Diario de Castilla y León

2 AÑOS EN 6 OLAS | LO QUE LA PANDEMIA CAMBIÓ

Del confinamiento a la vacuna

El sábado de marzo en el que tanto empezó a ser distinto data ya de hace dos años y lo vivido este tiempo, confinamientos, restricciones, miles de pérdidas, algunas sin apenas despedidas, toques de queda, mascarillas obligatorias, abrazos no dados, reuniones por la pantalla, intervenciones quirúrgicas que se retrasan sine die y distancias que cuesta acortar, ha trastocado la forma de vivir en muchos escenarios: desde los colegios a las residencias, los hospitales o a cualquier hogar

Reportaje gráfico. -PABLO REQUEJO / ICAL

Reportaje gráfico. -PABLO REQUEJO / ICAL

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

Creado:

Actualizado:

Ese sábado pocos sabían que dos años después tanto sería distinto. Ni mucho menos en qué forma. Los colegios, los hospitales, las residencias, los restaurantes, los parques, las redacciones, los hogares... Cuando el presidente del Gobierno apareció en todas las televisiones anunciando el primer estado de alarma –que finalmente tuvo seis prórrogas– comenzó una etapa que trastocaría la vida de cada castellano y leonés. A cada uno de una manera distinta. 

Hubo quien perdió a su seres queridos y no pudo despedirse, quien no resistió a la virulencia del Covid, quien ansía desterrar el tapabocas, quien arrastra 24 meses de encierro interior involuntario, quien se adapta a la fuerza a los nuevos métodos de su profesión, quien soporta una presión inusitada en su trabajo, quien ha visto el infierno repetirse uno y otro día –sobre todo en la primera ola– y también quien ha recuperado su rutina con la máxima normalidad posible y vive igual que antes, salvo por la obligatoriedad de las mascarillas en interiores. Seis olas en dos años. 

En Castilla y León la pandemia deja a su paso dos millones con casi cuatrocientas mil historias distintas –la de cada persona que engorda su mermado padrón de habitantes– en un periplo repleto de restricciones, toques de queda, cierres y reaperturas, Ertes, despidos, contratos fugaces, confinamientos y cuarentenas, soledad y distancia, ‘teledocencia’, teleasistencia médica y un reguero de más de 658.000 contagios de coronavirus y del horror de lo irreparable: más de 13.300 muertes debido al Covid. 

Deja también el sacrificio de miles de alumnos, niños con mascarilla en pupitres alejados, profesores ‘duales’ que han incorporado la docencia multimedia a su día a día aunque no supieran de las nuevas tecnologías; personal sanitario que ha pasado de atender sin apenas material de protección a ver a un paciente tras otro sin respiro; cajeras de supermercado, empleados de la limpieza, bomberos y fuerzas del orden que salieron desde el primer instante a la primera línea para que el mundo siguiera girando. Hosteleros del día y de la noche que han sido el conejillo de indias de las prohibiciones ; y especialistas en salud mental con más pacientes a los que ayudar durante un tiempo indeterminado.

La zona cero de la pandemia en esta Comunidad podría ubicarse en Segovia . Allí, el 27 de febrero de 2020, cuando aún no se imaginaba el alcance que tendría la crisis sanitaria, la Consejería de Sanidad notificó lo que pasaría de un goteo a una cascada. Edoardo, un universitario italiano de 18 años que cursaba sus estudios en la IE University de Segovia, dio positivo en el por entonces desconocido virus tras regresar de un viaje a Milán. El revuelo fue generalizado. 

Pasaban los días con la atención mediática autonómica fijada en el entorno del joven. Su evolución, el temor entre sus compañeros... Hubo más casos no relacionados en otras provincias, pero iban resistiendo, hasta el 12 de marzo cuando un anciano de 81 años de Salamanca falleció. Se hablaba de quien tenía alguna patología previa como una especie de ‘tranquilizante’ para el resto, pero la realidad es que murió siendo positivo en Covid y que sería solo el primero en una Castilla y León del siglo XXI que había olvidado el poder de las plagas.

Con el confinamiento a partir del 15 de marzo, el silencio de las primeras horas del alba se rompía desde los balcones, y la música y los aplausos se repetían en cada rincón de la Comunidad. Agentes de policía cantaban el cumpleaños feliz desde la calle a algunos confinados, mientras muchos vecinos se conocieron por primera vez tras años compartiendo rellano y el personal esencial seguía a pie de obra sin descanso. Farmacéuticos, tenderos y kiosqueros se convirtieron en la única conversación de alguien.  

Todavía no había explosionado la ola como más tarde sucedió, pero la notificación de once muertes en una semana de mediados de marzo de 2020 en una residencia soriana, la de Los Royales, disparó las alarmas. En ese mes murieron 32 residentes, aunque desde la consejería de Sanidad, su titular, Verónica Casado, restaba importancia a estos casos: «Una mortalidad dentro de lo normal», dijo. Sirvió de anticipo. 

Hacía ya semanas que las residencias se habían cerrado a cal y canto. Los que viven en ellas fueron el punto más frágil de la crisis. El contagio se extendió en gran parte de los más de mil centros de los que dispone Castilla y León, las visitas se restringieron, el teléfono se convirtió en el salvoconducto para el contacto con los seres queridos y las muertes se notificaban en decenas, cientos, al final miles.

Mes y medio después del encierro total, llegó un respiro. El 2 de mayo se pudo salir a pasear con convivientes y a practicar deporte, aunque solo en determinadas franjas. Comenzaba así lo que pasó a llamarse la desescalada que se aplicaría por fases y por territorios en función de la incidencia. La mascarilla, que antes era recomendable pero no obligatoria por la falta de suministro, se convirtió en un elemento de uso obligatorio en las calles y en espacios cerrados, pero solo si no era posible mantener las distancias. La demanda del tapabocas se disparó y con ella su precio. 

