ARANDA / CORONAVIRUS
Las batallas del hospital de campaña
Entre techos altos y la frialdad de 180 camas se ha conseguido crear un ambiente de calor gracias a profesionales que han entendido que unidos todo funciona mejor. Han sabido dar lo mejor de sí mismos: han sumado la experiencia de años con la ilusión de los que empiezan y todos lo tienen claro: si el coronavirus vuelve, ellos también lo harán.
Apenas faltan tres días para que cierre el hospital de campaña. Han sido semanas muy intensas en las que no ha faltado el miedo y la tristeza pero también en las que ha habido tiempo para caricias, conversaciones, cuentos y canciones.
JAVIER ROSCALES
Jefe unidad de Urgencias y responsable médico del hospital de campaña
Es el jefe de unidad de Urgencias y ha sido un médico activo y proactivo en el hospital de campaña. Aunque el número de pacientes ingresados afectados por coronavirus ha descendido hasta tan solo 6 personas (una de ellas en el hospital de convalecencia), Javier Roscales no baja la guardia porque «todavía quedan muchos en casa». «Aquí quedan dos meses de mucho trabajo», advierte consciente de que en el momento en que se cierre el hospital de convalecencia, el Santos Reyes deberá regresar a su muy limitado espacio. «La vuelta a la normalidad podría suponer un incremento de las dificultades para atender a los pacientes y podría aumentar el riesgo de contagio entre los profesionales sanitarios».
En su opinión, esta experiencia debe servir para modificar la planificación del futuro hospital. «Esta crisis nos ha enseñado a que tenemos que enfocar las cosas de otra manera, con pasillos donde poder aislar a los pacientes y con pasillos donde poder movernos sin riesgo de contagio. Los nuevos hospitales y también centros de salud deberán incorporar espacios ampliables para no tener que depender de una construcción nueva si llega un nuevo virus».
Se le ve cansado pero no se permite un renuncio. «He tenido algunos momentos de miedo pero el trabajo no me ha dado mucho respiro. He estado demasiado ocupado aunque sí he pasado por momentos de ansiedad y de insomnio». En casa, su familia está acostumbrada a las largas guardias. Su mujer trabaja también en la Sanidad y su hijo espera paciente. «Al llegar a casa tenemos el protocolo en el garaje. Todo queda ahí y en cuanto nos duchamos ya hacemos vida normal», asegura sin atreverse aún a imaginar cómo será su vida post Covid-19. Nadie sabe muy bien por qué pero lo cierto es que el paciente ya no es el que era en el inicio de la pandemia.
«Desde el primer fin de semana que tuvimos que enviar a Burgos a cuatro pacientes intubados, la mayoría han necesitado medios menos complejos», explica con la mirada puesta en afectados más jóvenes, como trabajadores de supermercados que siguen el tratamiento en casa. «Lo que sí tengo claro es que a lo largo de estas duras semanas hemos aprendido a tratar esta enfermedad y sobre todo a diferenciar unos síntomas que han ido cambiando».
Así se ha dejado de pensar que era una enfermedad exclusivamente respiratoria. «Hay infinidad de síntomas», sostiene preocupado por las consecuencias que puede tener la salida de los niños a la calle, si los padres no respetan las normas. «Los menores tienen que salir porque ya llevan muchas semanas pero no podemos olvidar que esto no ha terminado».
BEGOÑA PALOMO
Enfermera y coordinadora del hospital de campaña
Begoña es un peso consolidado de la sanidad ribereña superando los treinta años de trayectoria profesional. Empezó en la unidad de Tocología, Ginecología y Pediatría (llegando a ser supervisora durante años) y desde hace doce años ejerce como supervisora en el centro de Especialidades. De un día para otro tuvo en sus manos el difícil reto de gestionar el hospital de campaña de Aranda de Duero. «Los primeros días apenas dormí, mi cabeza iba a mil. Cuando vi ese enorme espacio diáfano del recinto ferial, con las 180 camas y esos techos tan altos, la imagen era desoladora. Creí que no iba a poder pero no había tiempo para pensar mucho más. Había que trabajar para que todo funcionase bien y sobre todo para que los compañeros pudiesen trabajar con seguridad. En esos días de locura tuvimos mucha ayuda como Cruz Roja, con Tinín y Susana, Protección Civil, con José Luis; Javier Ajenjo (de Art de Troya) que fue todo un ‘conseguidor’ y personal de enfermería, entre muchos otros. Todos estábamos allí con un objetivo y ha sido un orgullo formar parte de todo esto».
