El pensamiento circular
«Se que parece eterno y que no cambiará, pero no nos queda más remedio que pasar por esto una vez más». Comienza la lista de éxitos de mi banda sonora de estos días de confinamiento forzado. Esta es la letra de ‘Indestructibles’, de la Habitación Roja. Parece que todas las canciones hablan del estado de alarma. ¿Me lo parece solo a mí? Supongo que sí.
La música y la literatura hacen un poco más llevadero este encierro entre cuatro paredes para que no entre el coronavirus Covid-19 en nuestras casas, pero de nuestras vidas ya no va a salir. Lo ha trastocado todo, nuestro pensamiento, nuestras costumbres, nuestra relación con el mundo exterior. El daño ya está hecho.
«No lo recuerdan ni los viejos del lugar, nuestros gobiernos no aciertan a concretar, si hubo algún indicio, alguna señal, que lo hiciera sospechar», continúa sonando Indestructibles. Es increíble, ¿no?
Cuando el confinamiento llegó a nuestro pequeño universo ya tenía esta novela empezada desde hacía semanas: ‘Este libro te salvará la vida’, de la escritora norteamericana A. M. Homes. Este título prometía tanto que no pude resistirme a comprarla a comienzos del mes de diciembre cuando las tiendas y las calles bullían en un ir y venir de gente y no teníamos ni idea de lo que se nos avecinaba. ¿Corona, qué? No se de que me hablas.
Puse todo mi empeño en leer este libro como si fuera esta historia la que me había elegido a mí y no al contrario. Y por si me salvaba la vida, claro, como prometía en su título. No es un libro de autoayuda, pero no descarto que acabe necesitando alguno por la falta de ese aire fresco que nos permite oxigenar nuestras neuronas.
Richard, el personaje de mi libro, es una de esas personas súper millonarias que viven la ciudad de Los Ángeles, pero que atraviesa una mala racha. Pobre. Un tipo extravagante que vive rodeado de lujos, pero solo. Le gusta el silencio y disfruta poniéndose unos auriculares que todavía le aíslan más del mundo. «Despierta, se pone los auriculares que aíslan del ruido y está en un vacío de silencio, la vida está cancelada», cuenta Homes.
Precisamente este es uno de los pensamientos que me ronda por la cabeza en estos días. La vida está cancelada, está en pausa, detenida y sobre todo es la impresión que tengo cuando quiero distraerme mirando por las ventanas, en las que dan a la plaza Rovira i Virgili, en la capital burgalesa.
«El pensamiento circular, con la cabeza vacía. Hay noches que todo es una porquería. Y pienso en ti», se cuela Iván Ferreiro mientras escribo. Mi pensamiento va en círculos, que razón tiene.
Como iba diciendo, este es un barrio universitario, con mucha actividad durante todo curso y gente joven que va y viene a sus facultades. Muchos residen en pisos y se han marchado a sus hogares. En ese sentido, es como decía Homes, la vida está detenida. Aquí no queda casi nadie de toda esa juventud, como ejemplo sirve el hecho de que las persianas de la residencia universitaria que veo desde mi casa están cerradas y solo quedan las monjas que viven aquí que son las que salen a aplaudir cada día a las 20.00 horas.
Esa impresión de la vida cancelada es solo eso, una impresión. Los pisos de estudiantes están tristes, pero en los que residen familias la actividad es a ratos delirante. La vida sigue frenética adelante sobre todo para mi bebé que ha cumplido 10 meses durante esta cuarentena. No es la misma que a los nueve meses, su expresión cambia por momentos y cada día hace una nueva monería o alguna trastada que la lleva a llorar sin consuelo durante una tarde entera. La vida es intensa a su lado, a veces una comedia y otras un drama y después regresa la comedia, pero todo vivido en decenas de momentos que vienen y van en toda la inmensidad de 24 horas con ella. Otro pensamiento circular, no es casualidad.
«¿Y qué más da? Si todo sube y todo baja y todo cambia tan rápido que al final solo queremos recuperar las horas, los días, el tiempo perdido. Y al final todo se vuelve poco». Dice la artista Eva Ryjlen en una de sus canciones de Violencia Posmoderna. Le toca el turno a ella en la playlist en este instante en el que sigo delante del ordenador dándole a las teclas. ¿Recuperaremos el tiempo perdido?
