Padres sin recreo ante la ‘ley Celaá’
Temen que sus hijos con discapacidad se vean obligados a escolarizarse en un colegio ordinario / Exigen al Ministerio que elimine la disposición que regulará los centros de educación especial / Son un millar de familias de Castilla y León, 400 en Valladolid, de la plataforma nacional ‘Educación inclusiva sí, especial también’
En el patio permanecía más alerta que en clase. El hermano pequeño de Alba pasaba los recreos «vigilando» . Pendiente de que no se rieran de ella y de su amigo. Ambos, con discapacidad intelectual. Trataba de evitar que les tiraran cosas al suelo «para cuando se agacharan, empujarlos», como había sucedido otras veces.
María, la madre de Alba, consiguió que fuera el último curso que su hija, con un grado de discapacidad del 66%, estudiara en un colegio ordinario. Pudo cambiar a un centro de educación especial. Si estuviera vigente la ‘ley Celaá’ duda «mucho» que hubiera podido conseguirlo.
Por este motivo se une a las más de 1.000 familias de Castilla y León , 400 de ellas de Valladolid , agrupadas bajo la plataforma nacional ‘Educación inclusiva sí, especial, también’.
Están en pie de guerra contra la Ley Orgánica de Educación (LOMLOE) , conocida como ‘ley Celaá ’ -en trámite parlamentario-. Quieren «libertad de elección» y han salido en las últimas semanas a la calle en todo el país para defender su postura. En concreto, estas familias se alzan contra «la trampa de la letra pequeña»: la disposición adicional cuarta del texto.
Este apartado indica que en un plazo de diez años, los colegios ordinarios contarán «con los recursos necesarios para atender en las mejores condiciones al alumnado con discapacidad». A la vez, los de educación especial se transformarán en centros «de referencia y apoyo para los ordinarios» y escolarizarán únicamente a quienes «requieran una atención muy especializada».
Pese a que la ministra Isabel Celaá , en propia voz y mediante un comunicado de su ministerio, ha desmentido en reiteradas ocasiones que vayan a cerrarlos, sus explicaciones en vez de tranquilizar, les «inquieta más».
Consideran la ley «ambigua» y sostienen que «no garantiza» que sus hijos puedan escolarizarse en colegios especiales, que funcionan «con menos estudiantes por clase y personal cualificado».
Temen que la mayor parte de los alumnos con necesidades especiales terminen «obligados a acudir» a colegios ordinarios. «A los padres no nos han escuchado», protesta Cristina, madre de la pequeña Ane. La niña tiene cinco años. Desde los dos meses presenta parálisis cerebral y se expresa señalando pictogramas.
Cristina es partidaria de que curse Primaria donde Infantil , en El Pino de Obregón, en Valladolid . «Tenemos miedo a lo que pueda pasar porque la ley no es nada clara. Para que mi hija pudiera acudir a un colegio con niños sin discapacidad la inversión económica tiene que ser grandísima porque necesita a una persona formada con ella todo el tiempo», razona sobre uno de los puntos candentes de la polémica: los recursos económicos.«No se sabe nada de cuánto presupuesto destinarán a adaptar los colegios. No hay dotación económica para llevar a cabo el cambio. Es un experimento», apunta.
Sobre este aspecto, la plataforma ‘Educación inclusiva, sí, especial, también’ critica que «la ley dice que no se prevé incremento de gasto. Un aumento de la partida presupuestaria ni a nivel nacional, ni autonómico», y remite a la lectura de las páginas 102 y 103 de la Memoria del Análisis de Impacto Normativo de esa ley.
No es solo cuestión de un dinero no consignado. «Poco a poco irán dejando de mandar a niños al especial sin que los otros estén preparados para las particularidades de nuestros hijos», explica otro padre vallisoletano, Jairo. La discapacidad intelectual de su hijo Pablo, de 14 años, procede del Síndrome de X frágil. Él combina las dos modalidades de escolarización, especial y ordinaria.
Sin embargo, para el próximo curso, deja atrás esta última y se despide de sexto de primaria.
«No sabe leer ni escribir. No tiene competencias básicas y no tiene sentido que siga yendo. Necesita aulas con cinco o seis alumnos y una atención personalizada porque también importa el desarrollo global de la persona. Daba materias como plástica o música que son muy intuitivas. Era una manera también de socializar», cuenta Jairo.
En cambio, a medida que pasan los años la situación se torna menos halagüeña. «Cuanto más pequeños son, más fácil es que se relacionen, pero al ir haciéndose mayores los otros niños tienen su teléfono, grupos de WhatsApp , y van por otros caminos», añade.
María, por la experiencia con Alba, refiere una evolución similar. «Llega una edad en la que los chavales tienen intereses diferentes. Quieren salir, estar con chicos o chicas, ir a la discoteca. Hablan en otro idioma y los nuestros se quedan arrinconados».
Esto le sucedió a Alba, con un grado de discapacidad intelectual del 66% y la protección de su hermano pequeño. «Era el último mueble del instituto. Se sentía incomprendida, pero desde que pasó al especial consiguió amigos e iban al cine, a la bolera o a un centro comercial. Ella está bien», expone antes de precisar que «comprende las peculiaridades de cada uno y que hay muchos padres que prefieren que su hijo vaya a un colegio ordinario».
Por ello, otra de las reivindicaciones colectivas consiste en que estos «estén realmente dotados y preparados». Desde León, refrenda esta petición Dori, que se presenta como madre de Miguel. El niño suma trece años y una enfermedad rara ( Encefalopatía epiléptica ) que le provoca un retraso psicomotor, deficiencia del lenguaje e hizo que en los años de Infantil, los únicos que compartió aula con menores sin discapacidad, «ni se aprendiera las vocales ni los números».
Dori opina que «lo importante» es que los progenitores puedan participar en la decisión, que, por otro lado, califica de muy compleja. «No es fácil dejarle en un centro de educación especial. Siempre te parece que está mejor que los demás, pero, en realidad, tiene razones, como los otros, para estar allí».
En la casa de Ane resuena otra reflexión: «Claro que ojalá tuviera mi niña las condiciones para ir a uno ordinario. Pero no es así».
Aunque dos veces por semana participa en la asamblea de los escolares de tercero de Infantil de un colegio público.
«Le acompaña su profe de educación especial y la sesión la organizan coordinados ambos docentes. Requiere de mucha preparación para que Ane pueda seguir la actividad. Y funciona, pero es puntual. No me planteo nada más con su problema de comunicación. Pienso que de qué me sirve que Ane vaya para, por ejemplo, pasar los recreos sola».
Lo mismo puntualiza quien vio a Alba volver tantos días decaída. «La sociedad no está preparada para la inclusión real, aunque me encantaría decir que sí».
María precisa además que «no se trata de una guerra entre la ordinaria, escogida por muchos, o la especial, sino en decidir lo que cada uno crea mejor».
De hecho, reconoce que «dentro del colectivo hay personas que han conseguido tener niveles de inclusión aceptables en la ordinaria. Pero solo eso, aceptables».
Abre su intimidad para rescatar algo muy reconocible por cualquier padre: la presencia o ausencia en los cumpleaños de otros niños. «Les invitan a un cumple y cuando les invitan eres tremendamente feliz. Pero la verdad...»
La madre de Alba guarda silencio para encontrar las palabras que no ofendan. «... Lo invitan porque queda bien o por pena. Es duro, pero sé de lo que hablo».