2 AÑOS EN 6 OLAS | LO QUE LA PANDEMIA CAMBIÓ... EN LOS CENTROS SANITARIOS
Y el Covid heló el hospital
Pacientes con visitas restringidas, familiares que permanecen horas a la espera del teléfono para que les informen sobre sus allegados, sanitarios que ‘teleatienden’, profesionales con estrés y agotados anímica y físicamente tras meses de «medicina de guerra»: «Estamos desanimados. Cuando parece que va bien, vuelve a ir mal».
Cuando el padre de Laura enfermó no volvió a ver a todas sus hijas reunidas. Por los pies de su cama del hospital en Valladolid pasaron, sí, pero de una en una. El de Fernand o ni siquiera pudo ver a sus dos hijos más allá del recuadro del móvil cuando intuía que no despertaría más. Así lo dictaban las normas en un escenario sanitario cambiante donde la restricción de visitas, reducidas al extremo, enfría de calor humano las habitaciones.
El personal sanitario, que bajo sus batas y uniformes esconde las heridas abiertas de seis batallas , continúa a pie de cama cada vez más golpeado y abatido, mientras el paciente tiene menos brazos tendidos porque la presencia de allegados se reduce al mínimo. Con las imágenes de las dolorosas despedidas a través de minúsculas pantallas en la retina colectiva, quedan resquicios de prohibiciones y quien ingresa no tiene apenas cerca a los suyos para compartir sus incesantes nervios, dolores o preocupaciones.
Pases excepcionales de 24 horas para un solo acompañante o para una franja horaria determinada de visita. Sanitarios que redoblan esfuerzos por el trabajo físico y mental que arrastran tras «meses interminables de medicina de guerra»; controles en los accesos para que solo cruce el umbral del centro sanitario quien tiene cita y el acompañante únicamente si la intervención lo requiere; familiares que esperan pegados al teléfono en la distancia y pacientes más solos que nunca. «Los hospitales se han deshumanizado por la pandemia», asevera Jorge, enfermero del Hospital de León , que desde hace un mes trabaja en Coronarias, tras haber bregado con la mayor parte de la crudeza de la crisis del Covid desde una UCI leonesa.
«Es que llevamos dos años ya, no son unos cuantos días sino ¡dos años! Y muchos pacientes siguen sin poder tener cerca a sus familiares en un momento de total vulnerabilidad. Pasan por procesos difíciles y casi no están acompañados, aunque en las primeras olas fue peor», critica sobre la reducción de visitas. «Cuando suben los contagios, se suspenden otra vez y solo hay pases, el familiar no está y a veces se tardan horas en llamarlos para informarles. Esto tiene un efecto terrible, sobre todo en las personas mayores. No sé si se arreglará por completo algún día, pero hace falta».
Otro enfermero, este desde Valladolid, también subraya que « para un paciente no recibir visitas puede afectarle a su estado de ánimo, incluso a su evolución ». Raúl ha dejado las Urgencias del Clínico de Valladolid por las del centro de salud de Peñafiel, después de formar parte del grupo Covid que organizó las carpas exteriores que sirven de triaje inicial. En ellas, tras las preguntas pertinentes, se pasa al usuario al circuito limpio o al de ‘sucio’. «Había que hilar fino para no equivocarse en los momentos de mayor intensidad», apunta quien entiende que una de las consecuencias peor acogida de la crisis sanitaria es «la rigidez» de estos lugares.
Un funcionamiento que continúa estrictamente protocolarizado, pese a que se avanza y a que casi se dejaron atrás las difíciles despedidas de un ser querido por videollamada cuando el acceso estaba completamente prohibido o las horas eternas que discurrían para el paciente en una habitación en la que apenas aparecía nadie.
Raúl descuenta los días para «que llegue el momento en el que el Covid se gripalice». «Entonces las medidas se rebajarán y ahí tendremos que recuperar todo lo que ahora no se permite hacer y aprender a convivir con el virus». Mientras eso sucede, Jorge, que practica la Enfermería desde León, lamenta haber dado «pasos para atrás en humanización cuando lo que se pretende siempre es lo contrario, humanizar los cuidados».
