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Vivir sin el virus en tiempos del virus

Una veintena de zonas básicas de salud permanecen inmunes al coronavirus entre las 247 existentes en la Comunidad Autónoma. ¿Cómo lo hacen? El cumplimiento a rajatabla de todas las medidas de prevención y, cómo no, una importante dosis de suerte, son dos de los principales ‘secretos’ a los que lo atribuyen sus vecinos

Un camarero atiende la terraza del bar ‘Peña’ en la localidad vallisoletana de Villalón de Campos. Arriba, Ramón Montoya acarrea piedras en Treviño. Abajo, un grupo de vecinos charla en Hinojosa del Campo . SGC / RAÚL OCHOA / L. TEJEDOR

Publicado por
SANTIAGO G. DEL CAMPO / PILAR PÉREZ SOLER / M. MARTÍNEZ VALLADOLID / SORIA / BURGOS
Valladolid

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Pocas son las Zonas Básicas de Salud (ZBS) que permanecen sin contagios a lo largo y ancho de Castilla y León. Privilegiados ‘oasis’ que parecen inmunes a la peor pandemia en un siglo. Como ocurre con los centenarios, nadie sabe su secreto: unos dicen que es por cumplir las normas, otros, por la latitud, otros lo achacan al clima y, los más, a una mezcla de suerte y buenas costumbres. 

Puede que alguna de estas zonas haya amanecido hoy con algún inesperado positivo. Nunca se sabe. Al cierre de esta edición estas ZBS registraban cero positivos. Un cero absoluto, redondo, un cero, digamos, como la copa de un pino. Son apenas una veintena entre las 247 demarcaciones sanitarias de Castilla y León . Así lo ven en algunas de ellas:

VILLALÓN DE CAMPOS: ÉXODO DE FAMILIAS DE LA CIUDAD AL PUEBLO

Cero positivos en los últimos 14 días, cero en los últimos siete… La ZBS de Villalón de Campos, en Valladolid, es la única de la provincia que se mantiene limpia de coronavirus. El área sanitaria agrupa 16 municipios de la comarca –19 localidades– , con una población total de algo más de 3.000 habitantes. 2.000 de ellos viven en la cabecera, Villalón.

Las calles de los pequeños pueblos de la zona se ven prácticamente desiertas la mayor parte del día: Cuenca de Campos, Ceinos, Herrín, Santervás, Villacid, Vega de Ruiponce… El resto de los núcleos no alcanza los cien habitantes. Podría decirse que en estas localidades los vecinos están ‘autoconfinados’. Claro que eso, siempre. Con o sin coronavirus, poco cambia en esos pueblos de la que se ha dado en llamar ‘España vaciada’.

Otra cosa es el núcleo de Villalón . Las calles, sobre todo las del centro, están animadas. Comadres y compadres se paran a hablar aquí y allá en los característicos soportales de la villa. Eso sí: todos respetan religiosamente el metro y medio de distancia y lucen su mascarilla, inmaculada.

Llama la atención la escrupulosa formación de las colas a la espera de entrar en la frutería, en la pescadería, en la panadería… Cerca de la puerta, el omnipresente expendedor de hidroalcohol .

«Aquí cumplimos a rajatabla las normas de higiene y el protocolo sanitario», relatan a este periódico los responsables de la carnicería ‘Justi’, mientras atienden a la clientela. Hay que darse prisa para que las vecinas de fuera no pasen demasiado frío en la espera, ahora que empieza a correr el aire. «Hay que tener en cuenta que la suerte tiene bastante que ver», admiten los tenderos, «pero guardar todas las normas hace mucho».

Por supuesto, tanto los tenderos como los clientes de ‘Justi’ están hartos de la pandemia y desean que todo pase pronto. Aparte de eso, reconocen un efecto positivo del confinamiento: «Hemos tenido más gente este verano en el pueblo que nunca. Muchas casas que llevaban vacías varios años han vuelto a abrir, con toda una familia dentro». Aún se nota la presencia de más vecinos de lo habitual en el pueblo. «Esperemos que algo quede, y haya quien se decida a mudarse a vivir al pueblo», desean.

De la misma forma opinan en la confitería ‘La Villa de Ceres’: «Nos hemos reencontrado con gente que hacía mucho que no veíamos» , asegura un cliente. El confitero cuenta que, aunque al principio se hacía cuesta arriba cumplir todas las medias de seguridad, «ahora las respeta todo el mundo de forma automática, prácticamente sin pensarlo».

