, entraban y salían para estar con sus mayores, iban a su habitación, los acostaban...» , expone una exhausta, pero incombustible y esperanzada, Eva Sampietro, que manejó hace pocas semanas la situación –ya resuelta– tanto tiempo temida: contagios masivos en el centro tras dos años ‘limpios de Covid’, aunque afortunadamente sin la virulencia de antaño.
Un año después de relatar en este diario cómo se enfrentaban a la pandemia, tanto Eva como otros representantes del gremio vuelven a asomarse a estas páginas para hacer balance de los estragos del Covid tras dos años de convivencia. De cómo lo inunda todo y condiciona el día a día en el comedor uno o en la sala de visitas del fondo.
En la última ola, que nada tuvo que ver con las fatídicas iniciales en las que la mortalidad se cebó con las residencias, quienes viven en estos centros se adaptan a nuevas rutinas menos flexibles, que repercuten principalmente en el trato con sus allegados.
Las ‘buenas noches’ desde que empezó la pandemia ya no se dan al arroparles con algo más que unas mantas. Antes entraban hasta la habitación, compartían charlas y cuidados , se sentaban a la misma mesa y se despedían hasta el siguiente día. Pero esa cotidianidad se difumina. « El mayor que no oye no entiende lo que le dices con una mascarilla . El mayor que no ve necesita palpar para sentir y tampoco lo puede hacer. La enfermedad de Alzheimer a veces va más rápido... Esto nos lo ha quitado la pandemia», explica Eva.
Cuando el virus se cuela, la rigidez en la convivencia es mucho mayor. «Teníamos como horarios de patio y grupos burbuja de positivos, de por si acaso, de negativos y de supuestos negativos» . «La relación familia, residentes y trabajadores se veía resentida. Era un puzzle que no encajaba igual. Se pierde esa chispa. Antes dedicaba muchos ratos a charlas, a observar a los abuelos... Hacíamos como terapia de grupo para ver qué cambiaríamos. Después no, se tenían que fiar de nosotras. Para las familias está siendo muy duro».
Aunque la crisis sanitaria arrasa con infinidad de cuestiones, tangibles e intangibles, también se produce un efecto contrario y, según atestiguan en esta residencia de La Cistérniga, fortalece otras: « Ahora somos más piña . Entre los trabajadores hacemos más equipo por todo lo compartido. Esto nos une para siempre».
Y es que únicamente quienes pasaron por esos desconcertantes, insólitos y desoladores primeros momentos de la primavera de 2020 saben lo que se vivió en el interior de cada uno de esos centros. Los trabajadores de residencias en las que los contagios y las despedidas se aglutinaban más rápido de lo que podían digerirlo . O de las que, como los de Santa Teresita, vivían en tensión para mantener el virus a raya y los más lejos posible de sus queridos residentes, pero también de su familia en casa.
Indica Eva Sampietro también que cuando se tiene familia la situación personal se agrava según en qué punto de la pandemia se esté en el interior y en el exterior. «Al principio tenía miedo a meter el virus dentro, después a exportarlo».
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La directora de la residencia Santa Eugenia del municipio palentino de Cevico, Mari Bilbao, constata un fenómeno parecido: «Somos más familiares. Hay más unión entre trabajadores y abuelos. Nos hemos ayudado mucho los jóvenes a los mayores y viceversa porque han sido tiempos difíciles», relata quien resume el periodo desde el confinamiento a la actualidad como «dos años de nuestra vida perdidos» : «A casa con miedo, a la residencia, a casa. Tuvimos la suerte de que no nos entró el Covid, pero cuando falleció un abuelo por edad sus hijos tuvieron que despedirse por videollamada . Eso no se olvida . Y eso que no nos pasó como en otras, donde nos contaban que ‘se morían ocho a la vez’. Es muy triste», detalla Mari Bilbao, que los primeros 50 días de pandemia «se quedó con sus residentes. «Cerramos a cal y canto y empezamos con los protocolos».
