Diario de Castilla y León

EMILIO GUTIÉRREZ CABA

«El conocimiento de los demás es un tesoro incalculable que me ha dado esta profesión»

El veterano intérprete vallisoletano, a las puertas de celebrar 60 años dedicados a la actuación, recibirá hoy la Espiga de Honor de la Seminci como tributo a su trayectoria, durante la Gala del Cine y el Audiovisual de Castilla y León

.- ICAL

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Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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Bisnieto, nieto, hijo y hermano de actores y actrices, Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 1942) recibirá el próximo 26 de octubre la Espiga de Honor de la Seminci como reconocimiento a una trayectoria cimentada en el teatro con títulos como El príncipe y la corista o La mujer de negra, e igualmente fructífera en el cine y la televisión gracias a sus actuaciones en películas como La comunidad y El cielo abierto, y en series como Gran reseva.

Pregunta.– ¿Cómo recibe alguien con su experiencia y con su herencia familiar, que sabe de los vaivenes de este oficio, un reconocimiento como el de la Seminci?

Respuesta.– Lo recibo con doble o triple satisfacción: por el premio en sí, por venir de la ciudad donde nací, y por llegar de un festival tan prestigioso como la Semana de Cine de Valladolid. 

P.–  Llevan casi vidas paralelas: la Seminci se fundó en 1956 y usted empezó a girar por los teatros de España en 1962, con la compañía de Lilí Murati. ¿A punto de alcanzar los 60 años de carrera,  cómo valora su trayectoria?

R.– Cuando uno mira hacia atrás, y uno lo hace con frecuencia, tiene los recuerdos y las vivencias muy nítidos. Y quizá piensa que falta algún año, que se ha producido algún salto, algún vacío que no está muy justificado. Pero el tiempo pasa inexorablemente. 

P.– Y a usted, miembro de una larga saga de actores y actrices, cuál es el mayor tesoro que le ha dado esta profesión. 

R.– El mayor tesoro es el conocimiento: esta profesión te hace ser curioso, y eso significa que tienes que mirar a muchos sitios y a muchas gentes, y aprender de muchas fuentes al mismo tiempo. El que no sea curioso es mejor que deje esta profesión, porque no le va a servir de nada, no va a poder construir una gran carrera.

Y lo que me ha dado esta profesión, independientemente de eso, es conocer a gentes magníficas, también a otras que no lo son tanto. El conocimiento de los demás es un tesoro incalculable. Eso y la sensibilidad no tienen precio.

P.– Dice un compañero suyo de profesión y generación, Miguel Rellán, que él empezó en esto para cambiar el mundo. Es un anhelo muy elevado. No sé en su caso si pudo más la inercia familiar o también pensaba que con el teatro podría remover conciencias.  

R.– Mitad y mitad. Pesaron ambas opciones, diría. Me convencí de que la actuación era un modus vivendi aceptable, honroso, pero también me di cuenta de que el teatro, como otros ámbitos como los medios de comunicación, por ejemplo, podía contribuir a construir un mundo menos injusto, más equilibrado, para que no cayese en el precipicio de la desidia y la deshumanización; podía, a fin de cuentas, ser importante para cambiar costumbres y conciencias.

P.– En esa suerte de memorias familiares que escribió hace unos años, El tiempo heredado,  dice que los espectadores no son conscientes de lo que son los actores. ¿A qué se refiere? 

R.– Es difícil considerar que esto sea un trabajo, pero lo es: se necesitan unas horas de práctica diarias, es un trabajo necesario aunque no esté remunerado. Y tiene servidumbres que quizá no se den en otras profesiones.

Este país tiende, en general, a despreciar el trabajo de los demás: parece que solo importa el de uno mismo. Eso es algo gravísimo. Y yo estoy convencido de que hay muchísimos oficios que son más importantes que el mío, pero nuestra profesión ayuda a configurar la cultura de un país. Y no la hacemos solo nosotros, también el público que, a veces, vive con distanciamiento lo que mostramos: nos ven como gentes que vivimos bien, cosa que no es cierta en muchos casos, que nos ponemos a jugar un rato en el escenario y luego nos vamos por ahí a cenar un pincho de tortilla. Eso no es así. Afortunadamente también hay espectadores conscientes de la dureza de esta profesión. 

P.– El tiempo heredado era un homenaje a las mujeres de su familia y esta Espiga de Honor usted se la quiere dedicar a todas sus compañeras. ¿Ha aprendido más de ellas que de sus compañeros? 

R.– De mis compañeros he aprendido algunas cosas, la fachada, digamos, de la profesión. Pero los cimientos son las actrices. Siempre me han enseñado mucho, y no solo las actrices de mi familia. Por eso esta dedicatoria. Se lo merecen: muchas han estado maltratadas salarialmente aunque algunas hayan estado por encima de nuestras posibilidades masculinas, y han tenido todos esos problemas que nosotros no hemos sufrido, como el acoso, esas viscosidades que a veces se dan entre determinadas personas, o no han tenido la consideración social que los actores sí han tenido en iguales circunstancias... Son cosas que me irritan como ser humano, que no deberían ocurrir. Eso está en mi reconocimiento.

P.– ¿Cuál es su primer recuerdo con el cine como espectador?

R.– Me he criado en una generación que iba al cine dos o tres veces por semana, sobre todo los sábados y los domingos con los cines de sesión continua. El cine ha sido para mí muy formativo: vi películas que luego disfruté en mi casa, en versión original, deleitándome con secuencias que en mi infancia no pude ver. El cine ha sido fundamental.

A mí, de alguna manera, se me ha relacionado siempre con el teatro más que con la gran pantalla, aunque haya trabajado en 104 películas y haya ganado dos Premios Goya. Decía Rex Harrison aquello de ‘soy un actor de teatro que hace cine’. Pues eso.

P.– Y usted, además, empezó a lo grande: La caza, su segunda película, logró un Oso de Plata en Berlín y en la tercera Martín Patino le dio el papel protagonista en Nueve cartas a Berta. ¿Qué más se podía pedir?

R.– Desde luego.

P.– Ha terminado por hacer una gran carrera cinematográfica trabajando con los grandes: Miró, Camus, Chávarri, Almodóvar... 

R.– Creo que sí lo he conseguido, desde luego. Incluso en televisión, donde empecé casi a la vez que en el cine. He podido descubrir, además, a jóvenes actores y actrices excelentes. No tengo, en ese sentido, ningún temor a que esta profesión vaya a quedar en malas manos, como supongo que tampoco lo tuvieron en su tiempo Closas o Bódalo.  

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