No está sola. Trabaja codo con codo con Zulema de Cos. «Quiero resaltar su labor. Ha hecho del dicho ‘que no falte de nada’ un valor muy especial. Es un valioso apoyo», agradece sin olvidar otras piezas imprescindibles como Marta Puente, quien se encargó de contratar en dos días a todo el personal que hacía falta. «El primer día era un poco como saltar al vacío, en un espacio inhóspito, con gente nueva… Para mí la máxima preocupación era establecer los protocolos para que todos estuvieran bien».
Las áreas están definidas desde el mismo acceso. En la zona central, los pacientes, y en la parte de arriba, la sala de ordenadores, la de enfermería, la de puesta y retirada de Epis, el almacén y la zona de descanso. «Al estar en un alto y con cristalera hemos tenido la ventaja de poder ver a los pacientes de forma constante».
Como vocal en el Colegio de Enfermería de Burgos, Begoña reivindica el papel que juegan las enfermeras (y enfermeros) en esta crisis y en el funcionamiento de cualquier hospital en cualquier época. «Para nuestro trabajo se necesita estar en continúa formación porque es una profesión que nunca deja de evolucionar».
Por ello, agradece cada aplauso que los ciudadanos les brindan cada tarde, pero insiste en defender una profesión que lleva demasiados años sin ser lo suficientemente valorada y mal remunerada.
Aunque nació en Burgos lleva con orgullo ser arandina de adopción. «Estoy muy orgullosa de vivir aquí». En la capital ribereña vive junto a su marido y ahora con una de sus dos hijos que ha vuelto de la Universidad por la epidemia. «Cuando llego a casa tengo todo un protocolo. Para mí es fundamental saber que no les voy a contagiar, que no les voy a poner en peligro», asegura consciente de que en alguna ocasión ha llegado a plantearse marcharse de casa para evitar contagios. «Es duro», afirma.
No ha tenido ayuda psicológica porque tira de autocontrol pero admite estar sometida a mucha presión; más de la habitual. «Afortunadamente he contado con un equipo excepcional», agradece mientras pone como ejemplo a Montse (de Dermatología) y a Tita (de Atención al Paciente). «Las dos se jubilan este año. Llevaban bastante que no estaban en asistencial y sin embargo, lo han dado todo, hemos aprendido de ellas, siempre con su sonrisa, su optimismo», subraya sin olvidar el apoyo constante de Susana, la supervisora de Admisión. «Entre todos hemos formado un gran equipo de trabajo de gran valor profesional y humano y estoy orgullosa y agradecida de haber podido formar parte».
En su memoria quedarán grandes anécdotas como cuando el penúltimo paciente abandonó este viernes el hospital de campaña. La única paciente que quedaba sintió miedo. No quería comer y rodeada por 179 camas vacías, se mostraba nerviosa. Todo cambió cuando la plantilla sanitaria al completo salió a la terraza (donde ella les ve) para gritarle mensajes de ánimo. «Le dijimos que la queremos, que no está sola y empezó a comer», celebra consciente de que entre todos han hecho algo grande.
DAVID HERNANDO
Enfermero en el hospital de campaña
David tiene ya tablas tras dieciséis años como enfermero en el Santos Reyes y otros más por otros hospitales. Él, antes de que el coronavirus llegase a cambiarlo todo, estaba en Urgencias pero ahora va donde le llaman y pasa las jornadas entre urgencias, cirugía y UCI. Desde hace dos semanas también trabaja en el hospital de convalecencia. «La apertura de este hospital como medida preventiva fue un acierto que nos ayudó a descongestionar un hospital que estaba al límite», analiza con la mirada puesta en aquel viernes, 13 de marzo. «En Urgencias fue un turno para olvidar.
Ahí se vio cómo venía el toro», advierte consciente de que al día siguiente se decidió que había que habilitar un hospital de campaña. «El buen equipo que hemos hecho aquí nos ha ayudado a llevar mejor las cosas», explica mientras hace una reflexión que más de uno debiera escuchar. «Tanto ahora en el hospital de convalecencia como en el Santos Reyes, el ambiente es extraordinario en todos los sentidos. Yo estuve trabajando antes en varios hospitales y hasta que no llegué a Aranda no vi algo así», agradece este burgalés de Palacio de la Sierra.