Es cierto, el reloj no se detiene para nadie a pesar de este confinamiento. Hay muchas luchas fuera de estas cuatro paredes en las que a veces es necesario pensar. Ahí están las peleas que libran quienes en estos días sienten fiebre de repente, sin saber muy bien que les acechará en los días siguientes. Y están las vidas, tan valiosas, de todos esos sanitarios a los que no nos cansamos de aplaudir.
En este ir y venir del ordenador a la niña, del libro al móvil, o del sofá a la cocina me entretiene dejarme llevar por las letras de las canciones. «Le doy la espalda a cualquier muestra de tristeza. Melancolía o decepción, felicidad o tentación. Todo podría ir a peor. Mientras tanto, miro la vida pasar». Ahora escucho a Fangoria. Así andamos, mirando la vida pasar.
De nuevo en la plaza Rovira i Virgili contemplo dos parques infantiles que están frente a mis ojos. Están clausurados, por supuesto. ¿Cuándo volverán a escucharse los gritos de niños felices corriendo de un columpio a otro? Qué pena todo. Pero llegará y no habrá que esperar a 2502, justo el tema que empieza ahora.
Dice Second, en una versión distópica de la realidad en su disco Montaña Rusa: «Ella pone las canciones que le hablan de huida. Y las vuelve a oír una y cien veces más». Que buenos esos temas que invitan a escapar, a salir corriendo. «Se pasan las horas, pasando las horas», continua la letra. De nuevo, igual que nosotros en este confinamiento casi eterno. Más casualidades en la letra de una canción.
Pasando las horas, no es que haya mucho que ver desde las ventanas. Unos contenedores y un coche aparcado en el que veo en asiento del copiloto una mascarilla olvidada. El nuevo complemento imprescindible para salir a la calle.
Y tras los vehículos, más allá, el descampado, naturaleza en estado salvaje en las cercanías del río Arlanzón. Es el lugar ideal por donde transitan todos los vecinos con perro de la zona. Tengo que decir que he visto de todo en estos días. Gente que baja a esa zona verde y espera a que el perro haga sus necesidades para volverse rápidamente a casa, pero también a parejas que bajan juntas con un perro o con dos a darse un garbeo. No es de extrañar que, en ocasiones, haya pasado por allí alguna patrulla de la Policía Local y también de la Guardia Civil. Así, es la vida.
«Soñé un mundo feliz, muy, muy lejos de aquí, y como no lo encontré, pues fui a buscarte con mi coche». Hay que recuperar los temas felices y los sueños lejos de aquí. Love of Lesbian consigue levantarme la moral, que hace mucha falta en estos días. Lo que se dice canciones de buen rollo.
Vuelvo a las teclas y a recordar las vistas desde mi ventana. En estos días he visto una cigüeña posada en el descampado y un grupo de cuatro patos que se han venido a pasear por la zona.
Ya me queda poco para acabar el libro y también estas líneas. Que ganas de que la novela me salve la vida. Richard parece que va mejor, se ha reconciliado con su hijo al que abandonó siendo un niño, pero quizá todavía la autora le reserve alguna sorpresilla final.
En medio de la novela, un apagón en Los Ángeles: «Por favor, quédense en sus habitaciones hasta que vuelva la luz. Si tienen que salir, utilicen la escalera de incendios al fondo del pasillo y llévense la linterna. En la escalera hay personal del hotel, es segura». Un momento estresante, la inseguridad se vuelve protagonista en esta ficción, igual que la que vivimos nosotros de puertas para adentro.
La lista de éxitos sigue sonando. «No quiero más dramas en mi vida. Solo comedias entretenidas. Así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias, no», de nuevo Fangoria. Y de repente se cuela esta otra letra, de nuevo Love of Lesbian: «Tú saldrás de esta, créeme y pronto entonarás pequeños cánticos, y en algún lugar apartado, ahogaremos al espanto y nos pedirá perdón. Sí, saldremos de esta». ¿Otra canción dedicada a lo que estamos viviendo? Seguro que no.