La actividad en el pequeño municipio apenas se ha detenido durante este tiempo. Los obreros de ‘Construcciones Arias’ siguen arrojando paladas de arena y cemento al interior de la hormigonera instalada en la Plaza Mayor, al lado de la iglesia de San Miguel, objeto de una reparación; María Luisa ofrece las mejores frutas de su repertorio a una y otra clienta… y los que pueden disfrutar del ocio llenan, ya a medias, las terrazas de los bares: «Fíjate si habrá venido gente al pueblo que ninguno de los de esta mesa somos de Villalón», explican con humor y mascarilla algunos de los clientes del Bar ‘Peña’. «Este es de Madrid, este es de Burgos y nosotros de un pueblo de la comarca». En este caso los forasteros cuentan que ya tienen fecha para volver a sus ciudades. No se quedarán en el pueblo. Quizá en otra mesa haya más suerte para el municipio terracampino.

«Parece que somos la resistencia. Llevamos esto de no tener positivos con mucho orgullo», celebra el alcalde de la localidad y diputado nacional, José Ángel Alonso. «Creo que esto ha sido fruto del trabajo de los vecinos, un trabajo que hay que reconocer, porque desde el primer día se han implicado mucho».

El regidor asegura que Villalón ha sido durante todo este tiempo de pandemia «un ejemplo de solidaridad». Y pone algunos ejemplos: «Cuando no había mascarillas, gracias a donaciones de los villaloneses se pudo contar con ellas, más de 50 tractoristas trabajaron en la desinfección de las calles... Hasta el profesor de Tecnología del Instituto utilizó la impresora 3D para fabricar pantallas de protección facial».

Por eso el alcalde envía un mensaje de agradecimiento «a la Guardia Civil, a los sanitarios y a los operarios municipales, que han estado haciendo horas voluntarias para la limpieza».

El primer edil reconoce, como sus vecinos, que también la suerte tiene algo que ver: «No quiero decir que lo hayamos hecho mejor que otros pueblos, sino que, haciendo las cosas bien, se puede contener mejor el virus. Pero también hay un porcentaje importante de suerte, porque este verano hemos tenido Villalón lleno de gente, de hijos del pueblo que viven en Madrid, en Bilbao o en Barcelona, por ejemplo, y en cualquier momento nos podía haber llegado un brote». Y es que «este verano algunas casas que llevaban sin abrirse diez años se han vuelto a abrir con familias enteras», remarca.

Por otro lado, personas jubiladas que suelen pasar los inviernos fuera del pueblo «están retrasando mucho la partida» gracias a «la sensación de seguridad que les da estar en un municipio en el que no hay contagios».

HINOJOSA DEL CAMPO: SUERTE Y BUENAS PRÁCTICAS

Libre de coronavirus en tiempos de Covid. Tanto en la época fuerte de la pandemia, cuando las almas que dormían en Hinojosa del Campo no llegaban a la veintena, como en esta segunda ola, cuando este municipio soriano del Campo de Gómara rebasaría los 180 habitantes hasta la primera semana de septiembre , el pueblo ha mantenido al bicho a raya. 

«No sé si ha sido la suerte o una serie de buenas prácticas que ha cumplido todo el mundo, desde los niños, hasta los jóvenes pasando por los ancianos», comenta el alcalde, el diputado Raúl Lozano. Un animal social, con vena más mediterránea que castellana en las formas, y ahora con una contención extrema. Lleva siete meses sin besar a su madre, a la que ve diariamente, y no es el único en el pueblo que sigue a rajatabla las medidas sanitarias, a juzgar por el resultado.  

«Aquí se interactúa, porque hay mucha vida, pero sigue habiendo mucha preocupación». Igual o «probablemente más que en la primera ola», añade el alcalde, reconociendo que la inquietud en agosto fue grande, con familiares de vecinos llegados del País Vasco, Aragón, Cataluña y Madrid. Eso no quita para que el municipio diera la bienvenida a los hijos del pueblo con un enorme cartel en la plaza, que aún se mantiene. «Había cierto temor, por las noticias a nivel nacional y de aquí en la provincia, pero seguimos sin ningún caso», apunta Lozano. Cita la «emoción» de una veraneante al sentir un recibimiento cuando en otros pueblos se miraba al foráneo por encima del hombro; la decisión de autoconfinarse dos o tres días cuando se llegaba a Hinojosa;  los partidos de pelota en el frontón con mascarilla incluida;  o el afán de limpiar mesas y sillas de la joven que ha llevado el bar.  