IRENE FERNÁNDEZ
Celadora en el hospital de campaña
Irene Fernández tiene veinte años pero tiene muy claro lo que quiere hacer con su vida: ayudar. Nació en Aranda de Duero, donde vivió hasta que se trasladó a Madrid donde se prepara en la Universidad Complutense para ser celadora. Cuando le llegó un whatsapp de que Aranda necesitaba personal para hacer frente al covid-19 se presentó como voluntaria. Comenzó así su primera experiencia laboral. «He aprendido muchísimo y pese a todo lo duro que ha sido estoy feliz porque hemos podido ayudar a gente que lo necesitaba y que solo nos tenía a nosotros».
Pese a las complicadas vivencias que ha tenido que afrontar es la viva imagen del optimismo. «He tenido la suerte de formar parte de un equipo extraordinario. Si algo he aprendido es que la unión hace la fuerza. He tenido verdaderos compañeros tanto médicos como enfermeros, auxiliares y celadores. Todos hemos formado un gran equipo y ese buen ambiente se lo hemos trasladado a los pacientes».
Para las personas que han tenido que enfrentarse al virus en carne propia ingresar en el hospital de campaña no ha sido fácil. «Llegaban asustados. Hay que pensar que el sitio es gigante, los techos altísimos y en cuanto al personal sanitario, entre tanta cosa que nos ponemos parecemos casi extraterrestres. Eso por no hablar de que entre las gafas y mascarillas no nos ven la cara y así es muy difícil conectar de primeras», explica orgullosa porque gracias al trato enseguida la percepción desaparece. «Aquí hemos puesto sobre todo cariño, un cariño bestial. Les hemos cantado, bailado, leído cuentos… y por eso aquí todos nos emocionamos cuando uno de ellos recibe el alta y puede volver a casa», asegura.
A nivel personal, esta experiencia le ha hecho «crecer». «Ahora valoro las cosas de otra manera. No sé lo que me deparará el futuro pero si sé que seguiré ayudando a las personas en el ámbito sanitario porque es lo que me hace feliz».
En su casa le esperan sus padres y su hermana. «Al principio tenía miedo de contagiarles, bueno ese miedo sigue pero en el hospital extremamos las precauciones y en casa también he tomado medidas como apropiarme de un baño y no tener mucho contacto».
ITXASO NOGALES ROA
Auxiliar en el hospital de convalecencia
Con 35 años, la historia de Itxaso es algo particular. Estudió diseño de Interiores y durante años trabajó en la empresa familiar de muebles de Vitoria. Sin embargo, su sueño era llegar a ser enfermera y cuando se trasladó a Aranda de Duero, empezó a luchar por ello. Primero se sacó el título de auxiliar y luego se lió la manta a la cabeza y volvió a presentarse a Selectividad para cursar hoy su primer año de Enfermería. «Cuando llegó toda la situación del Covid-19 y me enteré que hacía falta personal llamé al hospital y al cabo de un par de días me llamaron para el hospital de campaña», relata.
De esta forma comenzaba, más allá de las prácticas en el Santos Reyes, su primera experiencia laboral como auxiliar. En plena pandemia. «Al principio estaba nerviosa pero me ayudó mucho cómo estaba preparado todo. Recuerdo que el hospital empezaba a funcionar un lunes pero fuimos el día anterior para conocer cómo estaba todo montado y cómo nos teníamos que proteger tanto a la entrada como a la salida. Los protocolos estaban definidos desde el minuto uno y las tareas repartidas. Estaba todo muy limitado para garantizar la seguridad y eso da confianza», agradece a sabiendas de que mientras en hospitales de otras ciudades han faltado Epis, «aquí nunca».
Itxaso coincide con sus compañeros: la humanización lo es todo ante la frialdad de un hospital de campaña. «Sabíamos lo asustados que estaban los pacientes y por eso nos hemos implicado al máximo para paliar su angustia. Hemos hablado con ellos, les hemos cantado, les hemos dado la mano, acariciado… Todo lo que estaba en nuestra mano para que no se sintieran solos», subraya consciente de que las visitas estaban prohibidas. «Cuando conseguimos el móvil les hacíamos llegar los mensajes de sus familias, le enseñábamos los vídeos, las fotos y nos hacíamos también para que los que esperaban fuera viesen que les estamos cuidando».
Cada alta se celebra con emoción. «Aquí han llegado sobre todo gente mayor con poca esperanza pero luego les ves salir y solo puedes emocionarte. Lo han conseguido y nosotros hemos contribuido a que fuera posible».
El equipo para ella lo ha sido todo. «Veníamos con muchas ganas de trabajar, hemos aprendido mucho, sobre todo a trabajar en equipo, a estar unidos. La verdad es que solo puedo estar agradecida por la oportunidad», termina.