También en Santa Teresita entre los residentes surge una conexión similar. Cuando se han tenido que confinar, junto a la bandeja de la comida aparecían notas que transformaban trozos de papel en reconfortantes abrazos escritos. Como la que recibió Ángela de sus convivientes en la que ponía que «las situaciones complicadas no duran mucho, las personas valientes, sí» para sacarle una sonrisa, o el mensaje de ánimo hacia Laura: «Cuanto más fuerte es una tormenta, más rápido pasa».
Manuscritos personalizados que buscaban «que se sintieran menos solos dentro del aislamiento y supieran que les echábamos de menos» , expresa Eva Sampietro, que subraya que «se emocionaban mucho» en momentos en los que el miedo estaba muy presente. «En muchos casos existe patología de base y temían por si se complicaba. Ellos mismos si enfermaban se preocupaban».
A 20 kilómetros de Salamanca se encuentra una de las tres residencias que gestiona Alberto Rodríguez, en el pueblo de Belenia. Hace un año ya lamentaba que se daban «pasos para atrás con menos calor». « En el camino nos dejamos humanidad. Todo se medicaliza . El ambiente familiar de concordia se perdió y tiene un poco de hospital. La convivencia era muy viva y ahora rigen protocolos a rajatabla», contaba entonces.
Pasados otros doce meses, sigue detectando esas carencias que aún no se han revertido. « Hay una carencia de una vida afectiva , de familiares que vengan a verte, de nietos que venían y te abrazaban, y por precaución lo hacen menos. Las limitaciones desaniman y lo tratamos de contrarrestar con terapias y actividades . Pero igual que las cosas no son tan graves como al principio, esto será transitorio», reflexiona esperanzado.
El presidente de las residencias de Castilla y León, Diego Juez, detalla cómo han evolucionado en este tiempo y da una visión global, aunque cada centro ha pasado su propia experiencia marcada por el contagio o la ausencia de este y por los confinamientos y la limitación de visitas: « Nunca lo pasaremos como lo hemos estado pasando al principio . Ha sido la época más dura de nuestra vida, la de la época del Covid, porque en esta segunda época para las residencias ya no es la del Covid, sino la de Ómicron. Ahora, de manera general, no enferman igual y no tiene las consecuencias drásticas y radicales que en los inicios. Desde el punto de vista sanitario, a las residencias la vacuna nos ha dado la vida».
Cuando se asomó hace un año a las páginas de este diario, Diego Juez hablaba de los días más aciagos en «los que se morían diez, doce... pero no eran cifras. Se nos moría Juan, Paco, Francisca...», decía.
Explica Juez que los desafíos actuales atañen a cuestiones diferentes, «sociales» también, pero que tienen que ver más con la gestión y las familias. Burocracia, problemas para encontrar personal en momentos críticos y especial celo para combinar seguridad con una estancia confortable . «Ahora se ha tenido dificultad en cubrir las bajas de personal» y queda pendiente esa reapertura definitiva de los centros a los familiares.
«Hay que abrir las residencias. Queda un poco el miedo que hemos pasado, pero si toda la sociedad vamos a conciertos y al fútbol, también hay que abrirlas . Tenemos que convivir con las familias porque ya no es la situación dramática del principio», insiste el representante autonómico de estos centros, que confía en que tras la sexta ola se instale la normalidad.
También Eva Sampietro espera que no haya que esperar otra vuelta al sol para «recuperar del todo una vida más normal, sin este miedo que hemos tenido». Lo quiere ya. «Vamos hacia la normalidad con cierta tranquilidad. Estoy deseando volver a lo que era antes. Tengo unas ganas inimaginables de volver a hacer equipo con las familias. De hacer una fiesta. Todos al aire libre como hace la gente . De disfrutar, familia, trabajares y residentes. De estar tranquilos».