Restricciones para los acompañamientos que repercuten también en el personal sanitario. «Si los pacientes requieren más dependencia de cuidados y no tienen a los familiares con ellos todo el tiempo es más estresante para el trabajo en las plantas porque la carga es mayor», expone Jorge, que detecta cambios en la forma de atender: «En los pacientes Covid se entraba en la habitación lo mínimo y con la disminución de la incidencia ha habido que hacerse de nuevo a la vuelta a la actividad asistencial más activa. Cuesta adaptarse al ritmo de toda la vida y más cuando hay tanta cantidad de trabajo y tanto cansancio».
‘Estrés’ es uno de los términos repetidos entre el personal sanitario para explicar ‘eso’ que la pandemia cambió. «Noto un hartazgo generalizado. Me da la sensación de que el personal del hospital está mucho más estresado que antes de marzo de 2020. Menos tolerante. Rabiados. Llevamos demasiado encima y mucha gente sigue teniendo miedo de llevar el Covid a casa», comenta el enfermero leonés.
Un bajón extendido que también detecta una médica de Urgencias en Valladolid que se ve dando vueltas en círculo una y otra vez. «Estamos desanimados porque cada vez que parece que todo va a mejor, vuelve a ir mal. Da la sensación de que no termina nunca», explica. «Salgo agotada», resume otra médico de Primaria de un barrio de la capital vallisoletana, que ha pasado dos veces por el Covid y afirma que sus horas en consulta «son un no parar». «Termino más cansada que nunca. No tenemos ni un segundo. Atiendes a pacientes que tienen patología no Covid, pero también a quienes dicen que han dado positivo en test de sus casas, les dices que vengan, tienes que notificarlo y son muchos pasos constantemente».
«El trabajo es extenuante», coincide Sonsoles, facultativa de un servicio hospitalario salmantino. «En cuanto bajan los contagios por Covid vuelve todo el mundo que evitaba venir a Urgencias por temor a coger el virus y vemos pacientes sin descanso. Tratas de atenderlos lo mejor posible, pero a veces vas a toda prisa y das de sí lo que puedes».
Cuenta esta doctora que la obligatoriedad de llevar mascarilla durante el trabajo provoca «fatiga», y que a cada persona que ve la atiende «como si tuviera Covid». «Es la manera de protegerme porque hay muchos que se quitan la mascarilla para toser, que se la ponen mal... y nunca sabes si están contagiados porque no se les haces test a todo el mundo. Yo me cuido con doble mascarilla, distancia e higiene de manos y l es pido que se la pongan y si no lo hacen no les atiendo».
Desde su percepción en enfermería tanto de un hospital como de un centro de salud, el vallisoletano Raúl explica que mientras en el hospital la distancia social es un concepto presente, en la Atención Primaria el cambio más evidente es la combinación de atención telefónica con la presencial. «Y esto tiene pros y contras. Facilita bastante algunas cuestiones administrativas, como activar recetas o partes de baja, y ese hueco que deja puedes dedicarlo a la atención presencial, pero presenta un gran inconveniente y es que hay veces que por teléfono se te escapan muchas cosas importantes. Ese es el riesgo».
Subraya también que «en los picos de las olas, cuando los casos aumentan, el teléfono en la guardia –en la zona rural de Peñafiel– suena todo el rato, hasta dos o tres teléfonos a la vez. Citas para una prueba de antígenos y te conviertes en administrativo. Ahora estamos saliendo, pero la cantidad de test que se han tenido que citar, hacer y notificar ha sido bestial. Esto sostenido en el tiempo supone un machaque continuo. Anímicamente es muy cansado».
Tras dos años y seis olas uno de los retos fundamentales de la Sanidad consiste en devolver visibilidad a la patología no Covid. «Hemos desviado la atención al coronavirus, mientras otras dolencias se han complicado cuando no tendría que haber pasado», indica el enfermero vallisoletano Raúl.