El establecimiento ha tenido el doble de espacio exterior que en veranos anteriores: el Ayuntamiento abrió una segunda puerta y sembró de geles hidroalcohólicos los lugares públicos, aunque «todo el mundo lleva sus botecitos».  

La prevención se mantiene, al igual que cuando estaban los veraneantes. «No sé si es la palabra, pero estamos normalizándolo todo. Ahora en vez de hablar, actuamos», concluye. Quizá sea la única forma de que el virus no lo haga.

TREVIÑO: NORMALIDAD SIN BAJAR LA GUARDIA

Sin prisa, entre paisajes ya algo ocres y casas recias de piedra, como la usada para levantar la iglesia de San Pedro que da la bienvenida a todo el que llega a Treviño. Así transcurre la vida en la localidad cabecera del Condado de Treviño al inicio de un otoño que llega sin embargo, a un territorio donde uno casi se olvida de la omnipresencia de un Covid-19 (coronavirus) que ha acabado ya con la vida de miles de personas en todo el país.

Si no fuera por la mascarilla que portan todos los que transitan hacia sus labores, «ya que excepto alguno que estuvo en contacto con gente que vino de fuera y que luego se quedó en casa-, no ha habido casos entre los vecinos», afirma su alcalde Enrique Barbadillo.

Tranquila situación similar a la que se comprueba al pasear por la vecina Puebla de Arganzón, tal y como explica también su regidor Pablo Ortiz. A pesar de que entre ambos ayuntamientos cuentan con 52 núcleos de población donde si bien conviven apenas 500 empadronados, «en verdad superamos habitualmente los 1.500 vecinos, cantidad que este verano seguramente se ha triplicado» , comenta.  

Y de ellos el 90% vinculados familiar o laboralmente al País Vasco, lo que hizo que todos aquí consideraran algo lógico que la salida del confinamiento del enclave burgalés fuera sin embargo parejo al de la región vecina . «Y más en una situación de urgencia sanitaria como es ésta» , defienden alcaldes y vecinos de a pie por igual.

Normalidad que sin embargo a ambos ediles no les hace bajar la guardia, «pues aunque no ha habido casos queremos que continúe así, por lo que seguimos desinfectando espacios públicos o dando mascarillas gratuitas -como desde el primer momento-», comenta Barbadillo. «Aunque eso suponga que debamos sentarnos ahora a hacer números pues los gastos que ha acarreado el virus nos han trastocado el presupuesto», reconoce, el cual ambas corporaciones tenían aprobado antes de llegar el virus.

Como afirman algunos de los vecinos hallados al callejear por ambas villas, la diferencia de este año es quizás la falta de jolgorio en las calles, donde sin faltar vida parece amortiguada por la omnipresencia de mascarillas . «Porque yo ahora hago lo mismo que otros veranos» asegura el veterano Ramón Montoya , mientras agarra su carretilla cargada con media docena de piedras, las cuales con al menos 20 kilos cada una, acaba de cortar para hacer un murete en su huerta.

Jubilado y entrado en años magníficamente bien llevados, explica que la diferencia fue en su caso, la tardanza en venir a Treviño desde su domicilio en Vitoria, de la que les separan apenas 8 kilómetros. «Ya que con el estado de alerta no nos dejaron movernos pero en cuando pudimos, vinimos y ya nos quedamos», comenta incluyendo en el plural a su esposa que trastea en el interior de la casa.

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Normalidad que también se ha vivido en el supermercado de Elvira, donde como explica «cerramos solo al principio del estado de alerta y no más, sin que nos haya faltado ni abastecimiento de productos ni clientela ya que siguen viniendo los de aquí y los de otros pueblos, como siempre» asegura. Clientela que ha seguido teniendo la taberna-estanco de al lado, donde Lucía confiesa haber empezado a trabajar este verano, en claro contraste con la tónica generalizada que con la falta de actividad, ha llevado a muchos al paro. Labor que tampoco le ha faltado a Andoni, trabajador de mantenimiento y a la par alcalde pedáneo de Aguillo, «porque yo no he parado, y tampoco he dejado abandonados mis almendros», asegura mientras apura el descanso y su café.