Poco más de tres meses después del estado de alarma, el Gobierno decretó su fin el 21 de junio. Se podía al fin viajar a otra comunidad. En Castilla y León las reaperturas de la hostelería y sus aforos iban en función de fases que regían las restricciones de todos los sectores. Las nueve provincias se fueron desprendiendo de las medidas a distinta velocidad. Se daban casos en los que un pueblo tenía sus bares cerrados y el colindante, abiertos.

A una nueva ola de contagios le seguía una de normas . La mascarilla pasó ese mes de julio a ser obligatoria al margen de las distancias y únicamente podía quitarse para el acto de comer y de beber. 

La normalidad seguía lejos y vendrían más limitaciones. En octubre el país volvió a la situación de estado de alarma. Era el segundo. Ya se sabía de qué iba eso, pero tenía diferencias con el primero. No había un confinamiento generalizado y estricto, pero sí cercos perimetrales. El Ejecutivo nacional impuso el toque de queda alrededor de las once de la noche con la posibilidad de que las comunidades lo adelantaran o retrasaran. Castilla y León lo estableció desde el sábado 24 de octubre a las diez de la noche. Las ciudades volvieron a vaciarse, al menos tras esa hora. La hostelería recibía otro revés en un tiempo en el que intercalaba cierres con reducciones de aforo y se tenía que adaptar a nuevas situaciones casi de un día para otro. 

Los contagios volvían a subir y apenas dos semanas después del toque de queda, la Junta anunció un nuevo cierre de la hostelería. Eran principios de noviembre y la imagen de una vacuna al final del túnel se tornó en un icono, pero el tren distaba mucho de ser un AVE.

Castilla y León tuvo que esperar a casi terminar el año para recibir una noticia positiva. A cuatro días de las campanadas, una residencia palentina servía de escenario para las primeras vacunas en la autonomía porque comenzaron con las residencias al ser las más golpeadas por el virus. Áureo López encarnó la imagen de la vacunación, de la esperanza. Fue el primer castellano y leonés, a sus 88 años, en recibir su dosis. Su alegría era máxima. 

Entre tanto, los centros de salud seguían sin un funcionamiento normalizado. El teléfono era la herramienta principal y sigue presente. También en los hospitales carpas exteriores se empleaban para separar en dos circuitos a los pacientes de ‘limpio’ y a los de ‘sucio’, con Covid o sospechas de ello. Los retrasos en las otras listas de espera fueron demoledores. Las consultas a los especialistas aumentaban su frecuentación, otras enfermedades pasaron a un plano casi invisible y los ingresos seguían un protocolo estricto por el coronavirus. Los hospitales perdían en cercanía con los pacientes, que apenas podían contar visitas tras una intervención quirúrgica.  

Empezó 2021 con la vacunación a personas mayores, grupos de riesgo, de trabajadores esenciales, como los sanitarios o las fuerzas del orden, y con una medida polémica que el tribunal tumbó. La Junta decidió unilateralmente imponer lo que en la práctica era un confinamiento en cubierto : toque de queda a las ocho. Duró un mes, hasta mediados de febrero cuando el Supremo terminó con este adelanto del Gobierno autonómico atendiendo a la petición del Ejecutivo central. Y las nueve provincias volvieron a  tener las diez como hora límite para regresar a casa, a excepción de los salvoconductos por motivos laborales o de salud. 

Y,al fin, la combinación de palabras tan esperada se puso en marcha: ‘vacunación masiva’. Casi terminaba marzo, cuando, de nuevo a diferente ritmo, abrieron los ‘vacunódromos’ para inmunizar a la población a toda velocidad. Seguía el estado de alarma, el segundo, hasta que decayó a los seis meses de su imposición. El 9 de mayo del 21 supuso el adiós al toque de queda y a los cierres perimetrales, mientras ya se podían reunir diez personas. Sin embargo, Castilla y León mantuvo el cierre del interior de la hostelería en municipios con más de 150 casos por cada 100.000 habitantes. Pocas veces unos empresarios estaban tan pendientes de las cifras de incidencia. Un punto arriba o abajo en la tasa suponía un nuevo cerrojazo.

Con los mayores inmunizados, gran cantidad de veinteañeros y treintañeros pasaron el verano de 2021 por el hospital en la conocida como ola joven. En la primera semana de julio, la Comunidad notificó 4.748 casos, por encima de la media del país. Nunca dejó de haber fallecidos por coronavirus. Hoy todavía los hay.

Los centros sanitarios enfermaron de saturación. A la actividad rutinaria propia se sumaba la burocracia de notificar positivos, de citarlos para las pruebas, y la presión asistencial no daba tregua. Comenzó el pasado otoño con una expansión del Covid contenida, pero en noviembre las olas ya sumaban seis y quedaba aún la pesadilla de antes de Navidad llamada Ómicron. Provocó una realización de test masivos de cara a las fiestas navideñas con lo que la notificación de positivos iba en aumento. Colas en las farmacias, desabastecimiento, esperas de horas en los centros de salud... 

A la vez, la tercera dosis calmó algunos miedos y los niños empezaron este 2022 en la senda de los adultos, con la vacuna como esperanza dos años después de que comenzara una incierta etapa de abrazos perdidos, reuniones no celebradas y distancias que cuesta acortar. Una etapa que ha trastocado tantas vidas... En realidad, todas, porque el olvido será imposible.

tracking