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Con una atención telefónica ganando enteros y con el proyecto anunciado hace un par de meses de videoconferencias, que habrá que ver en qué materializa una vez se conforme el nuevo gobierno autonómico, parece que la combinación de estas dos formas de atender no desaparecerá, como cree Antonio, que trabaja como médico en el centro de salud Ávila Rural.
Este doctor abulense habla de cómo se han tenido que acostumbrar a la asistencia dual. Indica que hay usuarios que «todavía prefieren no acudir» y que «la medicina que conocíamos antes de la pandemia –apunta– es diferente porque existe el temor, respeto o la duda sobre la posible presencia de Covid». «Hay que comprobar que el paciente no es positivo y filtrarlo. Ya siempre es sospechoso. La relación médico paciente se ha distanciado, igual que pasa en la sociedad. Ahora es más complejo ser médico, en cualquiera que presente síntomas banales hay que descartar Covid, están los circuitos para pacientes de ‘limpio’ y de ‘sucio’. Se ha complicado y enmarañado la atención», afirma Antonio.
Desde Palencia, en el centro de salud semiurbano de Venta de Baños, Javier ejerce la Medicina de Familia. Lo que más percibe también es «la falta del acercamiento del paciente al centro». Reconoce, igual que otros colegas, que con la combinación de consulta presencial con telefónica «se alivia parte del trabajo administrativo», pero tiene sus reparos. «Llevo años en Atención Primaria y supone una gran diferencia porque tenemos complejo de teleoperadores. Siempre nos ha gustado ver la cara al paciente porque solo mirando a una persona se puede saber si ha mejorado o no. Y eso lo estamos dejando atrás», comenta Javier antes de enumerar otras carencias del sistema actual.
«Se ha perdido el seguimiento de pacientes crónicos, alargado las listas de espera, las consultas se citan en más largo tiempo, con el cabreo por nuestra parte y la del enfermo. Y se acentúa un problema muy grave, la falta de profesionales. Se acumulan las consultas, disminuye la frecuentación y eso va en detrimento de nuestros pacientes. Es una situación acuciante y grave que empeora».
Pero más allá de las dinámicas diarias, de restricciones de acceso o precauciones por el contagio, están las secuelas psicológicas en quienes han estado en primera línea desde aquel confinamiento, cuando no tenían apenas material de protección y reutilizaban lo poco con lo que contaban, cuando presenciaban despedidas «desgarradoras» y no sabían si el paciente que tenían delante despertaría al día siguiente.
«Emocionalmente, muchos médicos, como el resto del personal sanitario, estamos afectados. No somos los mismos. A nivel emocional el daño es importante porque hemos visto mandar al hospital seis pacientes en un día y se han muerto cuatro. Presenciamos mucho sufrimiento y ese sufrimiento nos ha marcado. Ver que no puedes hacer la medicina que te gustaría, que no puedes ser el médico que quieres ser porque hay condicionantes que te lo impiden, que no llegas, que no lo controlas todo, cuesta. Vivimos con esas huellas emocionales».
No habla solo por su experiencia personal, sino por la de quienes tiene cerca. «Lo ves en las guardias. Cada uno se recluye un poco. Se ha perdido esa fuerza, esa chispa. El daño de la pandemia es mucho más que el socioeconómico, nos afectará siempre». Pero matiza: «Eso sí. Estamos tocados, apagados, pero seguimos adelante».
Jorge se expresa en términos parecidos. «La peor temporada, de marzo a mayo de la primera ola, fue de una grandísima incertidumbre por no saber qué iba a pasar. Se morían todos. Lo pasamos fatal y vimos que el sistema sanitario no estaba preparado. Era como si estuviéramos en una guerra, en una guerra biológica. Un estrés continuo. Cada día veías más delgados a los compañeros, no comíamos bien, no dormíamos bien... El ánimo... todo. Y a esto se añadía la preocupación de si atendías bien a los pacientes, que no era fácil. Hoy todavía eso pesa».
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