«Se que parece eterno y que no cambiará, pero no nos queda más remedio que pasar por esto una vez más» . Comienza la lista de éxitos de mi banda sonora de estos días de confinamiento forzado. Esta es la letra de ‘Indestructibles’, de la Habitación Roja. Parece que todas las canciones hablan del estado de alarma. ¿Me lo parece solo a mí? Supongo que sí.
La música y la literatura hacen un poco más llevadero este encierro entre cuatro paredes para que no entre el coronavirus Covid-19 en nuestras casas, pero de nuestras vidas ya no va a salir. Lo ha trastocado todo, nuestro pensamiento, nuestras costumbres, nuestra relación con el mundo exterior. El daño ya está hecho.
«No lo recuerdan ni los viejos del lugar, nuestros gobiernos no aciertan a concretar, si hubo algún indicio, alguna señal, que lo hiciera sospechar» , continúa sonando Indestructibles. Es increíble, ¿no?
Cuando el confinamiento llegó a nuestro pequeño universo ya tenía esta novela empezada desde hacía semanas: ‘Este libro te salvará la vida’ , de la escritora norteamericana A. M. Homes. Este título prometía tanto que no pude resistirme a comprarla a comienzos del mes de diciembre cuando las tiendas y las calles bullían en un ir y venir de gente y no teníamos ni idea de lo que se nos avecinaba. ¿Corona, qué? No se de que me hablas.
Puse todo mi empeño en leer este libro como si fuera esta historia la que me había elegido a mí y no al contrario. Y por si me salvaba la vida, claro, como prometía en su título. No es un libro de autoayuda, pero no descarto que acabe necesitando alguno por la falta de ese aire fresco que nos permite oxigenar nuestras neuronas.
Richard, el personaje de mi libro, es una de esas personas súper millonarias que viven la ciudad de Los Ángeles, pero que atraviesa una mala racha. Pobre. Un tipo extravagante que vive rodeado de lujos, pero solo. Le gusta el silencio y disfruta poniéndose unos auriculares que todavía le aíslan más del mundo. «Despierta, se pone los auriculares que aíslan del ruido y está en un vacío de silencio, la vida está cancelada» , cuenta Homes.
Precisamente este es uno de los pensamientos que me ronda por la cabeza en estos días. La vida está cancelada, está en pausa, detenida y sobre todo es la impresión que tengo cuando quiero distraerme mirando por las ventanas, en las que dan a la plaza Rovira i Virgili, en la capital burgalesa .
«El pensamiento circular, con la cabeza vacía. Hay noches que todo es una porquería. Y pienso en ti» , se cuela Iván Ferreiro mientras escribo. Mi pensamiento va en círculos, que razón tiene.
Como iba diciendo, este es un barrio universitario, con mucha actividad durante todo curso y gente joven que va y viene a sus facultades. Muchos residen en pisos y se han marchado a sus hogares . En ese sentido, es como decía Homes, la vida está detenida. Aquí no queda casi nadie de toda esa juventud, como ejemplo sirve el hecho de que las persianas de la residencia universitaria que veo desde mi casa están cerradas y solo quedan las monjas que viven aquí que son las que salen a aplaudir cada día a las 20.00 horas.
Esa impresión de la vida cancelada es solo eso, una impresión. Los pisos de estudiantes están tristes, pero en los que residen familias la actividad es a ratos delirante . La vida sigue frenética adelante sobre todo para mi bebé que ha cumplido 10 meses durante esta cuarentena. No es la misma que a los nueve meses, su expresión cambia por momentos y cada día hace una nueva monería o alguna trastada que la lleva a llorar sin consuelo durante una tarde entera. La vida es intensa a su lado, a veces una comedia y otras un drama y después regresa la comedia, pero todo vivido en decenas de momentos que vienen y van en toda la inmensidad de 24 horas con ella. Otro pensamiento circular, no es casualidad.
«¿Y qué más da? Si todo sube y todo baja y todo cambia tan rápido que al final solo queremos recuperar las horas, los días, el tiempo perdido . Y al final todo se vuelve poco». Dice la artista Eva Ryjlen en una de sus canciones de Violencia Posmoderna. Le toca el turno a ella en la playlist en este instante en el que sigo delante del ordenador dándole a las teclas. ¿Recuperaremos el tiempo perdido?
