UN HOMBRE | MIL CAMPANAS
«La campana es un Bien de Interés Cultural y, con sus toques, sigue hablando con el pueblo»
Manuel Quintana
«QUINTANA ME FECIT» se leía en una de las campanas que, en 1637, aludía a Clemente de Quintana e Isla, originario de la Trasmiera Cántabra. Este fundidor de campanas fue muy activo durante el siglo XVII. Décadas después, el testigo pasaría a Lucas y Andrés de Quintana, sus descendientes directos, en torno a la fundición de campanas. Cuatro largos siglos de historia en los conocimientos sobre este antiguo arte que se ha ido transmitiendo de padres a hijos. Un heredero de este patrimonio cultural es otro “Quintana”, el palentino Manuel Quintana. Los tañidos le acompañan desde que nació. Tenía 6 años y conoció a su abuelo en la fundición de Alcalá de Henares. Más tarde, en Villota de Paramo (su pueblo natal), creció en el taller de su padre hasta que en 1954 se trasladó a Saldaña. En 1964, al fallecer este, se hizo cargo de la fundición. Ahora son sus hijos los fundidores, los últimos de un oficio que sigue vivo en cada latido de cualquier campana. Tiene un sueño: abrir un museo didáctico donde pueda dar a conocer las técnicas tradicionales de la construcción de campanas en el pasado.
Pregunta.- ¿Quién compra campanas?
R.- Fundamentalmente, la Iglesia. También ha habido edificios públicos. Recientemente hemos restaurado un juego de campanas que estaba en Hacienda, en Madrid, desde 1939. Pero tradicionalmente han sido para iglesias, catedrales, ermitas, comunidades religiosas y cofradías.
P.- ¿Cuánto pesa una campana?
R.- Hemos construido campanas realmente grandes. Yo recuerdo que, siendo un niño, para el monasterio de Sobrado (Galicia) mi padre fundió una campana de tres toneladas. En Europa las hay de 18 o 20 toneladas y en España la mayor es la de la catedral de Toledo, con 17 toneladas.
P.- Da vértigo mirar hacia arriba y pensar cómo las subieron…
R.- Pues sí, es muy laborioso y era todo un espectáculo ver cómo se subían a la torre. Aún hoy lo es. Era todo un acontecimiento. Entramados, andamios, cuerdas, poleas, grúas… Se celebraba primero la bendición, que era un acto religioso, y después, un acto floral con bebidas, jotas y de todo. Se hacía una fiesta.
P.- ¿Ha cambiado la construcción de campanas?
R.- Claro, como todo. Los procesos entran en las nuevas tecnologías. Yo trabajé a la antigua usanza como lo hacían mi abuelo o mi tatarabuelo. También me tocó después introducir nuevos métodos. Y ahora que mis hijos están al frente han dado una vuelta completa a la fundición.
P.- ¿Un buen oído para un fundidor es fundamental?
R.- Sí. Siempre nos hemos guiado por los diapasones, aparatos para saber la nota que tiene la campana. Hay que tener buen oído, sobre todo para el acordaje. Es decir, que las campanas hagan un juego melódico armónico.
P.- Joaquín Díaz, en el Museo de Campanas, que es una colección de su fundición familiar, asegura que cuando venían con las campanas agrietadas o rotas, usted decía que había que dejarla y conservarla.
R.- La campana es un Bien de Interés Cultural. Venían presidentes de la junta vecinal con una campana que podían tener 300 o 350 años. Nosotros siempre recomendábamos al cliente que esa campana se tenía que conservar. Si a ellos no les interesaba, nos la quedábamos y les entregábamos una nueva.
P.- Usted ha visto cómo en los últimos años se crean las escuelas de campaneros. En su pueblo hay una. ¿Eso alimenta la cultura de la campana?
R.- Sí. La gente no sabía que la campana tiene vida propia y, cuando la ven de cerca, se interesa mucho más. Gracias a esas asociaciones de campaneros las nuevas generaciones conocen el significado del toque de las campanas.
P.- La campana tiene un lenguaje propio. ¿Eso influye a la hora de construirla?
R.- El lenguaje no depende del fundidor, sino del campanero, del tocador de campanas. Ese es el que debe dar el lenguaje a la campana. Los viejos campaneros de las catedrales y torres que lanzaban mensajes al pueblo y a la ciudad... Gracias a esos toques se sabía cuándo era un funeral, una fiesta, vísperas, etc. Hay un elenco de toques. Dependía siempre de la región donde la campana hablaba con el pueblo, porque siempre ha sido ese su cometido.
P.- ¿Siguen construyéndose con los mismos minerales?
R.- La aleación no ha cambiado. Hoy se emplean materiales más afinados, más puros, pero la aleación es 78% de cobre y 22% de estaño.
P.- De todos los tañidos, ¿tiene alguna predilección?
R.- El toque de fiestas, de vísperas y de alegría.
P.- La saga de los Quintana continúa…
R.- Mis hijos están al frente de la empresa y tratan de innovar en tecnología y nuevos mercados.
P.- ¿Cuál ha sido el mayor campanazo de su vida?
R.- Tener unos hijos muy trabajadores, muy emprendedores y con mucha iniciativa.