Diario de Castilla y León

Historias de amor desde el corazón de la España vaciada

El escritor Vicente Fernández-Merino «invita a la aventura»  en ‘Aires de pueblo y doce cartas sin piedad’, un libro en el que pone su ojo en el mundo rural, donde el amor en todas sus variantes continúa vivo a pesar de la despoblación 

El escritor Vicente Fernández-Merino posa con su libro en las calles de Fuentes de Valdepero. MANUEL BRÁGIMO

El escritor Vicente Fernández-Merino posa con su libro en las calles de Fuentes de Valdepero. MANUEL BRÁGIMO

Publicado por
GUILLERMO SANZ | VALLADOLID
Valladolid

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Hubo un tiempo en el que los carteros se convertían en la única vía de comunicación con la realidad. Tras un remite se escondían noticas, buenas o malas, historias de amor o eran hojas colgadas de un árbol genealógico. Fuera como fuere, recibir un sobre siempre era un acontecimiento lejos de las grandes urbes. Esas cartas ahora son sólo gotas en un océano seco, como es la España vaciada. No porque las epístolas hayan cedido ante los emails, sino porque cada vez son menos los destinatarios que quedan en los pueblos. 

Sin embargo, esas paredes de ladrillo o adobe que resguardan sus calles todavía esconden los secretos de cientos de historias de amor, resistentes al paso del tiempo y a la de cualquier migración urbanita. 

En esas calles cada vez más vacías enfoca su catalejo el escritor palentino Vicente Fernández-Merino . El neuropsicólogo, acostumbrado a escribir sobre las enfermedades degenerativas -como el parkinson o el alzheimer- aparca ahora el vehículo científico para arrancar el emocional en su primera incursión literaria bautizada con el nombre Aires de pueblo y doce cartas sin piedad (Relataria, 2019). El autor grita a los cuatro vientos «¡Qué san Alzheimer nos proteja!» para que nos permita revivir una y otra vez aquellas historias de amor que guarda bajo llave nuestra memoria. 

Aficionado a la escritura desde joven, comenzó a redactar sus primeros fragmentos en servilletas de bares. Un día «alguien se interesó por lo que escribía y me animó. Me encanta recoger estas historias, porque me hacen sentir vivo» , admite. Así decidió a reunir en un compendio algunas de las mejores, tejidas todas ellas con dos hilos conductores comunes: el mundo rural y el amor. Lo hace pasando por todas sus fases, desde el amor infantil «ese que no sabes lo que es, pero que cuando llegas a casa se te sale el corazón del pecho», hasta la más madura de las madureces. «El amor no entiende de edad, y menos en los pueblos. Puedes enamorarte en cualquier lado, pero en un pueblo es espíritu es más abierto», asegura Fernández-Merino. 

Las historias que dan cuerpo a ‘Aires de pueblo y doce cartas sin piedad’ tienen su propio escenario. Bien podría ser la Cervera de Pisuerga palentina que vio nacer al escritor o cualquier rincón de España donde aún queda mucho por descubrir. «Me sorprende en que hagamos hincapié en que hay que llevar la economía, que sí hay que hacerlo, pero hay muchas características que no se ponen en valor, como la solidaridad entre la gente del pueblo . Hay que sentarse a mirar los recursos que no se han explotado allí», asegura. 

En la España vaciada, como en la llena, el amor está en el aire. Con un estilo fresco, directo y de ligera lectura, el escritor se encarga de enumerarlos presentando primero a Dolorines, ese primer amor platónico -o crush como lo definen ahora los milenials- infantil y puro por el que todo el mundo ha pasado. Fernández-Merino salta de la niñez a la madurez sentimental, donde los pueblos se pueden convertir en un botón en el que resetear una relación, por el mero hecho de pasar un día lejos del bullicio urbanita. «El paisaje ayuda. El campo o la montaña te hacen encontrarte con tu pareja sin tanto atrezo» como en el día a día. 

El autor, capaz de encontrar inspiración en cualquier rincón -incluido en su interior- no se olvida de la madurez. «El amor va evolucionando como los personajes. Tiene un ciclo: nace, crece y muere. Antes no salías del pueblo y te enamorabas para siempre», recuerda. Así, Fernández-Merino hace escala en la tercera edad con relatos como La pastelera o El encuentro.

«En la vejez estamos abiertos a cualquier cosa. Para encontrar el amor sólo hay que tener abierto el corazón a la aventura, en su sentido más etimológico: ad ventura, lo que salga. Con la excusa del amor, este libro es una invitación a la aventura», admite su autor. 

Sobre las ramas del mismo árbol, Vicente Fernández-Merino disecciona, con precisión cirujana y pluma cercana, al amor para dar cuenta de todos las especies que existen. Platónico, fraternal, paterno-filial, carnal, correspondido, inocente, el posible o el imposible... «El amor es uno en distintas facetas. Se habla mucho de enamoramiento, pero renunciar a algo por otra persona es también una manifestación de amor», recuerda. 

El escritor también sirve sobre las páginas de su primera obra literaria el amor por los tiempos pasados, aquellos en los que los pueblos latían con tanta fuerza que por sus calles paseaba un médico o ‘Don’ como se les conocía en aquella época. Así, Fernández-Merino presenta a Don Zacarías en dos de sus relatos, un adelanto de lo que será su próximo trabajo, en el que ya está sumergido. De nuevo, la tramoya volverá a dejar paso a un paisaje rural para contar la historia «de un médico que llega en los años cuarenta a un pueblo y se queda para toda la vida por distintos amores. Allí empiezan a surgir varias aventuras y desventuras», adelanta su creador, que ha contado con su experiencia propia, ya que sus antepasados interpretaban este rol. 

Las últimas páginas de la obra -las primeras se las firma, en el prólogo, Ilia Galán- las ocupan ‘doce cartas sin piedad’, una docena de «cartas con rasgos muy bonitos» , como lo define el autor, que da rienda suelta a su prosa más poética para escribir a corazón abierto lo que cualquier enamorado ha sentido y no se ha atrevido o no ha sabido expresar. En clave de epístola redondea un libro que bien recibido desde su lanzamiento: «Me ha sorprendido la acogida que ha tenido. Ojalá sirva para que la gente se abra a vivir con más sensatez y más disfrute», concluye.

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