Diario de Castilla y León

Publicado por
GUILLERMO SANZ | VALLADOLID
Valladolid

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Aseguraba Dorothy en el clásico de Víctor Fleming que ‘ se está mejor en casa que en ningún sitio’ , pero esto ya no es Kansas, pequeña, ni siquiera es el mundo tal y como lo conocías. La joven de los zapatos rojos no sabía cuando paseaba por Oz, que un huracán de nombre coronavirus dejaría al planeta sin una baldosa amarilla que pisar. Sólo el gres o el parqué de los hogares, donde millones de personas son protagonistas de su propia película, una que cabalga a caballo entre el drama, el horror y la comedia dantesca. Un momento perfecto para quitar el polvo de la estantería de las películas y ver que en esta ocasión la realidad supera a la ficción. 

Ya lo aventuró ET. ‘ Mi casa, teléfono ’. El emblemático marciano de Spielberg se encarnó en Nostradamus para presentarnos a nuestros dos salvavidas en tiempos de crisis, momentos en los que baja el telón y deja un escenario sin luces, sin más actores alrededor que los que comparten domicilio o aquellos a los que, si tienes suerte, todavía puedes saludar a través de una pantalla. Mientras, miras por la ventana y te sientes en el show de Truman y ves un foco donde debería estar la luna, como si todo lo que te rodea fuera parte de una ficción perfectamente orquestada por la maquiavélica mente de un director de cine.

Las ocho de la tarde es el momento de volver a sentirse humanos, de recordar que no somos los últimos hombres vivos

Sin embargo, los más sabios aseguran que cuando se cierra una puerta se abre una ventana y en esta ocasión tiene vistas a una calle huérfana de paseantes, de niños corriendo... de vida, así que decides mirar al interior de tu hogar y aprender de la lección de Amelie : disfrutar de las pequeñas cosas. Un libro, una película, un puzle... actores secundarios en el día a día y protagonistas desde que el coronavirus derribó la puerta.   

Sumido en el día de la marmota despiertas cada día dispuesto a disfrutar de tu gran familia española, encarnando día sí y día también a Roberto Benigni en La vida es bella, haciendo creer a tu hijo de tres años que todo esto es un juego, que tenemos que jugar al escondite dentro de casa para que no nos pille el coronavirus. Guardas en un cajón con llave las muertes que te estremecen cada día cuando lees las noticias. Es imposible explicar a un niño algo para lo que ni tú mismo tienes explicación, pero descubres que debajo de esas pequeñas cabezas se esconden una mentes maravillosas capaces de hacer que la fuerza del cariño sea suficiente para dar el golpe maestro a la sensación de ser preso en tu propio hogar. Sonrisas por la mañana y lágrimas por la noche. 

Miras las noticias y piensas ¡ Alégrame el día !, pero ese titular aún debe esperar. No queda más que exprimir las fuerzas para ese ejercicio de paciencia que supone el confinamiento. Enfilas la cama y piensas que mañana será otro día y que amanece, que no es poco para la que está cayendo. 

El despertador no suena. Desde hace días el reloj no te persigue. Te acuerdas de Garfield y maldices todos los días que te sentiste como ese gato por odiar los lunes. Ojalá el siguiente sea ese que me devuelva a la rutina que ahora tanto añoramos, esa en la que esperas ansioso a que llegue el fin de semana para pasar una noche en la ópera o realizar un vuelo nocturno hacia una vacaciones en Roma. Mientras, vives una cadena que parece perpetua dentro de cuatro paredes y un balcón -con unas vistas envidiables en mi caso- un punto de fuga que se ha convertido en una auténtica red social, una que nos recuerda que no estamos solos, que nuestra suerte o nuestra desgracia es la misma que la de nuestros vecinos de enfrente, que se asoman a los mismos balcones que nunca habían tenido tanta vida como estos días. Las ocho de la tarde es el momento de volver a sentirse humanos, a recordarnos que no somos Charlton Heston, que no somos los últimos hombres vivos. Seguimos en pie, aguantando los golpes como Rocky en este club de la lucha en el que estamos obligados a pelear queramos o no. 

Cuando los aplausos callan y vuelven a dejar muda a la ciudad,  los recuerdos se ponen a trabajar para acordarte de todos aquellos que siguen partiéndose la cara en tierra hostil: los sanitarios, los equipos de limpieza, los reponedores de supermercado, mis compañeros periodistas... algunos hombres y mujeres buenos que atraviesan cada mañana la delgada línea roja para que este país no se termine de convertir en el camarote de los hermanos Marx. Al fin y al cabo, todos los hombres del presidente parecen igual de perdidos que el resto de personas. 

Vivir es fácil con los ojos cerrados, así que es mejor abrirles, aunque sea para ver venir los golpes y defenderte. Volver al camino es cuestión de tiempo, de paciencia. Volveremos a pasar los lunes al sol, pero también los martes los miércoles.... en una terraza con buena compañía, recordando esta pesadilla como una película. Hasta que llegue ese momento (que llegará)... que la fuerza os acompañe.  

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