Es cierto, el reloj no se detiene para nadie a pesar de este confinamiento . Hay muchas luchas fuera de estas cuatro paredes en las que a veces es necesario pensar. Ahí están las peleas que libran quienes en estos días sienten fiebre de repente, sin saber muy bien que les acechará en los días siguientes. Y están las vidas, tan valiosas, de todos esos sanitarios a los que no nos cansamos de aplaudir.
En este ir y venir del ordenador a la niña, del libro al móvil, o del sofá a la cocina me entretiene dejarme llevar por las letras de las canciones. « Le doy la espalda a cualquier muestra de tristeza . Melancolía o decepción, felicidad o tentación. Todo podría ir a peor. Mientras tanto, miro la vida pasar». Ahora escucho a Fangoria. Así andamos, mirando la vida pasar.
De nuevo en la plaza Rovira i Virgili contemplo dos parques infantiles que están frente a mis ojos. Están clausurados, por supuesto. ¿Cuándo volverán a escucharse los gritos de niños felices corriendo de un columpio a otro? Qué pena todo. Pero llegará y no habrá que esperar a 2502, justo el tema que empieza ahora.
Dice Second, en una versión distópica de la realidad en su disco Montaña Rusa: «Ella pone las canciones que le hablan de huida. Y las vuelve a oír una y cien veces más» . Que buenos esos temas que invitan a escapar, a salir corriendo. «Se pasan las horas, pasando las horas», continua la letra. De nuevo, igual que nosotros en este confinamiento casi eterno. Más casualidades en la letra de una canción.
Pasando las horas, no es que haya mucho que ver desde las ventanas. Unos contenedores y un coche aparcado en el que veo en asiento del copiloto una mascarilla olvidada. El nuevo complemento imprescindible para salir a la calle.
Y tras los vehículos, más allá, el descampado, naturaleza en estado salvaje en las cercanías del río Arlanzón . Es el lugar ideal por donde transitan todos los vecinos con perro de la zona. Tengo que decir que he visto de todo en estos días. Gente que baja a esa zona verde y espera a que el perro haga sus necesidades para volverse rápidamente a casa, pero también a parejas que bajan juntas con un perro o con dos a darse un garbeo. No es de extrañar que, en ocasiones, haya pasado por allí alguna patrulla de la Policía Local y también de la Guardia Civil. Así, es la vida.
«Soñé un mundo feliz, muy, muy lejos de aquí, y como no lo encontré, pues fui a buscarte con mi coche» . Hay que recuperar los temas felices y los sueños lejos de aquí. Love of Lesbian consigue levantarme la moral, que hace mucha falta en estos días. Lo que se dice canciones de buen rollo.
Vuelvo a las teclas y a recordar las vistas desde mi ventana. En estos días he visto una cigüeña posada en el descampado y un grupo de cuatro patos que se han venido a pasear por la zona.
Ya me queda poco para acabar el libro y también estas líneas. Que ganas de que la novela me salve la vida. Richard parece que va mejor, se ha reconciliado con su hijo al que abandonó siendo un niño, pero quizá todavía la autora le reserve alguna sorpresilla final.
En medio de la novela, un apagón en Los Ángeles: «Por favor, quédense en sus habitaciones hasta que vuelva la luz . Si tienen que salir, utilicen la escalera de incendios al fondo del pasillo y llévense la linterna. En la escalera hay personal del hotel, es segura». Un momento estresante, la inseguridad se vuelve protagonista en esta ficción, igual que la que vivimos nosotros de puertas para adentro.
La lista de éxitos sigue sonando. «No quiero más dramas en mi vida. Solo comedias entretenidas. Así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias, no» , de nuevo Fangoria. Y de repente se cuela esta otra letra, de nuevo Love of Lesbian: «Tú saldrás de esta, créeme y pronto entonarás pequeños cánticos, y en algún lugar apartado, ahogaremos al espanto y nos pedirá perdón. Sí, saldremos de esta». ¿Otra canción dedicada a lo que estamos viviendo? Seguro que no.