Álex encuentra hogar pese a la pandemia
Más de 600 menores permanecen en centros bajo proteccion de la Junta / Desde el estado de alarma se ralentizan los acogimientos y Castilla y León formaliza una veintena, como el del pequeño Álex, que se reencontró con su hermana en casa de un matrimonio vallisoletano
«¿Si fuera tu hijo, dónde preferirías que estuviera, en un centro de acogida o con una familia?»
Esto esgrime Fran cada vez que amigos y conocidos cuestionan por qué se implica en acoger niños. Cómo asume que estarán bajo su cuidado, serán uno más de la familia y después tendrá que decir adiós. Y no es que menosprecie la «importante labor» de estos centros, sino que sabe la diferencia entre estar en casa y no estarlo.
Su mujer, Mónica, una burgalesa afincada en León, añade una respuesta adicional: «La mayoría nos dice ‘ qué pena cuando se vaya ’, pero a mí me da más pena que no tenga una estructura familiar, una casa, unas rutinas . Me apena más eso que el que yo tenga que despedirme. Es cuestión de pensar primero en ellos».
Ese ‘ellos’ abarca a cada uno de los 851 menores que a 1 de mayo permanecían en acogimiento familiar en Castilla y León y a los otros 617 que viven en alguno de los centros de acogida bajo la protección de la Gerencia de Servicios Sociales.
El virus que lo ha paralizado casi todo, también es el causante de que muchos de estos chicos continúen en esas dependencias públicas, en vez de en una casa particular.
La pandemia, según alerta Cruz Roja, «ha ralentizado la incorporación de familias » al programa de acogimiento y la entidad apela a «la solidaridad y la generosidad de personas que puedan ofrecerles un hogar».
Aun así, durante la pandemia han conseguido formalizar 22 acogimientos de menores.
‘Ellos’, los que cuentan, son también Lucía y Álex. Dos hermanos de cinco y nueve años que se reencontraron hace tres semanas al ser acogidos (primero, ella, y medio año después, él) por los vallisoletanos Elena y David.
El agosto pasado, esta pareja se estrenó en lo que Cruz Roja y la Consejería de Familia definen como proporcionar «un ambiente familiar estable, cercano y protector para cubrir las atenciones de cuidado y educación».
Para ello también tuvieron que ‘educarse’ con un curso que David resume en pocas palabras: «No son tus hijos aunque les debes dar todo el cariño que puedas».
Pero llegado el momento, cada historia de acogimiento es diferente. Ahí se presentó una asustadiza Lucía que por entonces sumaba cuatro años.
Ningún columpio del parque le atraía lo suficiente para arrancarla de las piernas de Elena. Pasaron semanas hasta que logró soltarle la mano.
«Ahora se la ve contenta, juega y habla con otros niños», relata Elena. .
Durante varios meses en los que la pequeña comenzó a vivir con este matrimonio, su hermano mayor todavía permanecía en el centro.
La fase del ‘por qué, por qué, por qué’ con la que muchos niños preguntan sin cesar por el significado de cualquier curiosidad, en ella se redujo a un único interés: cómo estaban sus hermanos. Porque no son sólo Álex y ella. Son tres. A la hermana mediana, de seis años, la acogió otra familia.
El planteamiento de Elena y David desde el principio fue el de no romper los lazos entre los pequeños. Las videollamadas y las visitas (antes del estado de alarma) entre las niñas se producen «cada dos por tres» .
Pero faltaba él. «Pensábamos que por qué Álex no iba a tener las mismas oportunidades y se nos partía el alma por que estuvieran separados pudiendo estar juntos», cuenta mientras los dos niños llenan una piscina de plástico que han colocado en su jardín.Lo que sucedió después confirma esa pregunta de «¿dónde prefieres que esté tu hijo?» .
El esperado reencuentro se produjo hace tres semanas, en medio del confinamiento. El niño llegó a casa y abrazó muy fuerte a Lucía.
No sólo dejaba atrás el centro en el que tanto había echado de menos a sus hermanas, sino que volvía a estar con la más pequeña y encontraba «tranquilidad». Así define el pequeño Álex lo que siente en su nuevo hogar.
Pese a las ganas acumuladas por ambos de contar con habitación propia y con esa parcela de intimidad de la que no disponían cuando compartían espacio, tele, libros y juguetes con un puñado de niños en su misma situación, no hay noche en la que Lucía no entre en el cuarto de su hermano, se acueste en su cama y, previa guerra de cosquillas, termine durmiendo allí.
«Ya volveré al mío», les dice a sus padres de acogida, que insistieron en mantener lo más unidos posible a estos hermanos hasta que por fin lo consiguieron.
Antes del coronavirus, los niños veían a sus padres biológicos cada quince días en visitas supervisadas. El contacto presencial se interrumpió y lo sustituyeron por el teléfono.
Elena y David cuentan que, previa indicación de la Gerencia, les llaman con número oculto para mantener la privacidad.
Con este detalle abordan otra de las preocupaciones que les trasladan sus allegados. «Estamos protegidos. No hay ningún problema. Somos conscientes de que sus padres son otros. Que estar con nosotros es un paréntesis para ellos».
Fran y Mónica, desde León, que tienen en acogida a una niña de cuatro años y dos hijos propios, realizan una reflexión parecida.
Entienden su función de acogedores como la de acompañar a los niños «a pasar el trance» mientras su familia biológica arregla los desarreglos o no tengan el calor de otro hogar.
Aseguran que «hay que tener la mente abierta, saber que el crío va a estar entre dos mundos, entre dos situaciones muy diferentes, y se debe tender puentes. Enseñarle que tiene que volver a un punto intermedio. El mejor final sería que pasado el tiempo necesario, puedan volver con su familia y estén bien. Que sigan adelante».
No es la única similitud entre las dos experiencias. Ambas parejas llegan a la misma conclusión. «Ganas más de lo que das. Lo haces para ayudar, y hacerl o aquí al lado -apunta Mónica-, pero al final la ayuda es recíproca. Se abren y te dan todo de ellos. El cariño que recibes es inmenso». Explican que el acogimiento, «normalmente, es temporal con un máximo de dos años», pero depende de la evaluación de la Gerencia de Servicios Sociales en cada caso y, «si el menor no puede volver con su familia, se llega a plantear un acogimiento permanente».
En la casa de Mónica están a punto de dar ese salto aún mayor. Ya hacen hueco para un nuevo huésped. Tras acoger a una niña, que, si los acontecimientos discurren como prevén, estará con ellos «uno o dos años máximo», se encuentran en trámites para acoger a otro menor. Un proceso «en principio temporal, pero con vistas a poder ser permanente porque no tiene posibilidad de retorno familiar al ser su problema irreversible».
Le esperan con emoción. «No tiene el carácter de adoptar a efectos legales ni nada de eso, pero será uno más y nuestros hijos están encantados con la idea. El pequeño ya ha organizado los ordenadores, las camas y los turnos de limpieza. Entre ellos se generan unos vínculos muy fuertes».
Tan fuertes que estas parejas animan a que otras se sumen por ese más de medio millar de niños que aguardan en centros de la Comunidad a que llegue alguien como Mónica, Fran, Elena o David: «No concebimos no hacer nada».