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Cuando el Covid es el capo de la cárcel

«A los que se contagian simplemente los dejan morir» /  El joven vallisoletano Julián permanece atrapado en una prisión de Perú por la pandemia, que paraliza su vuelo de repatriación / «Tiene un tumor en la vejiga y le faltan dos años de condena» 

.- E. M.

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Allí el capo es el coronavirus y no hay distancia social que se lo impida. Hace unas semanas, al vallisoletano Julián le quedó claro. El espacio entre reclusos es casi inexistente y el temor al contagio campa por toda la cárcel . En medio de un motín desatado por temor a la propagación hubo una quincena de heridos. «Le pegaron», cuenta su madre.

Desde su salón de un barrio de las afueras de Valladolid , Isabel escucha en televisión sobre las revueltas en los centros penitenciarios de Latinoamérica y cruza los dedos para que su hijo, en una celda a 9.500 kilómetros del hogar familiar, no se encuentre en medio del conflicto. «Temo no volver a verlo».

Si antes su situación en el penal Ancón II era complicada por «las penurias, la falta de higiene y las amenazas de otros presos», ahora el enemigo es más perturbador. No se le ve venir y no hay cómo disuadirlo.

Él tiene «miedo a morir» y ella, «a no ver ya» al quinto de sus seis hijos. 

«Está muerto de miedo. Se encuentra débil y el coronavirus allí asusta más todavía».

En la última llamada, Julián le suplicó a su extenuada madre que redoblara esfuerzos: «Se puso  a llorar y me pidió que lo trajera de vuelta» , cuenta afligida Isabel, que repite varias veces que él «ya debería estar en casa».

No en la que vive su familia, sino en la ‘casa común’ . En España. En una prisión cualquiera del territorio nacional para cumplir los dos años que le restan de su condena por tráfico de drogas. 

Lo pillaron en el aeropuerto tras ir «a por un paquete». Cuatro años después por fin tenía asiento en otro avión. 

Hace unas semanas obtuvo la autorización de repatriación . El nombre de Julián aparece en la lista que publicó el Gobierno de Perú en su boletín oficial, tras el acuerdo con el Ministerio de Asuntos Exteriores español. 

Un tumor en la vejiga y el tiempo ya cumplido de una pena de seis años y medio le convirtieron en uno de los 47 españoles encarcelados en Perú con permiso de retorno para terminar su condena en un centro penitenciario español. 

Pero la pandemia pegó a su celda un cerrojazo sin llaves. Las medidas de prevención y contención aplicadas por ambos países por el coronavirus paralizan cualquier posible traslado y retrasan aún sin fecha su regreso.

La voz de Isabel se quiebra cuando recuerda las veces que su hijo recibió la negativa a la autorización. Esta vez era distinto. «¡Estaba en la lista!» , comenta frustrada. 

La suerte parecía de cara por primera vez desde que el benjamín (tiene otra hermana más pequeña) le diera un vuelco a la vida tal y como la conocían. Desde aquel mes en el que estuvo desaparecido y consiguieron dar con él por teléfono gracias a los contactos de un conocido. 

De repente, Isabel y su marido pasaron de creer que s u hijo andaba de escapada con los amigos a descubrirlo en los calabozos de un país extranjero. 

  • «Estoy bien, mamá, me dan cigarrillos».

Al colgar el teléfono la tranquilidad desapareció de esa casa. 

La familia sólo quiere que no enferme más en Perú. Desea que cuando el espacio aéreo recupere actividad su hijo pueda continuar cumpliendo lo que marca su sentencia en una cárcel «decente». «Tiene que pagar lo que haya hecho mal, pero debería hacerlo donde no le traten como a un animal», sostiene. « Es un sinvivir total . Tienen una ducha para 200 y a los que se contagian simplemente los dejan morir. Y hasta hace unos meses era aún peor».

Isabel habla de los tres primeros años que pasó Julián en otro centro penitenciario de Perú con mayor grado de hacinamiento y peligrosidad, Sarita Colonia. «Dormía con otros veinte presos en colchones tirados en el suelo, por donde pudieran, y por su enfermedad ni le atendían. Tenía infecciones un día sí y otro también».

Los deficitarios cuidados por su dolencia de vejiga les mantienen en vilo. «Queremos que venga para que puedan tratarle».

Pese a los desvelos, tienen guía para este viaje. La Fundación +34, impulsada por el también vallisoletano Javier Casado , presta atención a españoles encarcelados en el extranjero (una treintena son castellanos y leoneses). Lo hace a través de una red de voluntarios desplegados por los distintos continentes.

Ellos antes les visitaban, pero con el confinamiento ni siquiera los funcionarios consulares pueden acceder al interior de las prisiones. Los miembros de +34 cuentan con permiso del Gobierno de Perú para circular con cierta libertad y proporcionar kits de higiene que dejan en la entrada a su nombre.

Desde la irrupción de la pandemia , les han facilitado enseres como «toalla, calcetines, pasta de dientes, guantes, algo de comida» e incluso las tan preciadas mascarilla o lejía. 

Casado explica que la situación es cada vez más crítica . «Con las puertas cerradas no hay comida para todos. Se pasa hambre porque antes para subsistir dependían de las llamadas paqueteras, unas mujeres que entraban en la cárcel y vendían productos de todo tipo, como si fuera un mercadillo, y ahora no pueden acceder. Tampoco se puede meter droga y muchos sufren el mono».

Por si estos factores no provocaran el caos por sí mismos se suma otro: el descontrol y la falta de aislamiento de los afectados por Covid-19.

Atrás quedó la gran preocupación por la tuberculosis causada por aguas estancadas y falta de ventilación. «Si alguien presenta síntomas los propios funcionarios no quieren pasar  a la zona  en la que se encuentra y eso hace que sea más difícil mantener el control», relata Casado.

Él mismo planeaba ir a Lima cuando se decretó en España el estado de alarma porque el retorno de los 47 españoles parecía inminente. 

Aunque ahora es incierto, el Gobierno español aseguró el pasado 16 de mayo que espera «reactivar a partir de junio el traslado desde Perú». 

Sin embargo, Javier Casado es algo escéptico con las fechas: «Lo veo complicado habiendo otros españoles no presos que no pueden volver todavía. Pero ojalá». 

Mientras el mundo se paraliza por la pandemia , Julián, «cada día más apagado», se encomienda a su mascarilla. 

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Su madre fía el futuro a la ayuda de la Fundación +34 y a los 50 euros que le enviaron en el último giro para sobrevivir. El tiempo corre con lo poco que tiene. Isabel bien lo sabe: «Si aquí nos morimos, imagínese allí».